El clima global es de máxima tensión. Como si no fuera suficiente con el bombardeo en Qatar, los drones rusos sobre Polonia, o los buques estadounidenses en torno a Venezuela, el asesinato del polemista estadounidense Charlie Kirk amenaza a hundir a su país en un espiral de violencia de consecuencias imprevisibles.
Para el gran público, en especial en América Latina, Kirk era un desconocido. Sólo así se justifican algunos titulares en medios destacados de la región, o incluso la falta de cobertura. Pero quienes siguen de cerca la política de aquel país, tienen claro su relevancia, y lo que puede llegar a generar su cobarde asesinato. Kirk era un activista conservador, que no pedía permiso por sus ideas, las cuales defendía de la manera que mejor se puede hacer. Acudía al corazón de la “bestia woke”, a los principales campus iniversitarios, donde se sentaba bajo una carpa y polemizaba por horas con cualquiera que quisiera intercambiar con él.
No insultaba, no amenazaba, simplemente defendía sus ideas. Se había convertido, junto a otras figuras como Douglas Murray, Jordan Peterson, Ben Shapiro, o incluso Bari Weiss, en las voces de rebeldía contra el establishment ideológico que hoy domina el debate público.
Se animaban a defender posturas que iban radicalmente en contra de esa visión que podríamos denominar “progresista”, que es asfixiantemente hegemónica en la política y en los medios de comunicación masivos. Incluso en muchos que tienen una larguísima tradición de ideas conservadoras. En estas alejadas costas, se ha pretendido igualarlo con un barra- brava de Milei llamado “Gordo Dan”. Es como comparar a Roger Scruton con Esteban Valenti.
Por defender esas ideas, eran calificados como extremistas, ultraderechistas, nazis, y todo tipo de linduras, por sus rivales ideológicos. Que los señalaban con el dedo como representantes de un clima político tóxico, que estaba envenenando la política global.
Desde ya que el autor de estas líneas no compartía buena parte de sus ideas, pero lo consumía como forma de ejercitar el músculo neuronal, y por hacer esa cosa tan fuera de moda hoy que es “abrir la cabeza”. En particular es recomendable la presencia de Kirk en la universidad de Cambridge donde se encara con 400 estudiantes, en el marco de esa cultura de debate “anglo” que tanta falta hace aquí.
Hay algo que rompe los ojos tras este episodio. Y es el doble rasero que tiene mucha gente de izquierda con estos temas.
Por ejemplo, hace poco nuestro presidente Orsi se juntó en Chile con Lula, Boric, el español Pedro Sánchez, y el colombiano Petro, para denunciar el avance de las “ultraderechas”, y el peligro que representarían estas corrientes para la democracia. Sin embargo, las tres dictaduras que tenemos en la región (Cuba, Venezuela, Nicaragua) son de izquierda. Allí no hay libertades políticas, ni chance de cambiar al gobierno en las urnas. ¿Y la amenaza es la “derecha”?
Todos los días escuchamos a analistas y periodistas hablando de la violencia que implicarían los discursos que confrontan con las ideas socialistas. Desde Trump a Milei, del cuco espantoso de Vox en España a Cabildo Abierto. Ah, perdón, ahora Cabildo Abierto no nos parece tan malo.
Pero si vamos a los hechos... ¿de dónde está viniendo la violencia? Más allá de este cobarde asesinato de Kirk, Trump fue víctima de un intento de asesinato. En Colombia, acaba de ser asesinado un joven candidato a presidente, que se oponía al gobierno del socialista Petro. Igual en Ecuador. En Argentina, a Milei casi le arrancan la cabeza de una pedrada. Y uno de los fundadores de Vox se salvó de milagro luego de que le pegaran un tiro en la cara mientras caminaba por la calle.
No hay día en que no escuchemos a algún sensible analista o comentarista de la realidad, alertarnos sobre la violencia que generan los discursos de las “nuevas derechas”. Pero de manera incómodamente implacable, las víctimas de la violencia política parecen estar todas del otro lado.
Es difícil esperar que los militantes de las viejas izquierdas siquiera evalúen el tono cada vez más mesiánico y virulento de sus discursos. Siempre lo han tenido y es parte de ese sentido de superioridad moral y enojo perenne que es tan propio de esas corrientes. ¿Por qué? Bueno, ya que mencionamos a Scruton, el ensayista británico lo explicaba diciendo que mientras que un conservador se despierta y lo primero que ve son las cosas lindas de la vida, las que vale la pena cuidar y mantener, un marxista o un izquierdista sólo tiene ojos para las injusticias, para todo lo que habría que derribar. Eso, inevitablemente, se traslada al tono de debate.
Más preocupante es lo que pasa con periodistas y gente que debería tener una mirada más amplia. Y que parece tomada por una visión donde cualquiera que se salga medio milímetro de su estrechísimo marco mental es un violento, un “negacionista”, un “ultraderechista”. Esos polvos, terminan trayendo estos lodos.