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El pasado de una ilusión

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Julio María Sanguinetti
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Este título se lo tomamos prestado a un notable libro de Fran-çois Furet, el gran historiador de la revolución francesa, que motivado por profundizar en esos sacudones de las sociedades, escribió un "ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX".

Furet fue marxista, de ahí que la "ilusión" fue el modo como alude al error que él mismo, como tantos otros intelectuales, cometieron a mediados del si-glo que pasó. Eran los tiempos en que en París se decía que "más vale equivocarse con Sartre que tener razón con Raymond Aron".

La cuestión es que a propósito de los 200 años del nacimiento de Carlos Marx, en todo el mundo occidental se han realizado seminarios y debates sobre su pensamiento e influencia. Y da la casualidad de que ello ha ocurrido en nuestros países, los que no vivieron regímenes comunistas, a diferencia de aquellos de Europa del Este, donde —curiosamente… o no— muy pocos deseos de recordar hay para aquel pasado y el tremendo legado de tiranía y pobreza que dejaron. Digamos al pasar que este se documenta de modo concluyente en otro gran libro, coordinado por el historiador francés Stéphane Courtois, que reunió a colegas de toda Europa para escribir lo que llamaron "El libro negro del comunismo".

La perspectiva del tiempo nos dice que pocos pensadores han tenido tanta influencia como Carlos Marx. La revolución bolchevique de 1917y todas las que le siguieron, abrevan en el pensamiento de un Marx que murió en 1883 y no pudo ver, entonces, la aplicación de sus ideas, llevadas adelante por Lenin, Trotski, Stalin y la caterva de dictadores que les acompañaron en los países de su órbita.

Su descripción de la sociedad capitalista es sin duda notable. Empieza por reconocer el valor "revolucionario" de la burguesía, que destruyó la economía feudal y a cada paso fue cumpliendo avances políticos. Incluso describe —junto a Engels— la globalización que se estaba produciendo, con una actualidad tan asombrosa que parece escrita por un liberal contemporáneo.

Donde sus errores se hacen clamorosos es en su concepción materialista y la presunción de la existencia de leyes inexorables, que llevarían al capitalismo a su destrucción revolucionaria por la acumulación y concentración de la riqueza, paralela a la miseria de los trabajadores. La historia le ha desmentido: los países "burgueses", por el desarrollo de la idea democrática, le dieron el poder al conjunto de la ciudadanía y de ese modo se fue superando esa posible miseria por el desarrollo de una legislación social que construyó, progresivamente, las hoy llamadas clases medias. La revolución, en contra de su pronóstico, donde se dio fue en la Europa pobre del Este, en que su aplicación significó estancamien- to económico y pérdida de libertades.

Rusia, la vanguardia revolucionaria, entre 1917 y 1991 ensayó la instalación del sistema, hoy definitivamente enterrado para dar paso a una economía capitalista ortodoxa (se podría decir "salvaje"), que le ha dado por vez primera a una generación la posibilidad de elegir sobre su destino y percibir el fruto de su trabajo.

O sea que la "pauperización" no ocurrió en las economías de mercado y, en cambio, la caída brutal de la productividad, por el desaliento de quien trabajaba, llevó al derrumbe a las de planificación socialista. La Unión Soviética es un imperio que se extinguió por su "implosión" y no por una derrota militar, como en cambio ocurrió, al fin de la Primera Guerra Mundial, con los imperios austro-húngaro, ruso zarista y turco, mientras se abría el período de declinación del británico. Cayó el imperio soviético, con todos sus satélites, y cayó el sistema mismo.

Su idea de abolición de la propiedad privada, asociada a su concepción materialista de la sociedad, está en la base de su fracaso. Primero, por no entender que los seres humanos, además de necesidades materiales, tenemos ideas, sentimientos, religiones, adhesiones patrióticas, pasiones, que son parte esencial de nuestra naturaleza. Segundo, por ignorar que el derecho de propiedad, como bien lo dijo la revolución francesa, es un derecho individual inalienable que está en la base de las libertades. ¿Qué se reclama hoy en Cuba o en China? El derecho a ser dueño de un techo y no depender de una residencia del Estado adjudicada arbitrariamente. El derecho, también, a vivir de su trabajo, aunque sea a vender café y galletitas en un garaje de la casa. ¿Cómo tener productividad con obreros del Estado pagados sin incentivo alguno para su rendimiento? ¿Por qué los científicos y artistas huían, arriesgando a veces la vida, como pasa hoy con la gente sencilla y común desde Cuba y Venezuela? Simplemente, porque esa vida gris, programada, sin libertad ni esperanza, les lleva a la desesperación.

Dicho de otro modo, Marx fue un inteligente estudioso de la sociedad capitalista y un profeta cuya utopía, luego de su muerte, llevó a sus seguidores, en nombre de la dictadura del proletariado y la justicia social, a tiranías eternas y a un legado criminal de 20 millones de muertos en la Unión Soviética o 65 en China, a la persecución de los agricultores ("kulaks"), o a los judíos o a todo el que intentó impugnar el régimen. Por cierto la responsabilidad no es de Marx sino de los marxistas, pero a la hora del balance, su construcción ideológica resultó profundamente retrógrada. Lo rescatable es que el desafío que le planteó a la sociedad liberal, hizo que esta, precisamente por la fuerza de sus libertades, pudiera desarrollar sistemas de protección social que hicieron de la otra Europa, la occidental, las democracias más justicieras del universo.

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