El cubo de cemento horripilante de Avda. Brasil casi B. Blanco en Montevideo, nunca terminado y que aspira a ser centro de cultura, es un símbolo a arrasar.
Primero, porque es sinónimo de la falta de exigencia estética que primó en los años de auge del mujiquismo político, cultural y social. Es difícil encontrar un edificio más espantoso que ese en todo el país. Asombra, incluso, que ese vulgar cajón de cemento haya sido el resultado de un concurso arquitectónico, ya que significa, evidentemente, que el criterio estético del jurado fue tan raquítico como embrutecido.
Segundo, porque esa mole infame, al no respetar el retiro del resto de la cuadra, dañó al menos a ocho apartamentos linderos que perdieron su vista al mar. El horrible cofre de hormigón es pues también un símbolo de la arbitrariedad de la excepción legal municipal que satisface los antojos de ciertos amigos del poder, pero que a su vez genera injusticias feroces. Y todo ocurrió ante la mirada ovina y melancólica del zurdo Montevideo que comulga feliz con su burocratismo digno del Castillo de Kafka.
Tercero, porque la apuesta inicial por una sala de teatro con cursos de formación escénica, es decir, por la generación de un movimiento cultural importante en una de las zonas más densamente pobladas del país, muestra la absoluta falta de previsión que caracteriza a nuestra izquierda capital. En efecto, ninguna de las lumbreras que idearon el proyecto razonaron de que grandes aglomeraciones en esa cuadra implicarían enormes dificultades para conseguir estacionamientos para automóviles - algo que ya ocurre hoy, y sin centro cultural funcionando.
Doce años más tarde, han decidido conectar el agua corriente y pretenden instalar la luz.
Fealdad, arbitrariedad e imprevisión son el signo distintivo de ese horroroso cubo de hormigón. Además, el símbolo de la mole inconclusa también refiere a la incapacidad por bajar efectivamente las ideas a tierra. De hecho, aquí se ha tugurizado la mejor zona de Pocitos sin que nadie reaccionara. Y finalmente, otro símbolo encerrado en este espantajo refiere al mal manejo del proyecto, que hizo que se perdieran cientos de miles de dólares de financiamiento por la zurda incapacidad administrativa de siempre.
Así las cosas, doce años más tarde, han decidido conectar el agua corriente y pretenden instalar la luz, como si eso fuese a ayudar a obtener la cifra millonaria que se precisa para terminar la obra. Y como todo este adefesio es fruto de un antojo, a nadie se le ocurre contrariar el capricho de unos pocos ancianos notables y hacer lo que se debe: tirar abajo semejante esperpento.
No anda, no está bien pensado, y es un mamarracho que afea una zona hermosa de la ciudad: ¿por qué conservarlo? ¿Acaso no hay inversores privados que puedan construir allí un buen edificio que devuelva vigor, honor y belleza a esa esquina? Pero, además, ahora que, a pocas cuadras de allí en Barreiro y Berro, se actualizó una rica oferta cultural en Pocitos, ¿a santo de qué insistir con este sarcófago de cemento tan horripilante como innecesario?
Uruguay demoró décadas en terminar su edificio de presidencia en plaza Independencia. Quedó lindo, valió la pena. Para el caso de esta mole pavorosa, ni es necesaria ni quedará linda. Ojalá haya el suficiente coraje como para tirarla abajo. Difícil pero no imposible (ruido de mate).