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El club de la pelea

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El congresista republicano por California, Kevin McCarthy, empezó con mal pie su andadura como presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos. Hace nueve meses hicieron falta 15 votaciones y todo tipo de concesiones por su parte para, finalmente, conseguir ser electo. Estaba dispuesto a casi todo con tal de satisfacer su ambición personal, lo que significaba doblar el espinazo ante el ala radical del partido republicano, que suscribe el principio trumpista de dinamitar antes que buscar consenso. Algo que comenzó de manera tan torcida estaba destinado a acabar peor.

McCarthy, un republicano moderado que en su momento buscó la anuencia del expresidente, ha pasado a la historia como el primer líder de la Cámara Baja destituido tras una moción de censura. Su propio partido se lo ha cargado. Para ser más precisos, un grupúsculo formado por ocho republicanos alzados selló su suerte al votar en su contra con la bancada demócrata. El ya depuesto McCarthy ha dicho que no aspirará nuevamente a tan volátil puesto. En eso le sobra razón, pues si algo se ha demostrado en los últimos tiempos es que la Cámara de Representantes es un avispero que hace casi ingobernable al país. Las épocas de acuerdos bipartidistas por encima de las confrontaciones entre republicanos y demócratas son cosa del pasado.

A pesar de que McCarthy había hecho numerosas concesiones a la ultraderecha de su partido, estas nunca fueron suficientes. El congresista por Florida Matt Gaetz lo tuvo en la mira desde su accidentado nombramiento y se erigió como el bully que lo ha acorralado hasta sacarlo del juego por dos acuerdos puntuales con los demócratas: la suspensión del techo de deuda y, hace unos días, la prórroga presupuestaria temporal para evitar el cierre parcial del gobierno. Más allá de las profundas diferencias, se trataba de esquivar dos crisis. Sin embargo, Gaetz y sus siete insurrectos apostaron por la paralización legislativa antes que buscar salidas. Es la escuela explosiva del trumpismo que encuentra eco en las bases del partido. Además, el de Florida se la tenía jurada por no haber abortado una investigación en su contra del comité de ética del Congreso, acerca de un presunto comportamiento sexual indebido.

Por mucho que McCarthy se arrodilló ante las exigencias de una minoría republicana con poder, al final ha sucumbido. Tampoco los demócratas le perdonaron que impulsara un proceso de impeachment contra el presidente Joe Biden. La debacle ahora se cierne sobre una Cámara de Representantes inoperante hasta le elección de un nuevo speaker.

Lo que está en juego son cuestiones fundamentales como la financiación del gobierno, una aguda crisis migratoria que no acaba de resolverse o la ayuda a Ucrania, que radicales como Gaetz pretenden eliminar siguiendo la doctrina aislacionista que Trump defiende a ultranza y que beneficia a su amigo en el Kremlin. Difícilmente se pondrán de acuerdo y el caos seguirá reinando. Steve Bannon, quien fuera gurú del expresidente, ha comparado sus objetivos con el “Club de la pelea”, en referencia a la novela y la película inspirada en el libro sobre un grupo de tipos violentos cuyo fin es desmontar el sistema.

Más de uno en el Capitolio no tiene intención de parar hasta lograrlo

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