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Ay... Argentina

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Allá por 1980, el economista Paul Samuelson hizo una especie de acertijo que se ha repetido hasta el cansancio. Él decía que había cuatro tipos de países: los desarrollados, los subdesarrollados, Japón, que nadie tiene claro cómo pudo ser desarrollado y Argentina, que nadie puede explicar que no lo sea. Ha pasado medio siglo y seguimos hundidos en esa misma perplejidad, la de una sociedad dinámica, creativa, con una brillante vida cultural, que ―pese a todas las riquezas materiales, tierra, minerales, paisajes no logre manejar su economía de un modo simplemente normal. Lo que se asocia a una constante inestabilidad política y una suerte de mito adánico: cada diez años la Argentina parece nacer de nuevo.

Como uruguayos vivimos indisolublemente ligados a ese azaroso sube y baja de la economía argentina. Recordemos que en 1985, cuando comenzamos el primer gobierno democrático después de la dictadura, la inflación llegaba a 672%. Nuestro querido amigo el Dr. Raúl Alfonsín había llegado al gobierno el 10 de diciembre de 1983 con todo su empuje republicano pero su primer año de gobierno había estado en 626%. Tanto fue el problema que, debiendo terminar su mandato en diciembre de 1989, hubo de retirarse en abril porque el desborde económico del tipo del cambio y la inflación (3.079%) generaron una situación que se hizo ingobernable.

En el caso de Alfonsín, su mayor promesa fue la democracia, no la economía. Sí fue el caso de Menem, que de la mano de Domingo Cavallo en 1991, con el plan de “convertibilidad”, derrumbó las expectativas inflacionarias. Estas renacieron cuando el “plan Cavallo” se transformó en “plan Menem” porque el presidente se había enamorado del éxito y se pensó que podía ser eterno. Y así fue que en 1994 se terminó con 2.075% de inflación.

Esta danza macabra de números nos está hablando de las enormes dificultades con las que el Uruguay tuvo que atravesar su exitosa transición institucional. Sin olvidar que en 1990 Brasil alcanzó el 2.047% de inflación.

En aquellos años también lucíamos como una isla de estabilidad pese a que nuestra inflación rondaba el 70%. Recuerdo que el primer ministro de Italia Bettino Craxi se sorprendía de cómo se hablaba de esa estabilidad uruguaya con semejante inflación a lo cual le respondí diciéndole que “estabilidad” quería decir “previsibilidad”, o sea que un año bueno nos podía dejar en 65% y uno malo en 90% pero no en esos tres dígitos propios de la región.

Después vino el noble intento de De la Rúa, devorado también por la inestabilidad, y la refundación del matrimonio Kirchner, deshaciendo algunas de las pocas cosas importantes que se habían realizado. Por ejemplo, cuando en 2008 confiscaron las Afaps y pasaron todo al órgano estatal con un desastre de vastas consecuencias (el mismo que traerían los partidarios de ese absurdo plebiscito constitucional que intenta el Pit-Cnt para confiscar los ahorros de los trabajadores y llevar al sistema a la inviabilidad financiera).

Estamos ahora de nuevo en otra refundación. Ya no es liberal sino libertaria, o sea la noble doctrina de Locke y Montesquieu llevada al nivel de dogma, con la contradicción que ello significa. Es verdad que el discurso de la asunción no fue la propuesta maximalista que venía agitando (dolarización, supresión del Banco Central) y que su gabinete luce moderado y más experiente que el novel presidente. La propia política exterior ha cambiado su aire con una sensata canciller, que ha intentado reparar en todo lo posible aquella locura de romper relaciones con Brasil y China. Naturalmente, la relevante presencia protocolar del presidente Bolsonaro hacía imposible la presencia del invitado presidente Lula. Algo parecido pasa con China, a la que ahora tiene que pedirle el apoyo financiero que personalmente el presidente Xi Xinping había prometido a Alberto Fernández.

Tan acostumbrados estamos a los abusos kirchneristas y preocupados por los posibles maximalismos mileistas, que la ceremonia, simplemente tradicional, nos ha reconfortado a la generalidad de los uruguayos, devotos como somos de las formalidades institucionales.

Hay que reconocer que el discurso fue amargo pero honesto: dejó al país enfrentado a la realidad de su estancamiento económico, sus distorsiones tarifarias, la explosiva crisis cambiaria y en términos generales la invocación a una decadencia histórica que le habría alejado de aquel paraíso novecentista. Nadie podrá decirle que no fue claro. La cuestión es ese ilusionismo muy latinoamericano que, por ejemplo, hace pensar que los desajustes económicos nunca nos van a llevar a un ajuste, cuando está claro que lo puede hacer el Estado tratando de conducirlo o lo hará la realidad salvajemente. Le pasó a Sergio Massa, que sustituyó a su antecesor Martín Guzmán en medio de una crisis cambiaria y (como doña Cristina no lo dejaba devaluar) el ajuste lo hizo la realidad, llevando el dólar de 200 a 1.000 pesos. Es lo que ocurre con el déficit fiscal que impone una constante emisión de dinero y su natural ajuste: el regresivo del impuesto inflacionario.

Milei va a intentar ser leal a su credo. Lo que todos nos preguntamos―abrevando en la esperanza―es cómo afrontar las adversidades con tan escaso apoyo parlamentario y político. El 56% de la elección le avala hoy pero puede ser efímero porque respondió más al rechazo de lo anterior que a una fervorosa adhesión a un programa nuevo. La sicología colectiva es muy particular, llena de sueños y nostalgias. Como decía Ortega, el argentino “tiende a resbalar sobre toda ocupación o destino concreto”, “es un frenético idealista que tiene puesta su vida en una cosa que no es él mismo, una idea o un ideal que tiene de sí mismo”. A lo que se añade una permanente contradicción que desde Moreno y Saavedra; Rosas, Urquiza y Mitre; Rocca e Yrigoyen, Sarmiento, Perón y Balbín, enfrenta a unitarios y federales, liberales y nacionalistas populistas a institucionales en un contradictorio impasse permanente. Como dice Nicolás Shum-way, “los mitos divergentes de la nacionalidad legados por los hombres que inventaron la Argentina siguen siendo un factor en la búsqueda frustrada de la identidad nacional”.

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