Ciertas reacciones de dirigentes colorados al resultado de las elecciones departamentales me provocan estupor.
Errando en el análisis de causa-efecto, apunta una nueva generación que atribuye el magro resultado electoral en casi todos los departamentos a haberse convertido en “rueda auxiliar del Partido Nacional”, como dice Flavio Harguindeguy, miembro del Comité Ejecutivo Departamental de Montevideo de esta colectividad. En una columna publicada ayer en El Día interpreta “una estrategia de dejar caer al partido para luego poner la bandera de remate”.
Supuse que era una opinión aislada pero luego me encontré con otras semejantes. En la misma publicación, Ricardo Alba rechaza la más que urgente idea de poner en práctica la Coalición Republicana (CR) en todo el país, calificándola de “ofensiva fusionista”. Y en la red X, Ramiro Tafernaberry refuta declaraciones de Andrés Ojeda interpretando que “el planteo es vender nuestro histórico partido, dejando de lado las ideas y pensando únicamente en los cargos”.
No los entiendo.
¿Quién dijo que universalizar la CR es renunciar a la tradición colorada? Nadie les pide que coloquen su nombre debajo del retrato de Aparicio Saravia. Una coalición es una alianza de partidos con base en principios comunes. Habilita que los precandidatos de cada uno compitan para que los ciudadanos elijan al mejor, y esto no impide que en la elección parlamentaria presenten sus listas por separado, con los énfasis programáticos que deseen.
Hablar de “rueda auxiliar del Partido Nacional” es desconocer que si este último lidera la coalición no es por una conspiración terraplanista, sino porque la ciudadanía así lo decidió. Lamentarse de que dirigentes colorados realicen alianzas puntuales como candidatos blancos en el interior es más o menos como quejarse de la ley de la gravedad. Échenlos del partido por traidores; en poco tiempo se encontrarán como el protagonista de “Aguirre la ira de Dios”, solos en una balsa a la deriva.
Guste o no a estos colorados principistas, el sistema electoral votado por los uruguayos en 1996 estableció el balotaje, sin el cual Jorge Batlle hubiera sido derrotado por Tabaré Vázquez en 1999 y la crisis de 2002 nos hubiese encontrado en un “paraíso”: desnudos y comiendo manzanas verdes. Una de las consecuencias directas de la aplicación del balotaje ha sido la alineación de los distintos partidos en dos bloques, que son los que compiten cada cinco años: de un lado los fundacionales y del otro el FA.
Esa diferencia constitutiva hizo que, a pesar de que en octubre de 2024 los primeros superaron al FA en 100.000 votos, no obtuvieron mayoría parlamentaria, lo que abonó el camino para que Orsi ganara en segunda vuelta. Suponer que un Partido Colorado fuera de la CR obtendría más sufragios de los que ahora saca no tiene sustento lógico.
La gente vota a personas. Si un candidato lo conmueve, queda en segundo plano a qué partido pertenece. Por eso Ojeda aportó una mejor votación colorada que en las instancias anteriores. Y tengo la sospecha de que si Ernesto Talvi no hubiera abandonado la política, hubiese votado aún mejor y tal vez llegado a la presidencia.
Lo que debe preocupar a estos jóvenes dirigentes no es un fusionismo inexistente, sino concretamente de qué lado quieren estar ellos: del republicanismo liberal o del socialismo colectivista.
El verdadero principismo debería ser ese.