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El hombre inclasificable

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martín aguirre
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Al final, lo hizo. Elon Musk, el hombre más rico del mundo, el villano soñado del “bienpensantismo” global, cumplió su último capricho: comprar Twitter.

Y lo informó a su manera, sin concesiones: “El pajarito ha sido liberado”, a la vez que se filmó entrando a la sede de la compañía con un enorme lavabo: “Let that sink in”, juego de palabras en inglés, significando que la noticia había que digerirla con tiempo.

Quienes no tuvieron tiempo para digerirla fueron los “capos” de la empresa, echados y escoltados por seguridad hasta la puerta. Entre ellos Vijaya Gadde, abogada de origen indio, responsable de las políticas de libertad de expresión de Twitter y, entre otras cosas, de la expulsión de Donald Trump.

Pero más allá de estos detalles, este episodio, y el ascenso de Musk al tope del Olimpo empresarial global, superando en el ranking Forbes a tal vez su némesis perfecta, Jeff Bezos (dueño de Amazon y del Washington Post), puede significar que el mundo vive un cambio tectónico.

Usted dirá; “¿por qué esta columna de análisis político uruguayo arranca hablando de algo tan lejano?” Porque es saludable salir de vez en cuando de las miserias aldeanas habituales. Y porque hay hitos que parecen ajenos, pero que terminan afectando más nuestra vida que una elección.

Internet vino a cambiar el mundo. Fue la promesa de una nueva era en las comunicaciones, libre, por fuera de la injerencia de políticos y gobiernos, un mundo “no regulable”, lejos de las garras de los planificadores y censores. Pero eso se fue apagando a medida que los gobiernos, pero sobre todo los pioneros de la red, se fueron haciendo mayores, más conservadores, y sus empresas lograron crear monopolios que han venido frenando la innovación. Los dueños de Google, de Amazon, de Facebook, pasaron de disruptores a señores bien, se aliaron con políticos y académicos para domesticar la red. Ya nada fue igual.

De hecho, esto coincidió con un fuerte movimiento a nivel de universidades, primero en EE.UU., luego en Europa, y al final en todos lados, que empezó a ver como amenaza la disidencia, y a imponer una agenda política marcada por una ideología colectivista, hipersensible e intolerante.

Elon Musk ya es el hombre más rico del mundo. La compra de Twitter puede significar un cambio radical en el debate público mundial.

Musk es la contracara de todo esto. Nacido en Sudáfrica se fue a vivir a Canadá y luego a EE.UU., donde tenía el camino marcado para ser uno más en la línea académica “tech”. Pero renunció a un doctorado en Stanford (!) para entrar al mundo empresarial. Allí fundó decenas de compañías, tuvo picos de gloria, y valles de miseria. Hasta que un par de goles lo consagraron. Primero fue Paypall, luego Tesla, la marca emblemática de vehículos eléctricos, SpaceX, una compañía privada de viajes espaciales, Starlink, un proveedor espacial de internet, Neuralink, una empresa que conecta neuronas con tecnología, The Boring Company, que fabrica túneles y que promete cambiar el transporte en el mundo. Y muchas más.

Pero más relevante que las empresas es su forma de operar. La contracara del líder inspirador, medido, políticamente correcto, Musk acostumbra meterse en líos, decir lo que piensa sin mucha delicadeza. Además, ha tenido una deriva política imperdonable.

Durante años fue generoso donante demócrata, y paladín de la lucha contra el cambio climático. Pero hace unos años hizo un “click”, y se fue inclidando hacia el otro extremo. Acérrimo crítico de esa agenda que en nuestras costas ha sido definida como “de género”, se ha enfrentado con activistas “trans”, con la cultura de la cancelación, con sindicatos, y ha dicho que el gran desafío para la especie humana hoy es la caída de la natalidad. ¡Pecado! Llegó a sostener que “el pánico con la pandemia es estúpido”, y es conocido por trabajar 20 horas por día, pero también exigir a sus empleados ese mismo compromiso.

Tal vez la gota que desbordó el vaso fue cuando dijo que apoyaría a Ron de Santis, el gobernador de Florida que es una especie de Trump, un poco más pulido, y que probablemente sea el próximo presidente de EE.UU. No por nada un buen amigo “progre” se quejaba hace poco de que “Lex Luthor” había comprado Twitter.

Claro que Musk tiene un lado oscuro. Muchos lo acusan de advenedizo, y de que mientras enarbola un discurso pro mercado, ha hecho su fortuna en base a subsidios y fondos públicos.

Pero ese no es el tema más importante. Lo central es que Musk representa la exacta contracara de ese mundo pulido, correcto, que detrás de una pantalla de diversidad ha castrado el debate, y donde salirse de ciertos cánones es receta para una muerte civil. Musk mostró que hay otra forma de llegar al tope. Y si logra imprimir su sello en Twitter, esa red social de escaso alcance, pero que es central para quienes definen las agendas públicas, vamos a ingresar en una era más impredecible, más caótica, más peligrosa... pero, esencialmente, mucho más libre.

Al menos para algunos, eso siempre es una buena noticia.

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