No cabe en esta columna el análisis completo que merece el discurso que pronunció el Prof. Yamandú Orsi ante la Asamblea General del Poder Legislativo, al asumir la Presidencia de la República que le discernió la ciudadanía.
Fue un paneo general desde el gran angular del jefe de Estado que habla desde todos, para todos. No fue un planteo polémico, trabajado en plano detalle desde el teleobjetivo minucioso de un jefe de Gobierno que busca enardecer a sus partidarios.
En el Presidente de la República, la Constitución concentra la misión unificadora del Estado y los cometidos del gobernante, dispersos, políticos y polémicos. Cada titular que asume puede elegir entre inventariar temas y en cada uno embanderarse con tesis polémicas o, en cambio, dirigirse a la República en nombre de ella misma.
Esta última fue la opción que asumió el ciudadano Orsi. Lo hizo, con la modestia de reconocer llanamente que recibe 40 años de “acumulación positiva” de los 40 años de democracia continua que ha vivido el Uruguay-, pero también con alta ambición, al proclamar, con cuño artiguista, la voluntad de afianzar “la pública felicidad”.
Fue plausible que haya afirmado “No llegamos al gobierno con la lógica de imponer. Personalmente me rebelo contra ese supuesto país de las dos mitades, donde la mitad que gana recurre al orden y mando, y la otra mitad debe estar poco menos que condenada a obedecer bajo protesta.”
Fue positivo que, aun reafirmando su compromiso con el programa de su partido, “aspira a revertir los problemas urgentes que padecen sectores importantes del pueblo uruguayo”, “no llegamos, no volvemos, con la verdad revelada, con la respuesta perfecta a todos los problemas, ni tampoco con el afán de cobrar cuenta alguna”.
“Ese supuesto país de las dos mitades” se alimenta por la explotación política que se hace hasta hoy de la alineación en torno a la guerra interna que vivimos hace más de medio siglo y desembocó en la dictadura. Un excelente camino para unirnos lo abren quienes se empeñan en rescatar los modos de debatir que le dieron al Uruguay sus horas de más gloria. En los diarios, en las radios, en el Parlamento, en el Sorocabana se debatía con vigor y hasta fiereza, sin que el ciudadano se acostumbrara a refugiarse en el silencio y sin que hubiera periodistas militantes que se disfrazaran de neutrales.
Tuvo razón el Presidente Orsi cuando dijo que “será necesario mucho diálogo, mano tendida y capacidad de comprender las distintas sensibilidades que expresa nuestra comunidad.” Pero se quedó corto cuando agregó “No me refiero sólo a las sensibilidades partidarias, sino también a las sociales, culturales, geográficas, étnicas, de género, entre otras”, ya que la dificultad no está en que no se haya escuchado a las varias sensibilidades que cita, sino en que no se sabe cómo sintetizar los griteríos sectoriales porque dejó de educarse para el civismo y se amordazaron las angustias del humanismo.
En un mundo donde Trump se enreda con Putin y abandona a Zelenski y con un vecindario donde Milei inaugura las sesiones del Congreso insultando a los parlamentarios como “casta”, para el Uruguay los principios, la manera de reflexionar y el modo de convivir resultan asuntos de identidad y orden público. Porque si lejos y cerca gobiernan locos, nuestro deber es defender la lucidez.