Capitalismo y sindicatos

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hebert gatto
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Vista sin veleidades técnicas, la economía de una nación se asemeja a un tablero electrónico surcado de perillas cada una de las cuales registra el rendimiento de cada sector productivo durante un período dado.

Su sumatoria supone el resultado global de dicha economía. Pese a lo cual su crecimiento o rebaja no implique necesariamente igual estimación en cada indicador.

Es habitual que aún en una situación de auge alguno de los subsectores de la economía no la acompañen. Ya sea porque requieran más tiempo para lograrlo ya por bajas sectoriales. Tal lo que hoy en nuestro país ocurre con el ingreso salarial que en atención a la pandemia y a la actual guerra de Ucrania, en alrededor del 40% de la mano de obra no logra estabilizarse. Crece la economía, recupera sus niveles prepandemia y sin embargo algunas de sus zonas productivas y sus respectivos salarios, turismo, comercio actividades culturales, fronterizas, etc., exhiben caídas en relación a sus registros anteriores. Esto, sin olvidar que todos los ajustes salariales son “ex post”, por lo que normalmente no abarcan las pérdidas acumuladas hasta su corrección. Esta realidad y otras de ese estilo son la que rechazan los sindicatos y la izquierda y constituyen sus principales razones para su impugnación del modelo capitalista. Se trata de objeciones que sin duda exigen corregirse mediante la intervención del Estado, pero usuales en una economía capitalista, sin omitir que en parecidas circunstancias también ocurren con los ingresos y utilidades de las empresas.

Por eso, los descensos y las recuperaciones del PIB en un país -durante el 2020 en Uruguay este disminuyó más de un 6%- es un fenómeno no inocuo, heterogéneo y difícil de corregir. Por más que, como ocurre con tantas cosas en la historia, suponga ganadores y perdedores. No se está sugiriendo que sea bueno que esto ocurra, particularmente para los asalariados, el sector socialmente más desprotegido de la sociedad. Solo que hasta ahora el hombre no ha creado ningún modo de producción (socialista, capitalista, autogestionario, cooperativista o mixto), que logre evitar estas recurrencias. La economía en tanto quehacer humano está sujeta a avatares inesperados, algunos relacionados con su propia organización, otros, como vivimos recientemente, con la imprevisible naturaleza. Aún así el capitalismo debidamente regulado, sigue constituyendo la única organización económica que desde el feudalismo los pueblos han preferido. Las alternativas perecieron.

Criticar sus enormes fallas es sencillo. Desde la indecente emergencia de los ultramillonarios que el sistema prohija, hasta el hambre en el mundo que el mismo facilita. Dos lacras entre otras que podrían superarse sin modificar su esencia. Por eso, constituye la única organización económica perfectible, acorde con la democracia y capaz de producir con eficiencia bienes y servicios. Sin quitarle estímulos, es posible mejorar sus usos distributivos. También, con la misma prevención, es factible aunque no sencillo, regularlo internacionalmente debilitando el cáncer nacionalista. Con ello no desembarcaremos en la utopía, ni conseguiremos el mejor modo de producción imaginable, sí el único, hasta donde sabemos, capaz, debidamente continentado, de combinar bienestar con libertad.

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