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FRANCISCO FAIG
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Triunfó la sensatez en Chile ahora, cuando antes había ganado el extremismo? ¿Cambió pues radicalmente su parecer entre la postrevuelta de octubre de 2019 y la semana pasada?

El triunfo del Rechazo a la nueva Constitución fue amplio y universal: en todas las clases sociales y regiones, y en todos los tramos de edad. Y marcó, sobre todo, un signo político enteramente distinto al de la conformación de la Convención Constituyente (CC) de mayo de 2021, que fue la que ideó el texto plebiscitado. Fue una CC de amplia mayoría filoizquierdista, y rupturista con relación al régimen establecido en la Constitución de 1980 y sus siguientes, numerosas y sustanciales modificaciones.

Más allá de los resultados que arrojan las encuestas sobre los motivos del amplio triunfo del voto Rechazo -y que ninguno refiere a una preferencia propinochetista, como algunas paupérrimas interpretaciones zurdas han sugerido-, me importa centrar la atención sobre la diferente participación ciudadana. En efecto, cuando en las elecciones entre 2019 y 2021 las participaciones fueron, redondeando, del 50% del total, en el plebiscito del pasado domingo, cuando el voto fue obligatorio, se expresó el 86% de los habilitados.

Lo de Chile es pues un caso ilustrativo del sesgo que siempre termina imponiendo lo que se conoce como la minoría intensa: un grupo pequeño de ciudadanos, generalmente dogmático, sectario o fanático, que vive con pasión las cuestiones políticas, ve todo en blanco y negro, y que cree que el mal está todo de un lado y el bien todo del otro (el suyo propio). Giovanni Sartori considera aquí que la intensidad y la cognición tienen una correlación negativa, por lo que en las minorías intensas triunfa “la mente cerrada sobre la mente abierta”.

Mientras el voto fue facultativo, primó la minoría intensa más politizada y radicalizada.

Mientras el voto fue facultativo, primó la minoría intensa más politizada y radicalizada: en el protagonismo de la CC, por supuesto; pero sobre todo en las campañas proselitistas del bienio 2019-2021, que incluye, claro está, el triunfo presidencial de Boric (solo 55% de participación). Pero cuando el voto pasó a ser obligatorio, todo el sentido común ciudadano forjado por esa minoría intensa fue aplastado por el peso abrumador de la mayoría que, desde al menos 2019, permanecía silenciosa y que, al manifestarse votando, terminó cambiando el signo político de todo el proceso.

Es claro que también hubo muchos que apoyaron la idea inicial de cambiar la Constitución y que luego, al evaluar el texto propuesto, decidieron votar Rechazo. Sin embargo, la mayoría por el Rechazo fue tan amplia que no es descabellado pensar que, con votación obligatoria en la conformación de la CC, otro gallo hubiera cantado: la minoría intensa radical no hubiera copado la CC como de hecho lo hizo.

La enseñanza democrática es evidente: el voto obligatorio es clave para no caer en las manos de minorías dogmáticas; quienes más se movilizan no son necesariamente quienes mejor representan al verdadero sentir popular; y el sentido común ciudadano sigue alejado de las modas izquierdistas-ecologistas-de género que responden a una agenda radical estadounidense tan globalizada como completamente separada de nuestras verdaderas prioridades. Es un diagnóstico que sirve para Chile, pero también para Uruguay.

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