Esta semana nos deparó dos noticias funestas. Por un lado el acuerdo de paz en Medio Oriente, que tras dos años de guerra cruenta, logró articular nada menos que nuestro Hitler contemporáneo, Donald Trump. Y la otra, el Nobel de la Paz, adjudicado a la líder opositora venezolana María Corina Machado, tras años de lucha ingrata contra el régimen de Chávez primero, y Maduro después.
El lector con un mínimo de humanismo, dirá “éste se volvió loco?”, “¿en qué cabeza cabe que esas noticias puedan ser malas?”
Y tendrá razón. En sí, se trata de dos eventos que deberían alegrar y llenarnos a todos de entusiasmo y optimismo. Pero, un periodista que lleve algunos años en el oficio está formateado para ver el vaso medio vacío. Y acá, ese espacio vacuo nos golpea en la cara con una confirmación alarmante. Es que una parte demasiado grande de nuestra sociedad, en Uruguay y en casi todo Occidente, no sólo no festejó estos hechos, sino que los ve como tragedia.
Pocas cosas más reveladoras de ello que las caras de Fernando Pereira y Carolina Cosse durante la marcha organizada el otro día, el mismo día que se anunciaba el acuerdo de paz, para condenar a Israel e insistir con el supuesto genocidio contra los palestinos. En cualquier alma sana y racional, donde el desvelo por los sufridos habitantes de Gaza fuera honesto y puro, esa protesta debió convertirse en un festejo. Pero no.
Las expresiones de dos dirigentes, que están en lo más alto de la organización política más grande del país, era de velorio. Lo mismo que en muchos dirigentes políticos de la izquierda regional y europea, que ven este acuerdo casi como una traición. No vamos a ser tan simplistas de creer, como dicen algunos, que la decepción se deba a que se pone así fin a una causa que permite movilizar y activar a las bases de esa izquierda, siempre dispuestas a crispar el puño, incluso por los temas sobre las que tienen menos comprensión. Ni siquiera el hecho de que la paz haya venido de la mano de Trump. Hay otra explicación.
Pero cuando todavía no hemos visto el regreso de los civiles, muertos y vivos, que Hamás lleva dos años usando como arma de extorsión, ocurrió el otro bombazo. Y nadie con algo de sangre en las venas en el planeta pudo contener el lagrimón al ver el video del hombre del comité del Nobel de la Paz, emocionado, al comunicar a María Corina Machado que era la ganadora.
¿Nadie? Bueno, ojalá. Pero algunos de los principales referentes de esta nueva izquierda global, no disimularon su frustración. En Uruguay no tanto, aunque salieron algunos venerables “4 de copas” del Partido Comunista a lamentarse. Un sentimiento que reflejó como pocos el dirigente de esa cosa llamada Podemos en España, Pablo Iglesias, que dijo que darle el premio a Machado era lo mismo que dárselo a Hitler.
Más allá del detalle de la facilidad/frivolidad que tienen algunos para tirarle el “Hitler” a cualquiera que no piense como ellos, esto vuelve a ser perturbador. No olvidemos que este Iglesias tiene muchos seguidores, todavía, en su país y en los nuestros. Eso pese a todos los requiebres éticos que ha tenido en los últimos años, como el irse a vivir a un barrio de lujo, o mandar a los hijos a colegios privados, o a amparar en su núcleo a abusadores de mujeres. O sea, dejando en evidencia una hipocresía más grande que los ovarios de María Corina.
Y acá vamos a encarar el tema de fondo, y es que estas noticias en apariencia tan buenas, nos confirman por encima de todo que no hemos aprendido nada.
Cuando cayó el Muro de Berlín (porque miren que cayó... ¿eh?), muchos pensaron que se abría una nueva era en la sociedad global. Al menos en una gran parte de ella, ya que China o el mundo árabe, son otro cantar.
Pero después de décadas en las cuales vivíamos en un debate permanente, donde lo único que importaba era ver de qué lado del muro estabas, donde la realidad era secundaria, y las palabras armas arrojadizas sin valor, podíamos volver a conversar en un mismo idioma. Ya no habría afrentas como una “Alemania democrática”, que era una dictadura sangrienta. Ya nadie podría defender la represión como la de la Primavera de Praga, con argumentos como “salvar al socialismo”. Ya nadie justificaría un régimen hambreador y militarista en Cuba, por un “bloqueo” imaginario. Bueno, eso...
Podíamos discutir si más estado aquí, si más mercado allá. Si negociar con China estaba bien o mal. Qué hacer con Temu o con el puerto. Pero había valores, conceptos, ideas, que estaban fuera del debate. Ahora podemos confirmar que ya no es así. Si ni siquiera la evidencia pura de que el día que Hamás dejara de extorsionar a un país democrático con los huesos de sus civiles secuestrados, se terminaba la guerra. Si ni siquiera los eternos modelos de Suecia o Noruega valen a la hora de juzgar la política, es que volvimos a 1960. Y eso, estimado lector, es una pésima noticia.