Sí, señor: fui uno de los quince mil uruguayos que precompró entradas para ver Barbie en su primer fin de semana. Supuse que me enfrentaría a un producto más del advertainment hollywoodense: ese recurso de producir películas de ficción con la sola finalidad de publicitar productos, del que salieron pasatiempos olvidables como Celular para Nokia, Náufrago para Fedex y Armagedón para la NASA, entre otros.
Pero al ver Barbie me encontré con una gran película, en parte por su imaginativa dirección de arte, pero principalmente por un guion desafiante, que combina la parodia de la sociedad actual con apuntes filosóficos de alto vuelo.
Su directora Greta Gerwig ya había bromeado sobre el posible paralelismo antitético entre la trama y el Génesis bíblico: “Barbieland”, el mundo plástico donde viven los muñecos humanizados, es un Jardín del Edén paradójico donde no es la mujer la que sale de la costilla del hombre, sino a la inversa. Y el destierro al “Mundo real” es un correlato de la expulsión del paraíso.
El argumento está salpicado de referencias a la imagen de la marca a través del tiempo. Es sencillamente deliciosa la escena en que la muñeca protagonista se las ve con cuatro chicas adolescentes que la insultan de arriba a abajo, acusándola de haber perpetuado un estereotipo que retrasó las reivindicaciones feministas por 50 años. Creada en 1959, la famosa muñeca ha transitado una de las evoluciones más fascinantes del marketing contemporáneo: de matrizar un ideal femenino de rubia delgada y tonta, con el tiempo fue virando su posicionamiento con extensiones de línea y nuevos diseños que instalaron un paradigma de aceptación de la diversidad en lo físico y racial, y también en los logros profesionales a los que las mujeres pueden y deben aspirar. Algunos dirán que lo que hizo la marca fue apenas una serie de volteretas gatopardistas para perpetuarse, pero la realidad es que se trató de un producto que supo adaptarse a los cambios culturales y reflejarlos con puntería.
En un recurso habitual en los productos de advertainment, consistente en mostrar defectos de la propia marca e incluso burlarse de ella, la película instala un directorio de Mattel integrado solo por hombres (y todos bastante estúpidos), que sostienen esa estrategia de empoderar a las niñas con el único afán de compensar en el plano simbólico aquello que niegan al sexo opuesto en sus espacios de poder. Y al fin y al cabo, ¿qué otra cosa ha sido Hollywood a través de su historia, sino una máquina de sueños compensatoria de la opacidad de la existencia de millones de espectadores?
Asumo que la burla al patriarcado en el mundo occidental que hace la película es algo exagerada, pero así suele serlo toda parodia que se precie de tal.
Hay también algunos mensajes explícitamente panfletarios, como el catártico discurso del personaje que interpreta América Ferrera, sobre la aparente tragedia de ser mujer en la sociedad actual.
La inequidad de género existe, sin duda, pero reducir los problemas sociales a una guerra de dominación de hombres contra mujeres es frivolizar y omitir injusticias sistémicas mucho más dramáticas.
Lo más interesante del guion está en el contenido existencialista que asoma en las escenas finales: la difícil opción entre ser una idea (la muñeca, imperecedera) o quien la imagina (su inventora, efímera).
Y es en la introducción del filme donde está el momento de mayor inspiración, en una referencia humorística a la primera secuencia de 2001 odisea del espacio, el clásico de Stanley Kubrick. Los hombres-mono de aquella película que, gracias a la influencia misteriosa de un monolito, descubren que pueden usar huesos como armas para matar animales e imponerse contra otras tribus, son graciosamente sustituidos por niñas chiquitas aburridas, paseando sus muñecas bebé, que de golpe se enfrentan a una Barbie gigante que les confiere la energía para reventarlas contra el piso.
La paráfrasis es fascinante y no solo por su potencia humorística. En el fondo, Gerwig plantea la similitud entre el amanecer de la especie que propone Kubrick, donde el primer paso evolutivo está dado por el descubrimiento del arma que permite matar, imponerse y conquistar, con la liberación femenina que presupone cambiar el paradigma de mujer recluida en el entorno hogareño por el de dueña de su destino.
He leído comentarios de personas conservadoras que hacen una interpretación literal de esa secuencia: ven en las niñas que destrozan a sus muñecos bebés una metáfora de la reivindicación feminista del aborto. No creo que un producto fílmico apadrinado por Mattel haya querido llegar a tanto, pero lo que está claro es que toda la ficción, así como la marca que promociona, apuntan a contrastar la imagen de mujer baby boomer de mediados del siglo pasado con la de hoy, que lucha a brazo partido por una posición igualitaria en la sociedad. Son resonancias que dan una profundidad controversial a una película que superficialmente, parece apenas un vistoso entretenimiento.