Es como un “deja vu” de La Guerra de Invierno y la historia podría repetirse en términos idénticos.
En noviembre del 1939, la Unión Soviética atacó a Finlandia iniciando una invasión y el argumento que entonces dio el Kremlin parece un eco del que repite en estos días Vladimir Putin para justificar la invasión a Ucrania: resguardar la seguridad de Rusia.
Moscú había reclamado a Finlandia que le canjeara territorios que necesitaba para proteger a Leningrado de un posible ataque exterior. El gobierno finlandés había rechazado la propuesta y el régimen soviético lanzó su ejército contra el país nórdico con el objetivo de apoderarse de los territorios requeridos y colocar en Helsinki un régimen títere.
Europa y Estados Unidos se indignaron y sancionaron a la URSS, que fue expulsada de la Sociedad de Naciones, pero no enviaron tropas a defender al país agredido. Los soviéticos se sorprendieron con la resistencia de los finlandeses y sufrieron grandes pérdidas en las primeras semanas de la invasión. Los combatientes locales lograron contener por un mes y medio el avance de los invasores, pero finalmente, tres meses después de iniciado el conflicto, los soviéticos impusieron su superioridad en cantidad de tropas y armamentos, doblegando la dura resistencia finlandesa.
La URSS ganó en los campos de batalla y se apoderó de Carelia, perdiendo Finlandia el 11% de su territorio. Pero Moscú no pudo poner un régimen. Finlandia debió comprometerse a la neutralidad, pero salvó su soberanía y quedó libre de injerencias soviéticas en su política interna, además de conquistar prestigio internacional por su lucha contra el poderoso invasor. Por el contrario, la victoria militar no impidió que la URSS viera desgarrada su imagen a nivel internacional, sobre todo en Occidente.
Finlandia había formado parte del Reino de Suecia hasta que, a comienzos del siglo XIX, la ocupó el Imperio Ruso. También en eso su caso parece un reflejo del caso ucraniano en el espejo de la historia.
En ese reflejo pueden estar las claves para vislumbrar el final del conflicto. Ucrania fue parte de otros estados hasta que la ocupó el Imperio Ruso, y a la invasión que ha lanzado Rusia su líder la justifica en razones de seguridad como la que aludió Stalin respecto a la ciudad que está a poco más de treinta kilómetros de la frontera con Finlandia.
En esta oportunidad, el argumento de seguridad de Rusia es la necesidad de detener la expansión de la OTAN hacia sus confines. Como fue en 1939 la negativa del gobierno finlandés a acceder a la pretensión territorial soviética, ahora es la negativa de Washington a comprometerse a no incorporar a Ucrania en la alianza atlántica lo que indignó al gobernante de Rusia.
Vladimir Putin siente que su país es tratado por Occidente de acuerdo al tamaño de su economía. Con esta invasión, el jefe del Kremlin le grita a Occidente que Rusia debe ser tratada de acuerdo a su poderío militar.
Igual que durante la Guerra de Invierno, las potencias de Occidente no enviaron tropas a defender al país agredido, sino que repudiaron y sancionaron a la potencia agresora.
Es posible que, como el ejército soviético en febrero de 1940 doblegó la heroica resistencia de Finlandia, el ejército ruso termine doblegando la tenaz resistencia de los ucranianos. También es posible que, así como Finlandia perdió Carelia, Ucrania termine perdiendo por lo menos los territorios separatistas del Donbass además de la Península de Crimea, y deba resignar su pretensión de integrar la OTAN. Pero la atroz decisión de invadir un país que no la había agredido y los crueles bombardeos sobre Mariupol y otras ciudades, ya desgarraron la imagen de Rusia en la mayor parte del mundo.
Putin criminaliza al país que preside mientras la imagen de Ucrania crece en todo el mundo. Y aunque termine con su territorio amputado, si logra preservar su soberanía y su democracia, los ucranianos habrán obtenido una victoria admirable.