Cabildo Abierto es un partido bisoño. Espero que nadie se sienta agraviado por este epíteto. Bisoño quiere decir sin experiencia.
Ninguno de los integrantes de Cabildo Abierto, de Manini para abajo, tiene experiencia política. Quizás se pueda exceptuar a la Ministra de vivienda, esposa del senador Manini, que fue edil en Artigas por el Partido Nacional.
Esta carencia de experiencia política se ha hecho más patente en la insistencia aplicada al proyecto para limitar la forestación. Esa iniciativa es mala por donde se la mire. En primer lugar, mirada desde la coherencia política. Veamos.
Cabildo Abierto cosechó prestigio y votos con el postulado de poner fin al desorden: se acabó el relajo. Va, pues, directamente contra esa imagen adquirida la insistencia en convertirse ahora en “enfant terrible” de la coalición, y pasar a ser un factor de desorden interno e indisciplina.
Otro punto. Suele inquietar a los integrantes de coaliciones de gobierno el peligro -real o supuesto- de pérdida de identidad partidaria a expensas del partido principal de la coalición: en este caso, el Partido Nacional. Para conjurar esta percepción de amenaza, Cabildo Abierto se siente inclinado a lo que los periodistas llaman marcar perfil. Esta iniciativa de Cabildo Abierto tendiente a confinar la actividad forestal, desafiando incluso el anunciado veto presidencial, sería un paso legítimo y necesario para mantener y resguardar una identidad y una legítima independencia. En teoría luce razonable. Pero solo a los ojos de un actor político bisoño. Parece mentira que haya que hacerle notar a la gente de Cabildo Abierto que la figura más popular y más respetada que tienen y la que mayor prestigio acarrea para su Partido es el ministro Salinas, que no ha necesitado diferenciarse para destacarse y está siempre asociado a la coalición y al gobierno.
En lo específico referente a la forestación y al noble propósito, enunciado una y otra vez por el senador Domenech, de defender al mediano y pequeño productor rural del apetito avasallante de las multinacionales de la industria maderera, la cosa es exactamente al revés.
Cualquiera que conozca el interior (conocer no es haber pasado cien veces: basta una con los ojos abiertos) -y pongo como ejemplo lo que va de Tacuarembó a Rivera a los lados de ruta 5 y que está todo forestado- sabe que esos campos arenosos y flojos solo servían para cultivar maní y sandía en los veranos; a la primera helada quedaba todo quemado. Esa región era puro chiquitaje apretado y sin futuro. Tranqueras, que está en el medio, era una tristeza de pueblo. Vayan a Tranqueras ahora. Los que vendieron sus cuadritas a la forestación sacaron una fortuna para comprar algo mejor en otro lado. Si saliera el proyecto de Cabildo Abierto esos campos que ahora valen arriba de tres mil dólares la hectárea volverían a valer trescientos (y al maní y la sandía). La forestación ha sido una bendición económica para el chico.
Construir en política, más allá de buenas intenciones, requiere un aprendizaje. La política no es: de frente ¡march!, menos en una situación de coalición de gobierno. La política es interpretar los vientos y discernir la dirección de las corrientes; es más para un marino que para un infante. A los objetivos políticos se llega sabiendo navegar, aprovechando a su favor hasta los vientos contrarios; la política es la destreza en la singladura. (También es cierto que en el mar algunos se marean).