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El peligro de los Zeligs

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pedro bordaberry
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Zelig es, en mi opinión, la mejor película de Woody Allen. Se trata de una comedia filmada como si fuera un documental en blanco y negro. Trata de la vida de un personaje ficticio que se llama Leonard Zelig. Ocurre entre 1920 y 1930.

Zelig tiene una extraña condición. Es como un camaleón que se adapta a las personas que lo rodean para ser querido por ellas. Ese deseo de generar empatía y agradar, que todos tenemos, es llevado por Allen al extremo de situaciones semi hilarantes.

Cuando está en Chicago con gángsters se viste y habla como ellos. Reunido en Boston con Republicanos comparte sus ideas. Al rato conversa con Demócratas y dice lo contrario.

Una psicóloga, protagonizada por Mia Farrow, se interesa en el caso y constata que el deseo de agradar de Zelig es tan fuerte que hasta le produce cambios físicos. Así cuando se junta con judíos ortodoxos, le crece la barba como estos. Si se reúne con afroamericanos se le oscurece el color de la piel o si está con personas con exceso de peso, engorda.

Convertirse en modernos zeligs es el peligro que enfrentan hoy algunos de los integrantes de la Coalición Republicana. En especial en tiempos de crisis y decisiones difíciles en que la oposición no le ha dado ni un minuto de tregua al gobierno.

Desde la comodidad de no tener que llevar adelante la gestión, el Frente Amplio viene pidiendo muchas cosas. La mayoría contradictorias.

Cuando surgió la pandemia solicitó la cuarentena obligatoria. Después, cuando la libertad responsable mostró resultados, negaron haber pedido cuarentena. Ahora que los casos aumentaron vuelven a pedir restricciones severas a la movilidad.

Restricciones que no se les escuchó cuando gremios identificados con el propio Frente Amplio hicieron muchas marchas y aglomeraciones o se habilitaron, sin mecanismos de prevención de contagio, vías públicas de paseo en Montevideo.

Estas medidas restrictivas que pide el FA son las que viene aplicando, sin éxito alguno, el gobierno argentino. Al extremo que dispuso el toque de queda.

También insiste en gastar más y endeudarse. Lo hace sin escuchar a las calificadoras que advierten que se corre el riesgo de perder el grado inversor. Lo que significa pagar más intereses. Por lo que el gasto volvería a aumentar y se tendrían que destinar más recursos a pagar la deuda. Lo que hará que vuelva a bajar la calificación y entremos en una mayor crisis.

Salvo que desde el FA pretendan, como pidieron en el 2002, declarar el default. Es lo que hizo Argentina que tiene hoy más del 40% de su población en la pobreza o Venezuela que tiene casi el 80%.

¿A eso quieren llevarnos?

El riesgo, sin embargo, no es el FA. Sus contradicciones son tan groseras que la ciudadanía, por suerte, las está distinguiendo claramente.

El problema son los que, integrando el oficialismo multicolor, se empiezan a desmarcar del gobierno. Son quienes escuchan a la oposición pedir medidas y restricciones y se suman.

Ven que algún sector solicita aportes económicos y se convierten en sus voceros. Aparece una minoría reclamando contra la forestación y presentan proyectos de ley o pretenden modificar políticas estables que llevan casi 40 años. Políticas que apoyaron gobiernos colorados, blancos y frenteamplistas.

Esos pedidos empiezan a crear una carrera de propuestas y exigencias cada vez más radicales. Así, si uno pide diez el otro pide veinte para no dejarle el espacio ante la opinión pública. Cada uno solicita un poco más y se van corriendo a la izquierda o derecha del espectro.

Es el riesgo de los populismos que miran más lo electoral que la responsabilidad de gobierno y el bien común. Tienen en cuenta el interés personal y no el nacional, el del Uruguay todo.

Como Leonard Zelig se transforman para agradar al grupo que escuchan o que los rodea. Esto no quiere decir que por integrar la coalición de gobierno no puedan discrepar o hacer aportes.

Todo lo contrario.

Al ser parte tienen el deber de aportar y si no están de acuerdo hacerlo saber. Pero, en una coalición de gobierno seria y responsable no se anuncia por los medios lo que se le va a plantear al Presidente o las discrepancias. Se va y se habla de ella con él en forma personal y no por la prensa. Se le plantea, se escuchan los argumentos, se buscan coincidencias y se llegan a consensos que permiten gobernar.

De eso se trata. De responsabilidad.

Más en esta hora difícil en que con absoluta mala fe algunos pretenden en forma rastrera endilgarle al Presidente y algunos Ministros la responsabilidad por muertes o contagios.

En esta hora difícil es que tiene que aflorar el espíritu patriótico y de responsabilidad de gobierno. Es en estos momentos en que no se puede mirar para otro lado. Es la hora de la Patria. De jugársela por el Uruguay y los uruguayos cuando la mano viene complicada y no cuando todas son mieles.

De lo contrario se puede terminar como el desgraciado Leonard Zelig que de tanto buscar empatía terminó agradando a los nazis y trabajando con ellos en los años previos a la Segunda Guerra.

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