¿Crisis política?

En los últimos días me coincidieron, un almuerzo con un veterano politólogo y encuestador y , luego, escuchar un debate entre varios politólogos, más jóvenes.

Quedé preocupado.

No digo sorprendido o alarmado porque mis pensamientos vienen discurriendo por similares carriles a lo planteado por esos observadores calificados. Pero como sé que soy pesimista, mi esperanza oculta era la de estar equivocado.

Pues no. Todos coincidieron en manifestar seria preocupación por la situación política de nuestro país. El veterano llegó a compararla con la de mediados de los 60, cuando campeaba en el Uruguay un profundo desencanto y hasta rechazo de todo lo que oliera a política. Y ya sabemos cómo terminó.

Nadie está diciendo que la historia vaya a repetirse, pero hay causas de preocupación.

¿Qué es lo que están viendo estos politólogos (y muchos otros también)?

- Una elección (la pasada) que discurrió y se zanjó en una medianía, tanto de temas, como de personas.

- Un gobierno sin grandes metas, con poca capacidad de liderazgo, más bien flojo y hasta confuso.

- Un escenario político cacofónico, que discurre entre acusaciones y enfrentamientos. No es que no ocurra nada: sin ir más lejos, se aprobó el presupuesto, lo que no es poca cosa, pero tampoco es lo que marca la tónica y capta la atención de la gente.

- Desavenencias a la interna de los partidos:

Dura lucha MPP-Partido Comunista

División en el Partido Colorado

Insatisfacción y temblores en el Partido Nacional.

- Una oposición que no parece ocupar espacios políticos de envergadura, enredándose en un pico a pico casi continuo.

- Tampoco del lado de la sociedad civil se ven posiciones que llamen la atención sobre la situación de fondo, más allá de advertencias y planteos de varios think tanks.

El caso de los sindicatos es particularmente preocupante. Hiperpolitizados, con frecuencia dejan de percibir la realidad global del país, enchufados en sus dogmatismos ideológicos y su participación en las luchas internas del Frente Amplio.

Hay un factor que incide en el cuadro general y que no es del todo negativo: que no hay crisis ni amenaza de crisis. Como que no pasa nada grave (ojo, salvo para los más pobres y desamparados). No hay julepe que despabile al mamado.

Es en este tipo de cuadro que se suelen dar fenómenos de reacción por fuera del sistema y lo estamos viendo en muchos países del mundo. En algunos casos la reacción es por fuera del sistema establecido de partidos (Argentina, Chile, Bolivia, Reino Unido…) pero a veces se produce por fuera del sistema democrático, como ocurrió en nuestro país a fines de los 60, comienzos de los 70.

Hasta ahora, lo que estamos viendo son intentos del primer tipo: la aparición de outsiders al sistema político, caso Cabildo y, más recientemente, el Sr. Salle. El primero parece haber fracasado (quizás por querer mantenerse con un pie en el muelle y el otro en el bote).

Lo de Salle (que se mantiene con los dos en el bote), está por verse. Como sea, la experiencia histórica con outsiders, en general, no es buena: parece mostrar más casos de outsiders rupturistas que de reformadores.

En suma, hay desencanto, rechazo y anomia.

¿Cómo encararlo?

¿Quién debe hacerlo?

Empezando por lo segundo, la respuesta es que, por la naturaleza del problema y sus causas, el encare no puede dejarse exclusivamente a los políticos.

No digo sacarlos del asunto -lo que agravaría la cosa- digo que se requiere de un esfuerzo mayor que, además use instrumentos distintos: la sociedad civil debe hacerse cargo y cuando hablo de sociedad civil, pienso en toda entidad, grupo o persona, que tenga a su alcance un medio o modo de influir, sacudir, proponer. Desde los sindicatos, los gremios, las instituciones religiosas, los medios de comunicación, universidades, think tanks, etc.

El Uruguay tiene un problema cultural, (que subyace al problema político y lo condiciona). Cambiar una cultura y, sobre todo una cultura conservadora, anclada en una población veterana, es muy difícil. Crear conciencia y abrir los ojos, requiere de un esfuerzo concertado.

Ayudaría también, y mucho, que el país se abra a una mayor competencia: comercial, pero también de ideas.

Hora de encarar el Pacto de la Penillanura.

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