Es sobre la libertad

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Los candidatos a presidente ya están en las gateras. Pasadas las elecciones internas los partidos acomodan rápidamente los tantos, y se preparan para seducir al electorado no cautivo, que es el que definirá el resultado.

La pecera es pequeña, y los discursos y acciones deben ser meditados. Hay que ser fieles a la historia propia, dejar contenta a la barra, y también enamorar a los siempre difíciles indecisos. Este dilema es transversal a todos los movimientos políticos, atañe por tanto a ambas coaliciones.

Las distintas fuerzas políticas lo ven como un tema de programas, de agendas, y también como un asunto fino de comunicación. Los cracks de afuera y de adentro opinan y ponen toda su sapiencia en esta cuestión.

Sin embargo, creo que lo que proponen en concreto quienes se disputan seriamente el poder debería ser analizado por todos los actores políticos -ya sean elegibles o electores- con un grado más de profundidad.

Yendo un paso atrás, pasando las propuestas por un tamiz más filosófico y que en ningún momento descuide la ética que debe ser siempre el fiel de la balanza de los asuntos públicos.

Es así como al momento de valorar a cada candidato deberíamos plantearnos preguntas bien sencillas, tales como: ¿este nos hará más libres?, ¿este nos hará vivir con mayor justicia y equidad?, ¿este tiene claro que en la vida de las personas hay valores absolutos y cuestiones relativas?, ¿este entiende que debemos continuar cambiando el paradigma de medianía e inacción en que el Uruguay está culturalmente empantanado hace tanto tiempo? Discutir sobre la pertinencia del cordón cuneta en donde Cristo perdió la sandalia o sobre la compra de una nueva flota de vehículos 4 x 4 para tal ente público puede ser muy pertinente en la coyuntura, en la micropolítica, pero no hace a la verdadera cosa de gobernar.

Cuando las papas quemaron en la pandemia, la firme posición del pre-sidente Lacalle Pou de no encerrar-nos en cuarentena fue, antes que una gran decisión política, una profunda y sopesada decisión filosófica.

Tuvimos suerte de tener un presidente preparado para actuar con esa base sólida e insustituible que solo da la filosofía. A la hora de elegir un nuevo mandatario deberíamos preguntarnos: ¿todos los que están en la carrera electoral cuentan con ese bagaje? ¿Con qué credenciales? No alcanza con ser sensible si no se sabe tomar decisiones con base filosófica.

Quiero un presidente que entienda de filosofía, y por ende sobre la libertad; que comprenda qué es la libertad, que conozca su historia, que distinga las diversas formas de libertad que existen, que no le resulten ajenas las diferencias entre voluntarismo y liberalismo. Que sepa que todos, incluso los no nacidos tenemos libertad de vivir, que todos merecemos que se nos respete nuestra libertad de creer, de pensar, de tener, de ser, de querer, de elegir, de abstenernos, de disentir, de movernos en este mundo globalizado, de desarrollarnos con plenitud en la era digital, y también de morir con verdadera y natural dignidad.

Quiero un presidente que no titubee a la hora de hacernos a todos los orientales más libres, pero que tampoco le tiemble el pulso a la hora de hacer cumplir la contraprestación necesaria que conlleva la libertad: la responsabilidad.

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