Nació en Durazno hace 82 años, pero desde 1996 vivía en Paysandú. El dramaturgo, director teatral y docente Raúl Rodríguez Da Silva falleció la semana pasada, cuando prácticamente hacía las valijas para viajar a Moscú a dar clases, donde era ampliamente reconocido como uno de los más grandes expertos del mundo en el método Stanislavski.
Su muerte pasó vergonzantemente desapercibida. Encontré un sentido obituario en El Telégrafo de Paysandú, del que se hicieron eco también La Prensa de Salto, el diario digital Últimas Noticias y Radio Centenario.
No debe haber aficionado al teatro en el litoral norte que no haya pasado por sus clases magistrales; a nivel nacional era conocido sobre todo por haberse postulado a la presidencia de la República por el partido Asamblea Popular.
Su vida fue de película. En su juventud egresó de la Escuela Municipal de Arte Dramático y trabajó en teatro y televisión, aquí y en Buenos Aires, junto a personalidades legendarias y tan disímiles como su maestra Margarita Xirgu, Lautaro Murúa y Luis Sandrini. En los años 60 se afilia al Partido Comunista, pero más tarde se incorpora al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros. Lo detienen en 1972 y, al ser liberado viaja a Chile, donde es apresado nuevamente y enviado al Estadio Nacional, en aquella monstruosa operación que culmina con una masacre. El cronista de El Telégrafo E.J.S. cuenta que Raúl se salvó milagrosamente, por tocarle el número 11 cuando los militares pinochetistas practicaron “la decimación, un muerto cada 10”. Algún día habrá que recordar a los uruguayos que vivieron aquella reclusión: allí estuvo también el maestro de danza Alejandro Godoy, en una pesadilla que ha quedado documentada en crónicas, libros y películas, como fue el caso de la novela Estadio Nacional (2023) de Guillermo Parvex, y el filme Missing (1982) de Costa Gavras.
En el perfil de Wikipedia de Raúl también se consigna que fue liberado “por mediación del diplomático sueco Harald Edelstam, poco antes de ser fusilado”.
Retornó al país, en plena dictadura, e intentó rearmar el MLN, pero cayó preso en 1975; recién sería liberado con la ley de amnistía de 10 años después.
Todas las fuentes son contestes en que él difícilmente hablaba de esta historia: más allá de su candidatura por Asamblea Popular en las elecciones de 2009, sus últimas décadas fueron de una dedicación sostenida y apasionada por el arte teatral.
En 1996, grandes gestores culturales como Roberto Jones, Elena Zuasti, Jaime Yavitz y Tomás Lowy, que integraban el equipo de Cultura del MEC de esa época, lo eligieron para dar clases de actuación en Paysandú, donde se instaló desde entonces.
Paralelamente, representó para toda América Latina al Instituto Ruso de Artes Teatrales (GITIS). Fue miembro de la Asociación de Escritores de Rusia. Creó y gestionó la Muestra Internacional de Teatro del Mercosur Interior “Atahualpa del Cioppo” y dirigió su propio Taller de Actuación. Durante años dictó clases del método Stanislavski nada menos que en Moscú y en Minsk, adonde llevó de gira a elencos sanduceros en cinco oportunidades. En enero de 2023, recibió de ese país la medalla conmemorativa Fiódor Dostoievski, una máxima distinción artística por su importante legado.
Una muestra cabal de su devoción por el teatro fue que se presentó a todas y cada una de las convocatorias a docentes que hicimos desde el Instituto Nacional de Artes Escénicas del MEC entre 2021 y 2024. Para poder ofrecer 120 talleres gratuitos en más de 50 ciudades de todo el país, realizamos una serie de llamados abiertos, ofreciendo a los docentes retribuciones acotadas: Raúl se presentó todos los años y obviamente fue seleccionado con el máximo puntaje. Así dio cursos gratuitos en Salto y Paysandú sobre el método de Konstantín Stanislavski, llegando a desarrollar una versión teatral de Crimen y castigo, la gran novela de Dostoievski. Hablábamos a menudo. Me contaba que en esas clases, realizadas en el Centro Cultural Nacional de Paysandú, duplicaba y hasta triplicaba los cupos de 20 alumnos, y trataba de dar tiempo a todos para que pudieran vivir la experiencia de una interpretación escénica creativa y comprometida.
Estábamos en las antípodas en cuanto a convicciones ideológicas, pero compartíamos la pasión por un arte que nos trasciende.
Me parece importante recordarlo hoy con la veneración que Raúl merece, en momentos en que se gastan tantos minutos y centímetros mediáticos en homenajear a ídolos con pies de barro.
En momentos en que algunos deciden cerrar la biblioteca pública más grande del país por un piso roto o unos protocolos que faltan, justo el día en que debíamos haber aprovechado para celebrar su aniversario y promover la lectura.
Hubo y seguirá habiendo gente entre nosotros que, más allá de sus filiaciones partidarias, ha sido y continuará siendo consciente del valor de la cultura como transformadora de la vida.
A los familiares y amigos del maestro Raúl Rodríguez Da Silva, mi abrazo emocionado.