Terminó de manera destemplada, abrupta y vergonzosa la interpelación del Senado al Ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, señor Alfredo Fratti, por la compra de la estancia María Dolores por el Instituto Nacional de Colonización.
Al cabo de horas de debate acalorado, se redactaron dos mociones para aprobar o rechazar las explicaciones del Secretario de Estado. Pero la votación se frustró, porque el interpelante, senador Sebastián Da Silva, agravió soezmente a la persona y a la intimidad del senador Nicolás Viera. En ese momento estaba presidiendo la sesión el profesor Sebastián Sabini, y, ante el desorden manifiesto, resolvió levantar la sesión, al amparo del Reglamento.
El episodio no debe tomarse livianamente. No se justifica ni aun por ofensas previas que había proferido el contradictor, argumentadas en una declaración rápida y comedida que firmó la oposición. Fue un bochorno que debemos condenar todos, por encima de lemas e ideologías, ya que aun ante los agravios debemos conservar el dominio de nosotros mismos y la grandeza que impone la majestad del Parlamento.
La Banda Oriental forjó una manera franca y rotunda, pero caballeresca, de convivir con el adversario. Por décadas, el respeto fue un hábito que se cumplió sin sentir, se nos convirtió en modo de ser y hasta en efectivo ser de cada uno como persona. Esa actitud de pueblo puro con verbo noble asomó en la Oración de Abril, en las Instrucciones del Año XIII y en la correspondencia de Artigas, cuyas piezas sentaron un estilo institucional e individual que nos signó mucho antes de la Declaratoria de la Independencia y de la Jura de la Constitución.
En el siglo XIX tuvimos revoluciones fratricidas que fueron penosas. En el siglo XX sufrimos una guerra interna seguida de una dictadura también fratricida, cuya dimensión de tragedia todavía no ha sido debidamente aquilatada. Al erguirnos en democracia, a pesar de desafíos y encontronazos supimos reencontrarnos en libertad, con los gobernantes y los opositores respetándose y no insultándose. Sí: supimos todos aceptar los resultados de las urnas, incluso cuando el electo fue el ex guerrillero Mujica; y él como gobernante y como legislador acató la Constitución y respetó a los adversarios, a los que no aplicaba los exabruptos del personaje coprolálico que explotó hasta que se consagró for export.
El episodio de antenoche sumó un retroceso cultural más, a los muchos que venimos soportando.
La ciudadanía, constituida en opinión pública activa, debe reclamar con fuerza que se debatan ideas. Y debe exigir, también con fuerza, que en cada encuentro con adversarios renovemos el pacto de señorío que implica el sistema republicano.
En temas concretos, como la tenencia de la tierra y la despoblación de la campaña -asuntos que ya planteaba Baltasar Brum hace más de un siglo- nos debemos una discusión creadora, que ponga plan y método para que el Instituto Nacional de Colonización resuelva con consenso tecnológico y político, con la mirada puesta en los próximos 50 años, sin zampar resoluciones de base capricho.
Y en enfoques institucionales y de respeto interpartidario, nos debemos la conciencia de todo el daño que hacen los líderes naturales cuando renuncian a la banca senatorial para la cual fueron impuestos por la ciudadanía.
Habría bastado que estuvieran en el Senado los Dres. Luis Lacalle Pou y Álvaro Delgado para que pararan rodeo y se evitara pasar del alboroto de una interpelación a una degradación conceptual que nos ofendió a todos.