¡Atendé distraído!

¡Atendé, distraído! Con este llamado a viva voz y una vocación y paciencia celestial, el cura Reyno, veterano salesiano y profesor de canto, intentaba lograr que quienes integrábamos aquella piara incapaz de entonar la nota musical más simple, por lo menos le diéramos un poco de bola a sus clases.

Además de llamarnos la atención, nos repetía sin cesar, como un mantra, una advertencia sobre los riesgos de la tecnología más nueva que en aquella época nos deslumbraba -la tele a color-, nos decía: “cuidado muchachos, la televisión abomba”. Vaya si era un visionario. En una sola clase nos educaba sobre la importancia de estar enfocados, y pretendía ponernos a salvo de los riesgos que suponía para nuestro desarrollo intelectual el advenimiento generalizado del entretenimiento de la mano de los avances tecnológicos.

“Pon el arco en tensión, joven arquero, haz de tu voluntad musculatura, haz de tu brazo inteligencia pura, fija en la meta tu mirar certero, y al disparar la flecha dile: quiero”, reza la frase de Jerónimo Zolessi que aún se lee en los balcones del patio de la calle Maldonado del Elbio Fernández. Doy fe que el profesor Zolessi (Jr.) se rompía el alma inculcándonos la importancia del tesón, de la voluntad, de la actitud, de la sana ambición, y sobre todo de no perder el foco en como lograr nuestras metas.

Ya en facultad, cursando obligaciones, me embarqué a escribir sobre astreintes. Tarea que superaba ampliamente mis posibilidades y conocimientos como estudiante de primer año. Tuve la suerte de contar con la paciencia y guía de Jorge Peirano Facio, quien con una generosidad sin límites me dedicó horas de consejos para lograr que todo terminara en un trabajo decente. Recuerdo su afectuosa rigurosidad técnica, y su gran vocación por la enseñanza que trascendía lo jurídico. “Lea con atención, decida, y pode lo que sobra” me repetía.

El hilo conductor de lo que enseñaban esos viejos maestros era la atención. Y conste -reitero- en un mundo donde las distracciones no eran tantas. Si será importante entonces inculcarles a las nuevas generaciones la relevancia que tienen la atención y el foco en el desarrollo pleno de cualquier aspecto de la vida.

Prestar atención, entrenarse para hacerlo, y poder hacerlo, debe ser quizá el acto de libertad individual más importante.

Porque no hay libertad que no comience por decir quiero al disparar la flecha, como decía el primero de los Zolessi.

En este mundo donde scrollear es la principal actividad diaria de millones de personas, donde el acceso a información de todo tipo es ilimitado, donde las distracciones son invasivas, donde lo efímero se vende mejor que lo trascendente, ser capaz de parar entre tanto frenesí, observar, pensar, y decidir, es verdaderamente un acto privilegiado de libertad como ningún otro.

Por esto, además de tanta dedicación a promover las habilidades blandas, la transversalidad y libre elección de las materias que conforman la currícula, a la subida y bajada de contenidos educativos online, y a las clases híbridas entre presencialidad y virtualidad, quizá habría que agregar un poco de énfasis -ganas que le llaman- a enseñar a atender y pensar.

Porque en definitiva la educación es para ser más libres, no más dependientes, ni de personas, empresas, Estado, o tecnologías.

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