100 años de la comedia del hambre

Una traducción más literal del título The gold rush, la obra maestra del cine creada por Charles Chaplin, que el último 26 de junio cumplió 100 años desde su estreno, sería “la carrera” o “euforia” o “fiebre” del oro.

Conocida como La quimera del oro, su valor artístico radica en el uso del humor para denunciar cosas muy serias, como la pobreza extrema, la soledad y la codicia, pero principalmente el hambre.

En 1919, Chaplin se había asociado con otras tres grandes personalidades de Hollywood -Douglas Fairbanks, David Wark Griffith y Mary Pickford- con el fin de fundar la productora United Artists y conseguir así mayor independencia para sus proyectos fílmicos. El pibe (1921) y La quimera del oro (1925) son frutos principales de esa libertad creativa.

En la primera, revolucionaba la comedia de la época al incorporarle notas trágicas, con ese niño huérfano arrancado de su padre adoptivo, al que tendía sus brazos llorando desconsoladamente, mientras se lo llevaban en la caja de una furgoneta.

Para la segunda se inspiró en una historia real: la cruenta expedición Donner (1846) de aventureros que marcharon a Alaska en busca de oro y, acosados por el hambre y el frío, vieron morir a 40 de los suyos, mientras los sobrevivientes debieron recurrir al canibalismo. ¿Cómo hacer humor de semejante tragedia? Hay que ser un genio como Chaplin para lograrlo.

Su apuesta es caminar sobre el pretil de una comicidad que nace de la exposición de las peores miserias humanas, donde la finalidad de la risa no es burlarse de lo que se ve, sino al revés, dimensionar su hondo dramatismo por contraste.

El hambre devastadora, la necesidad imperiosa de ingerir algo para sobrevivir, lo que sea, impregna los mejores momentos de la película, como cuando Charlot adereza una vela con un poco de sal antes de comérsela, o cocina su propio zapato para compartirlo con su amigo Big Jim. Hay que ver la delicadeza con que lo hierve, lo sirve en dos platos (suela con clavos en uno, parte superior en el otro) y acepta con dignidad cómo el otro se apropia de la parte más “tierna”. Succiona los clavos como si fueran las espinas de un delicioso pescado, y envuelve los cordones en un tenedor para comérselos, como si se tratara de exquisitos tallarines.

Más tarde, Big Jim delira y ve a Charlot convertido en un pollo gigante al que trata de matar, y lo genial es que este se defiende como puede, pero desde la comprensión y solidaridad por la desesperación famélica de su amigo.

La necesidad de comida sigue enriqueciendo los mejores momentos de la trama. Ilusionado por una cena con invitadas que nunca llegan, Charlot sueña que practica para ellas una danza de dos pancitos pinchados con respectivos tenedores: una rutina con la que homenajeó a Roscoe “Fatty” Arbuckle, quien ya la había practicado en un film de 1917, y que se constituyó en una escena emblemática de la historia del cine.

Los críticos han apreciado que la denuncia que hace el autor de la pobreza y la exclusión no la realiza desde la justificación de la violencia social. Al contrario: se aparta de toda seducción pobrista para mostrar a la persona común que, aun en su mayor desvalimiento, no pierde los buenos modales e incluso la elegancia. Ese es uno de los componentes de la seducción multitudinaria que ejerció en el público, haber “dignificado la vida de los humildes” como dice un crítico español.

La pureza es la primera víctima de las ambiciones humanas. En una escena notable, dos tipos violentos forcejean por la posesión de una escopeta, que está a punto de ser disparada. Pero mientras lo hacen, apuntan siempre hacia el pobre Charlot, a pesar de que él se corre todo el tiempo para evitarlo. El recurso recuerda a otra de sus obras maestras, Tiempos modernos (1936), cuando el personaje levanta una banderita roja caída de un camión y corre para devolverla a su dueño, sin advertir que detrás de sí aparece una manifestación de obreros enardecidos y él queda involuntariamente liderándola, por lo que es rápidamente apresado y encarcelado.

Incluso el final feliz de La quimera del oro es engañoso: Charlot se hizo millonario pero eso no impide que instintivamente levante un pucho que otro ha tirado al piso. Y cuando se viste de vagabundo para una producción fotográfica, lo confunden con uno real, quedando demostrado que la apariencia es lo único que importa.

Sin embargo, la estatura poética del autor se aleja de todo victimismo individual. En otra escena, los asistentes a una fiesta de fin de año en una taberna cantan la célebre canción de la amistad, evocando a los seres queridos que han partido. Chaplin se detiene en los primeros planos de dos personas ignotas, un hombre y una mujer veteranos, que cantan con expresión melancólica, para recordarnos que todos convivimos con la herida de las pérdidas.

Y es que la vida es un poco como esa cabaña que hace equilibrio, siempre a punto de caer al abismo con nosotros dentro.

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