La denuncia de hechos graves que involucra a uno de los precandidatos a la Presidencia de la República puso el foco sobre lo que en Estados Unidos llaman “Dirty Campaigns”.
Si el episodio es parte de una campaña sucia y de desprestigio lo determinará la Justicia. Si lo fuera cabe preguntarse cómo prevenir este tipo de situaciones.
Resulta indudable que quienes incurren en estas conductas reprochables, más aún en tiempos electorales, deben recibir una sanción. De forma que no se vean tentados a repetirlas.
Tales comportamientos, reitero en caso de que la Justicia entienda que son reprochables, no son nuevos.
A principios de 1800 a Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos, le endilgaron en la prensa tener muchos hijos con una joven esclava de su propiedad llamada Sally Hemings. Doscientos años más tarde, gracias a los tests de ADN, se determinó si era verdad.
A John Fitzgerald Kennedy en las elecciones de 1960 le realizaron una campaña sucia utilizando para ello a los principales pastores protestantes de los Estados Unidos.
Cómo sería el primer presidente católico de la historia lo acusaban de estar sometido a la influencia del Vaticano.
En los siguientes comicios se enfrentaron Lyndon Johnson y el candidato conservador Barry Goldwater.
Esas elecciones estaban bajo el efecto del asesinato de Kennedy y la crisis de los misiles con Cuba. La campaña sucia consistió en hacer creer que Goldwater no tenía la capacidad emocional como para hacerse cargo del arsenal nuclear más grande del mundo.
Ahí nace un aviso de ataque que marca una nueva era en las campañas políticas.
Muestra una niña que deshoja una margarita mientras se inicia una cuenta regresiva mirando a la cámara. Esta termina enfocando uno de sus ojos y dentro de este una explosión nuclear.
Una voz dice: esto es lo que está en juego, vote por Lyndon Johnson a presidente.
Algo parecido enfrentan hoy el presidente Biden de quien se afirma está senil o Donald Trump con una lista de cosas que más vale ni enumerar.
Las campañas sucias por lo general parten de un hecho cierto, real, al que agregan mentiras y construyen lo que se llaman medias verdades que son la peor de las falsedades.
Echan sospechas graves sobre los candidatos y terminan afectando no solo su credibilidad sino su ánimo. Lo distraen de lo esencial para tener que dedicarse a la defensa de su nombre, honor y familia.
En nuestro país hubo varias infamias de este tipo.
Una fue contra Alejandro Atchugarry.
Alejandro era un hombre de gran prestigio luego de su actuación durante la crisis económica del año 2002. Todos lo recordamos con infinita paciencia, inteligencia y educación articulando la salida de la misma.
Cuando Alejandro Atchugarry deja el Ministerio de Economía vuelve al Senado. Era un gran capital del Partido Colorado. La persona con mayor aceptación entre la población.
Desde el MPP, Frente Amplio, denunciaron que varias personas habían retirado depósitos durante la corrida bancaria y se filtró el nombre de Atchugarry. Una infamia absoluta.
Pocos días después se rectificaron y le pidieron disculpas en el Senado.
Como el caballero que era Alejandro las aceptó.
Siempre me pregunté cuánto le pudo haber afectado ese episodio. Él nunca había atacado a nadie y siempre había tendido la mano. Sus propios compañeros a veces nos quejábamos de lo bueno que era con los adversarios.
Recibió ese golpe y puso la otra mejilla.
Nunca más fue candidato a nada ni participó de la política.
Otra infamia ocurrió en el final de la campaña electoral del año 2004. El destinatario fue Jorge Larrañaga.
De nuevo los golpes vinieron desde la izquierda, de un semanario de esa tendencia.
Filtraron de alguna forma que Jorge Larrañaga ejercía violencia doméstica.
Larrañaga era el candidato con mayor apoyo de los que enfrentaban al Frente Amplio en aquel entonces.
Treinta días antes de la elección se publicó un artículo en un medio que según Larrañaga tenía una manifiesta disposición contraria a su Partido.
Frontal como era, Jorge no dejó pasar la afirmación y enfrentó la calumnia.
Con seguridad sus asesores del momento habrán evaluado sobre si convenía referirse al tema e incluso hacer una conferencia de prensa acompañado de su cónyuge, como hizo.
Es lo que sucede en esas situaciones. Comienzan con rumores, alguna publicación en un medio de poco tiraje, eco en la redes sociales y la primera reacción, humana, es salir a contestar.
Me ha sucedido.
Los asesores, con razón, recomiendan no hacerlo. Del tema se enteraron hasta ahora unos pocos y no es creíble nos dicen.
Ahora si tu contestas, o los denuncias ante la Justicia eso pasará a mayores y ya no serán unos pocos a los que llegarán sino que serán miles. Es lo que buscan lo que difunden la información falsa, aclaran.
Entonces, la recomendación es no contestar puesto que el daño puede ser mayor.
Al final es todo cuestión de Ética.
Ética que como sostenían los griegos y repetía Santo Tomás debiera ser lo mismo que Política.
El problema lo armó un tal Nicola Maquiavello cuando le recomendó al Príncipe utilizar todos los medios para acceder o conservar el poder.
Convencido de que si luego lo ejerce bien, todo se olvidará.
Que no debe olvidarse.