No es que haya demasiado apuro, pero con lo que le cuesta a nuestro país encarar los cambios, más vale ir empezando a internalizar la cosa.
Me refiero al futuro de Ancap.
No se asusten, hablo del futuro. No es un pujo neoliberal, que pretende volver a plantear la privatización. Era una buena opción para el presente, pero ya fue: otra víctima de nuestro conservadurismo jurásico (también llamado “progresista”). Para el futuro me parece que privatizar el refinado sería casi imposible. No creo que haya una empresa privada interesada en comprar Ancap, ni siquiera dándole el monopolio, (lo cual sería imposible -y dañino).
Porque el problema de futuro no será de gestión -o de propiedad- sino de existencia.
Si hoy carece de sentido refinar crudo para un mercado tan reducido, en pocos años ese mercado se va a achicar mal, con la movida hacia los vehículos eléctricos.
Para el Uruguay, con la inversión hecha en energías alternativas (gracias a la ley de Empresas Públicas), el cambio de combustión a electricidad no solo es muy viable, sino que resultará enormemente beneficioso. Para el país.
Para Ancap, significará una fuerte reducción de su negocio central, cuyos costos fijos (entre los cuales deben contarse los laborales, a todos los fines prácticos), harán imposible continuar defendiendo la supervivencia del ente autónomo. Máxime si sumamos la contribución (negativa), de sus otras divisiones, como el cemento y la producción de azúcar y etanol.
Ahora, una cosa es que Ancap termine perdiendo toda razón de ser y otra que se la pueda cerrar.
Ya sabemos cómo es nuestro país para las decisiones “existenciales”: es el reino de los velorios sin entierros. Era sobre el Uruguay que Lavoisier estaba hablando cuando dijo aquella frase famosa de que “nada se pierde”. Mujica, con su flair pour le mot juste de demagogia popu, lo llama “las velitas encendidas al socialismo”, como Envidrio, Pluna y similares.
Pues, antes de que empecemos a recorrer el consabido camino de huelgas, exigencias de protección y subsidios, préstamos especiales de nuestro banco país y otras “soluciones” novedosas, bueno sería arrancar por el otro trillo yorugua, igualmente cansino, pero menos dañino: antes de arrancar el jueguengue de las mesas de negociación, la declaración de preconflicto y el resto de la liturgia popu, por qué no canalizar la gimnasia de forma útil aprovechando que tenemos por delante suficiente tiempo para cumplir con todos los lugares comunes.
Otra vez, no es por pruritos liberales. ¿Acaso no hay abundante experiencia en nuestro país del camino de los velorios, con velas prendidas al socialismo (o a lo que sea)?
No creo que haya una empresa privada interesada en comprar Ancap, ni siquiera dándole el monopolio.
Hay que mostrar que nadie gana con esos procesos: estructuras que no funcionan, sueños de cooperativas, de autogestión, de préstamos baratos y promesas venezolanas. A los trabajadores, con el cuco de un desenlace trágico (quedarse en la calle) los entuban en la senda del reclamo constante, que solo da réditos políticos (donde se inscriben los sindicatos). Porque, por más presiones que se hagan, si la realidad es, ES y cuando quienes deben decidir no tienen el coraje para hacerlo, lo sustituyen por una apariencia homeopática de cumplimiento: la agonía, lenta y sin futuro alguno, para los trabajadores. ¡Cuántos hemos visto ya de éstos!
Mejor no llegar a eso y empezar ya a plantear el tema con honestidad. No para soñar con solucionar lo que no tiene solución, sino para buscar los mejores caminos de una transformación inevitable: dando a quienes tengan posibilidades, las herramientas posibles y a los demás, ayudas honestas.
Como todo eso es difícil de plantear y en el Uruguay lleva mucho tiempo y discursos, no estaría nada mal que el gobierno comience a introducir el tema.
¿Por qué no, crear una comisión, integrada por expertos en materia de combustibles, economistas, representantes calificados de los trabajadores (que a veces coinciden con la dirigencia sindical) y alguna presencia del Estado, con el encargo, específico, de atacar la etapa de diagnóstico -exclusivamente- sin “contaminarse” con las consecuencias que ese diagnóstico pueda implicar? Lo que los ingleses llaman un green paper.
Se podría, incluso, hacer sinergia con algún organismo de crédito, para contratar consultores (expertos en la materia, no músicos proyectistas).
Una vez obtenido un diagnóstico serio y objetivo, podremos empezar el largo camino yorugua hacia el consenso posible y compatible con la realidad.