El archienemigo del autoritarismo

 

Ningún conservador o liberal consultado sobre la obra de Gabriel García Márquez introduce su respuesta aclarando que no coincide con las ideas políticas del autor de Cien Años de Soledad. Directamente reconocen su inmenso talento, o explican por qué no les gusta ese autor o el género del Realismo Mágico.

En cambio, un altísimo porcentaje de izquierdistas y populistas anteponen a la respuesta la aclaración de que no coinciden con la posición política de Mario Vargas Llosa, y a renglón seguido la mayoría admite la dimensión imponente del escritor peruano.

La razón es que García Márquez rara vez describía públicamente su posición política. Se lo sabía de izquierda y admirador de Fidel Castro, no lo ocultaba en absoluto, pero no era común que hablara al respecto. En cambio el autor La Tía Julia y el Escribidor hizo de sus pronunciamientos políticos una constante. Y esos pronunciamientos hacían que muchos lo consideraran un derechista, un conservador o un ultra-liberal.

Pocos deparaban en el rasgo más importante de su posición política. Vargas Llosa fue, antes que nada, un enemigo del autoritarismo. Tanto en su juventud izquierdista como en su madurez centroderechista, el blanco de sus libros ha sido el autoritarismo mientras que, en sus manifestaciones públicas, jamás elogió una dictadura porque haya aplicado economías de mercado.

Para el autor de Pantaleón y las Visitadoras, la del general Pinochet era una dictadura criminal, aunque haya transformado la economía chilena abriéndola a las fuerzas del mercado.

Su primer cuento, Los Jefes, relata una experiencia propia. Como cadete del Liceo Militar Leoncio Prado intentó sin éxito hacer una huelga contra las autoridades militares en protesta por el autoritarismo y la injustica que cometían con los alumnos.

En Los Cachorros inició la crítica a la dictadura del general Odría, considerándola el “ochenio” que deformó y aletargó al Perú.

En su primera gran novela, La Ciudad y los Perros, vuelve a cuestionar en profundidad la disciplina militar y el programa educativo del Liceo Leoncio Prado, inculcando supuestos valores que en realidad obstruyen una buena formación humana. Y la más profunda y reveladora mirada crítica sobre el régimen de Odría y sus consecuencias a largo plazo, llegó con la que muchos consideran su obra máxima: “Conversación en la Catedral”. La novela en cuyos primeros párrafos aparece la pregunta que atraviesa buena parte de su obra: “cuándo se jodió el Perú”.

Hasta aquí, el blanco exclusivo de su cuestionamiento era el Liceo militar y una dictadura derechista. Pero fue la deriva izquierdista del primer gobierno del APRA, encabezado por un joven Alan García y de consecuencias económicas desastrosas, lo que convirtió a Vargas Llosa en candidato presidencial de la centroderecha.

Perdió contra Alberto Fujimori, quien también gobernó como un autócrata derechista, y Vargas Llosa lo combatió durante su largo y oscuro decenio.

Su literatura continuó creciendo y en ella volvió a aparecer la historia política de Latinoamérica. Con dos grandes novelas de su etapa adulta y de su primera vejez, volvió a denunciar autoritarismos derechistas. En La Fiesta del Chivo convierte en paradigma del tirano abyecto al dictador dominicano Rafael Trujillo; mientras que en Tiempos Recios denuncia el estropicio cometido por la compañía bananera United Fruit al lograr que la CIA derrocara al socialdemócrata Jacobo Arbenz e impusiera al obtuso coronel Castillo Armas, iniciando en Guatemala la calamitosa deriva autoritaria de América Central y El Caribe.

En El Sueño del Celta, el villano es el colonialismo explotador de Leopoldo II en el Congo y el héroe es Roger Cassement, diplomático británico homosexual y adherente al independentismo irlandés, que denunció al mundo ese infierno de cruel opresión que impuso aquel rey de Bélgica en el corazón de África.

Admiraba a los paladines de la “Revolución Conservadora”, Margaret Thatcher y Ronald Reagan, pero nunca apoyó las dictaduras que esos líderes apoyaron. También escandalizaba al conservadurismo cuando se pronunciaba a favor del aborto, la eutanasia y el reconocimiento de la diversidad sexual.

Sin embargo, mientras el blanco en sus libros eran dictadores conservadores y derechistas, en sus pronunciamientos públicos apoyó a extremistas de derecha y defenestró gobiernos de centroizquierda como si fueran marxistas o populismos exacerbados.

La lente más profunda de su pensamiento político no es lo que manifestaba públicamente, sino su obra literaria. Para Vargas Llosa, el principal enemigo de la libertad es el autoritarismo.

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