El Año Nuevo 2025

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El año se inauguró con menos cohete, los comercios cerrados, las veredas sin gente y las avenidas desiertas. El silencio se nos pegaba desde la ropa no del todo veraniega y se apoderaba del alma nunca del todo sosegada.

Cada vez más, los 1 de enero paralizan a Montevideo con uniformidad casi religiosa: nos religa a todos con todos y nos unifica con una obediencia monolítica que parece islámica.

Por unas horas somos unánimes para los votos por el bien ajeno. En la pausa de los intereses, las discrepancias y las acusaciones, a todos nos llaman el interés general y el bien común. Y si todo eso es de la sociedad humana por las rendijas de las interpretaciones nos palpita la esperanza, virtud del espíritu que nos llama a trascender lo inmediatísimo de los datos pelados, y nos impele a salir de lo que meramente ES y a jugarnos en la lucha por lo que DEBE SER.

El Uruguay laico se hizo positivista y pasó a no creer más que en la ciencia experimental. Desde la izquierda socialista y desde la derecha capitalista, múltiples miradas materialistas aprisionaron a muchos en la resignación a lo que se les mostró como efecto de leyes ineludibles.

En la atmósfera sensualista donde el dato económico tiene más peso que la reflexión, fue fácil desterrar de las campañas electorales a la filosofía, al pensar profundo, al reflexionar con el adversario. El resultado no da para que lo festeje la coalición vencida en segunda vuelta ni da para que se alegre el lema triunfador del momento: un país que cae en la atonía del pensamiento, un país con opinión pública inerte y con debates sustituidos por encuestas de encargo, no puede servirle a ningún gobernante que cumpla el deber de alzar la mirada hacia el porvenir.

Por lo cual, cabe desear que el gobierno impulse planteos sustantivos que defiendan a la persona contra la deshumanización, devolviendo al Uruguay la prestancia de un pueblo en vigilancia permanente de sí mismo, en vez de alzarse de hombros y mirar para otro lado. Ya corrió la cuarta parte del siglo XXI. ¡Y pensar que sentíamos que el año 2000 nos parecía distante y se nos mezclaba con el fin del mundo!

El año entra con más interrogantes que certezas en cuanto al programa y a la relación del Poder Ejecutivo con el Parlamento. Pero nuestros dramas no son sólo económicos ni partidarios y felizmente no surgen de populismos como los que azotan lejos y cerca.

Por eso, nuestras reales angustias no son resolubles por la política ni por fallos de la Justicia: es que fincan en deficiencias de la formación personal, en costumbres ramplonas y en ideario empobrecido. Basta recorrer desde la práctica de la abogacía el temario de los conflictos, para advertir que asistimos a un penoso vaciamiento de la filosofía de vida.

Una profunda crisis de los sentimientos normativos hace que se borren los límites entre lo obligatorio, lo permitido y lo prohibido. La imperatividad de la Constitución y la ley se sustituyen por lo que mal puede interpretar el aplicador de una aplicación que fija con rigidez la impersonalidad de casi todo.

Si convirtiéramos los silencios casi religiosos de los 1 de enero en verbo claro y fuerte de un civismo exigente, ¡qué Uruguay libre y fraterno podríamos edificar juntos!

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