Por Aníbal Durán
Es una suerte de mixtura. Me refiero al contenido del título. Días pasados promotores asociados de APPCU me invitaron al lanzamiento de una segunda torre que están prestos a hacer (ya han terminado la primera torre), en un evento donde hablaron los titulares de la citada promoción. Veteranos en estas lides, promotores de vieja data, estaban como dos chiquilines ávidos de pegar la piñata con el palo, ojos vendados y toda la expectativa sobre el particular.
Este ejemplo que narro, lo extrapolo a decenas y decenas de promotores privados, que se embarcan sin solución de continuidad en proyectos de vivienda, compran terrenos, construyen ellos o contratan empresa, lo mismo sucede con un estudio de arquitectos y toda la parafernalia que existe en derredor de un proyecto que normalmente es de mucho dinero.
Por supuesto que están en busca de una utilidad económica y eso resulta una verdadera obviedad. Pero, es ese el leiv motiv? Me atrevería a decir que no. Suma en un cúmulo de objetivos, pero es eso, suma. Claro que también hay una generación que viene pidiendo cancha que está en las gateras para tomar las riendas, también se podrá decir que el promotor con un nuevo emprendimiento se mantiene “ocupado” y tantos argumentos más.
Pero créanme que la pasión por invertir, el coraje que se tiene por volver a desarrollar un emprendimiento, reitero que significa mucho dinero, es un acicate que se torna determinante a la hora de enfrentarse a esta realidad.
Seguramente muchos promotores no tendrían necesidad de volver a emprender. Se han ganado su dinero invirtiendo y trabajando y podrían depositar sus ahorros en distintas alternativas que se les presenten. Lo que no es óbice para que también lo compatibilicen.
Y ese coraje que se tiene y que muestra al promotor en las centenas de obras que se están construyendo, también lo enfrenta al coraje de enfrentar a lo nuevo y aceptar lo diferente en los accidentes que nos brinda la experiencia.
Una obra implica distintos estamentos de gente e implica además velar por la seguridad de los obreros. Implica el contacto con proveedores de insumos que tienen que cumplir con las fechas pactadas. Implica el trato cotidiano con el o los arquitectos y el seguimiento a una empresa de construcción, si fue contratada. Implica el trato con los obreros y todos sus posibles problemas que pueden acarrear. Es un fárrago interminable de aspectos y el promotor inversor necesariamente es la cabeza de la pirámide. Y nada de eso lo desanima ni lo deja timorato.
Gozan, disfrutan cuando ven que el emprendimiento nuevo se ha convertido en una nueva obra arquitectónica, que dará cobijo a decenas de personas, donde los lugares de esparcimiento de los edificios comienzan a ser un común denominador (los famosos amenities) y embellecen determinado barrio, conscientes de que se constituyeron en demandantes de trabajo durante el desarrollo de la obra y que una vez culminada, seguirá dando trabajo a otros tantos oficios.
Me consta el mundo está asfixiado de mercantilismo sórdido, chato; estamos enfermos de avidez. La obsesión del número final cierra la puerta a otros desvelos y materializa en términos dominantes todo el panorama de la convivencia. Pocas veces el escenario social ha brindado una perspectiva más materializada. El “tanto tienes, tanto vales”, ha echado fuertes raíces, ha deformado la conciencia de generaciones contemporáneas. Y claro está el promotor no es un lírico ni un benefactor social pero tampoco posee la avidez desenfrenada mencionada, donde solo puede valer un rédito económico. Drásticamente no es así.
Colofón: todos los riesgos inherentes a una operación del metier promoción, que además dura un lapso prolongado desde que se piensa la idea hasta que se finaliza, no hacen un ápice de mella en el alma aventurera de un promotor que además sale al ruedo conociendo los temas burocráticos a los cuales debe enfrentarse y que desde esta gremial intentamos paliar, con un lobby sostenido y respetuoso.
Me remito al título: es coraje, es pasión, es algo muchas veces difícil de explicar.