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La Unión Europea y su lucha contra el coronavirus: del orgullo al colapso

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Controles contra el coronavirus a la entrada de un hospital en Reino Unido. Foto: Reuters

EL VIRUS EN EL MUNDO

El bloque europeo creyó que estaba fuerte y que su sistema de salud frenaría al COVID-19 y ayudaría a países pobres. Pero no ocurrió así.

Chris Whitty, el principal asesor médico de Gran Bretaña, aseguró en 2018 a un auditorio reunido en un museo de Londres, que su país tenía una protección especial por el hecho de ser rico. Argumentó que la riqueza “protege de manera masiva a una sociedad de las epidemias”, así como la calidad de vida es más eficaz que cualquier medicamento para frenar las enfermedades que desgarran al mundo en vías de desarrollo.

La confianza de Whitty es compartida. En febrero de este año, los ministros de Salud de la Unión Europea (UE) se reunieron en Bruselas para analizar el COVID-19 surgido de China, elogiaron sus propios sistemas de salud y prometieron enviar ayuda a los países pobres y en vías de desarrollo.

“La responsabilidad es ínsita a nosotros, no solo por Italia y Europa, sino también por el continente africano”, dijo el ministro de Salud de Italia, Roberto Speranza.

“La UE debe estar pronta para ayudar”, coincidió la ministra de Salud de Bélgica, Maggie De Block.

Apenas un mes después la UE estaba abrumada. En lugar de proveer ayuda a sus antiguas colonias, Europa Occidental se convirtió en el epicentro de la pandemia. Las autoridades, que habían hecho alarde de estar preparadas, se encontraban intentando, de manera frenética, asegurar los elementos protectores y los materiales para tests, a medida que las tasas de mortalidad se dispararon en Gran Bretaña, Francia, España, Italia y Bélgica.

Se suponía que eso no debía pasar. Los conocimientos y recursos de Europa Occidental debían proveer el antídoto a los brotes del virus en regiones pobres. Muchos líderes europeos se sintieron tan seguros después de la anterior pandemia -la gripe porcina H1N1 de 2009- que redujeron los stocks de equipamiento y criticaron a los especialistas del ámbito médico por reacciones excesivas.

Pero, esa confianza sería el motivo de su desastre. Sus planes contra una pandemia fueron construidos sobre la base de cálculos erróneos y supuestos falsos. Los líderes europeos hicieron ostentación de la superioridad de sus sistemas de salud de nivel mundial, pero los habían debilitado en una década de recortes. Cuando llegó el COVID-19, esos sistemas no tuvieron la capacidad de realizar suficientes tests para ver el pico de la pandemia, ni garantizar la seguridad de los trabajadores de la salud después que el virus golpeó.

Los mecanismos de responsabilidad mostraron debilidad. Miles de páginas de planificación ante una pandemia resultaron ser poco más que ejercicios de trabajo burocrático. Las autoridades en algunos países casi no consultaron sus propios planes. En otros países, los líderes ignoraron las advertencias sobre la rápida propagación del virus.

Coronavirus en el mundo

Falsa seguridad.

Las verificaciones de la UE sobre el grado de preparación de cada país se habían convertido en rituales de autocomplacencia y felicitación. Los modelos matemáticos aplicados a pronosticar la extensión de la pandemia -y definir la política de los gobiernos- alimentaron una sensación falsa de seguridad.

En gran medida, las existencia de suministros médicos estuvieron en el papel y consistieron de contratos de entrega a tiempo con productores enChina. Los planificadores europeos no advirtieron el riesgo de que una pandemia -por su naturaleza global- podía provocar la disrupción de las cadenas de suministros. La riqueza nacional resultó ineficaz contra la escasez mundial.

Bélgica, según algunas mediciones, tiene la tasa de muerte más alta del mundo. La región más rica de Italia fue quebrada. El sistema de salud tan elogiado de Francia quedó reducido a depender de helicópteros militares para rescatar a pacientes de hospitales desbordados. Pero, Gran Bretaña, simboliza los errores de cálculo de Europa debido al gran orgullo del país por sus conocimientos y preparación.

Algunos expertos sostienen que Europa aprendió las lecciones equivocadas de la gripe porcina H1N1, de 2009. “Creó cierta complacencia”, señaló el profesor Steven Van Gucht, un virólogo involucrado en la respuesta de Bélgica. “¿Otra pandemia? Tenemos un buen sistema de salud. Podemos abordarla”.

También coincidió con la peor caída económica en décadas. Los legisladores franceses se mostraron furiosos por el costo de comprar millones de dosis de vacunas y culparon al gobierno por hacer un stock innecesario de más de 1.700 millones de tapabocas.

Jóvenes reunidos en Barcelona. Foto: Reuters
Jóvenes reunidos en Barcelona. Foto: Reuters

Estrategias de ahorro.

Los gobiernos de Francia y Gran Bretaña, con la finalidad de reducir costos, cambiaron sus stocks a contratos de entrega a tiempo. Las autoridades de la salud estimaron que aún en una crisis podían comprar todo lo necesario en el mercado internacional, sobre todo en China, que fabrica más de la mitad de los tapabocas del mundo. Pero, a comienzos de 2020, las existencias de tapabocas habían caído en Francia en más del 90%, a solo 150 millones. En la superficie, las defensas de Europa parecían robustas. Las revisiones de la UE de la preparación de cada país ante una pandemia, parecían mostrar certeza, pero el proceso era engañoso.

Los gobiernos vedaron al Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades de fijar niveles de necesidades y señalar deficiencias. Por tanto, las declaraciones públicas de la agencia casi siempre fueron positivas. Gran Bretaña, España y Grecia fueron elogiados por “sus expertos muy motivados, organizaciones de expertos confiables y la confianza en sus sistemas”.

Gran Bretaña, España, Bélgica, Italia y Francia han informado tener algunas de las tasas de muerte per cápita más altas del mundo. Más de 30.000 personas murieron en Francia como consecuencia del COVID-19, y el presidente Emmanuel Macron admitió que su gobierno no estaba preparado: “Seamos honestos, este momento reveló fisuras y escasez”.

Después de más de 45.000 muertos por el coronavirus en Gran Bretaña, las autoridades siguen defendiendo sus acciones. La respuesta del gobierno “permitió proteger a los vulnerables y aseguró que el Sistema Nacional de Salud no fuera desbordado aún en el pico del virus”, dijo un vocero del departamento de salud.

Pero, el primer ministro Boris Johnson admitió que la respuesta fue lenta.

Varios asesores científicos buscaron distanciarse de las políticas de Johnson.

Otros cientificos señalan que en Europa los informes sobre cuidados intensivos a comienzos de marzo debieron constituir motivo suficiente para un confinamiento sin esperar la realización de más tests ni modelos.

Boris Johnson. Foto: Reuters.
Boris Johnson. Foto: Reuters.

Sin embargo, hay otra lección que debe ser aprendida, sostuvo el Dr. Emmanuel André, quien pasó años combatiendo epidemias en África antes de asesorar a Bélgica sobre el coronavirus.

“Se pasan diciéndole a los países, con gran claridad, lo que deben hacer. Pero todos estos expertos, cuando ocurre en sus propios países, ¿qué hacen? No hay nada”, estimó. “Una lección que debe ser aprendida es la humildad”.

Portugal con mascarilla que inactiva el COVID-19

Una colaboración entre varias empresas y centros científicos y académicos de Portugal ha permitido desarrollar una mascarilla que inactiva el virus que causa el COVID-19, avalada por el Instituto de Medicina Molecular João Lobo Antunes de Lisboa (iMM).

MOxATech, está a la venta desde abril, pero su capacidad de inactivar el virus solo ha sido ahora confirmada por una serie de tests realizados por el iMM. El virólogo del iMM Pedro Simas, aseguró que las pruebas realizadas “han demostrado una eficaz inactivación del SARS-CoV-2 incluso después de 50 lavados, observándose una reducción viral del 99% tras una hora de contacto con el tejido”. (Fuente: Efe)

Respuesta a alarma tiene poco alcance
Laboratorio. Foto: Archivo El País

El 28 de enero, científicos de Gran Bretaña plantearon la alarma. La epidemia avanzaba y suscitaba una corrida global para obtener equipos protectores, sobre todo las máscaras mecánicas que protegen el rostro y son las de máximo estándar de seguridad. Una decisión de formar un stock más adelante “puede crear un riesgo en términos de disponibilidad”, advirtió el panel asesor del gobierno en materia de virus respiratorios. No resulta claro si Gran Bretaña intentó aumentar sus suministros de equipos protectores. Pero, el secretario de Salud, Matt Hancock, reconoció después que en el momento en que Gran Bretaña comenzó a comprar, el pico de demanda global había convertido a los equipos de protección “en preciosos y su obtención en un enorme desafío”.

En Bélgica, la escasez de tapabocas se hizo tan desesperante que el Rey Felipe, personalmente logró una donación de la empresa tecnológica China Alibaba. Autoridades europeas y globales habían revisado en detalle el plan de Bélgica ante una pandemia. Pero, cuando el COVID-19 golpeó, las autoridades belgas ni siquiera lo consultaron. “Nunca fue usado”, dijo el Dr. Emmanuel André, quien fue incorporado para ayudar a liderar la respuesta del país al virus.

En Francia, el presidente Emmanuel Macron tácitamente reconoció la insuficiencia del stock del gobierno, a comienzos de marzo, al requisar todos los tapabocas que había en el país. Pero, igual insistió en señalar que Francia estaba preparada. “No vamos a detener la vida en Francia”, aseguró su vocera en declaraciones opr radio. Diez días después, Macron declaró un estado de guerra y ordenó el confinamiento estricto.

En Gran Betaña, el primer ministro Boris Johnson le dijo al público que permaneciera “confiado y tranquilo”. Sin embargo, ese mismo día, el 11 de febrero, el Grupo Asesor Cientifico para Emergencias del gobierno concluyó en privado que el disminuido sistema de salud del país era incapaz de realizar tests de COVID-19 de manera general, y ni siquiera podría lograrlo para fin de año.

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