Alonso Puig en la filosofía

La conferencia del médico español Mario Alonso Puig no merece pasar inadvertida, puesto que fue un éxito fuera de lo común: colmó la sala mayor del auditorio Adela Reta, con más de un millar de personas que siguieron sus tres horas de oratoria y participaron en los ejercicios que propuso. ¿Éxito de lo que ahora llaman influencer? Sí, pero más que eso: consagración de una nueva manera de construir la filosofía desde lo íntimo y superior de la persona.

Los anuncios establecían que el objetivo de la disertación era “acompañarte a que descubras esa fuerza interior capaz de despertar la ilusión, potenciar la confianza y encontrar un camino hacia la claridad mental necesaria, para transformar lo que parece imposible, en posible”. Eso resuena como propósito funcionalista. Pero el enfoque fue más allá de lo que anunciaba. Su exaltación de las potencialidades de la criatura humana se nutrió con principios de sabiduría general y con filosofía.

Oyéndolo, uno sintió -otra vez- cuánta razón tenía Hugo Malherbe, que sostenía que “a la filosofía se puede entrar por cualquier lado, porque empieza como una reflexión entre amigos que profundizan cualquier tema”. En verdad, las reflexiones más hondas hoy no se concentran en tomos inabarcables que intentan sistematizarlo todo. Se vuelcan en páginas sueltas, en apotegmas, en ráfagas. El hoy exitoso coreano-alemán Byug Chul Han escribe como nuestro Vaz Ferreira hace un siglo: por ideas a tener en cuenta, entrenando al lector en el arte de discurrir.

Pues bien: más allá de su dominio de la escena y la voz, Alonso Puig encara un intento sutil y franco, dirigido a despertar un sentimiento lúcido del yo interior y una conciencia clara de que hay valores incondicionados.

Su convocatoria queda conceptualmente en los luminosos jardines que cultivó Viktor Frankl al reorganizar el pasado y proyectar el porvenir desde el logos -la palabra discurrida- con resonancias del Evangelio de San Juan y al sustentar que toda criatura humana tiene una esencia incondicionada, lo cual toma su filiación de Kant.

Es un mérito altamente plausible que esto que parece árido se divulgue sin citas pedantes y con sencillez popular. Ese mérito se cruza con el hambre de orientación valorativa que ha generado el relativismo resignado en que se chapotea hoy, no solo en el Uruguay sino en el mundo. Llevamos un siglo soportando diagnósticos materialistas y deterministas que nos acortan el horizonte y nos hunden en el descreimiento, la desesperanza y la resignación que sintetizó Discépolo en su qué vachaché.

Ahora bien: en todo el planeta, la expansión de la persona es un imperativo sin el cual no se consigue la individuación. Y en nuestro Uruguay, es una necesidad básica del sistema democrático que organiza la Constitución de la República, pues ella reposa sobre derechos, deberes y garantías anteriores a las leyes escritas, como muy bien establece el art. 72 de nuestra Carta Magna.

Por tanto, debemos recibir como compañeros de estirpe a estos trovadores internacionales de ideas desde las cuales vivir. Ayudan a la salud mental, ascendiéndola a estado de espíritu.

Y realmente, como advertía el inolvidable Carlos Benvenuto, en la convivencia humana hay siempre cuestiones de orden público espiritual, de las que somos responsables todos.

Aun cuando hoy haya demasiados que prefieren agachar la cabeza y silbar bajito, mirando para otro lado.

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