Cuando María Corina -así la llaman en Venezuela, sin mencionar su apellido- surgió ante la opinión pública, nadie pensaba que iba a lograr gran liderazgo.
Es más, como profesional (ingeniera) y de una familia acomodada, se pensaba incluso que poco duraría en la política y que se dedicaría más al buen vivir. Realmente, no tenía ninguna necesidad de estar soportando insultos o desplantes de personeros del gobierno chavista como ocurría sistemáticamente, cuando podría estar viviendo en el exterior, sin problemas y hasta con ciertos lujos. Pero nada más lejos de lo que ocurrió.
María Corina sí tuvo que enviar a sus hijos al exterior por motivos de seguridad (aún se le aguan los ojos al contar esa separación), mientras ella decidió quedarse en Venezuela, resistir los embates y sacrificar la unión familiar por su causa. Tenía muy claro su “misión en la vida” -como ella misma suele decir-, tal vez guiada en parte por su fuerte sentimiento religioso, que embandera incluso en sus discursos.
Ya por el año 2010, en una gira por medios de comunicación, María Corina llegó al diario El Mundo Economía y Negocios, donde yo trabajaba, y habló de su proyecto país, de la libertad de expresión, de los derechos de las mujeres. Buscaba mostrar su fuerza de liderazgo ante la prensa y solidaridad con la mirada, con quienes estábamos allí presentes.
Por ese entonces, comenzó a aparecer siempre vestida con camisa blanca y zarcillos de perlas; una imagen impoluta, acorde al mensaje de paz que procuraba dar en cada intervención, aún en medio de sus duras reivindicaciones políticas. Esa imagen con el predominio del blanco -seguramente por recomendación de sus asesores-, fue asociada ciertamente a la paz, pero también criticada por contrastar con las mujeres de sectores pobres de Venezuela, visiblemente desgastadas y con tierra en sus ropas de tanta fajina.
El chavismo aprovechó para señalarla de “oligarca”, con el fin de alejarla de “las masas”, pero María Corina se mantuvo firme con su equipo, que publicaba en las redes fotos de ella abrazada con gente de los alejados y paupérrimos barrios de Caracas.
A los periodistas no nos quedó duda de que se perfilaba como una figura que podía llegar a más dentro de la oposición venezolana, sobre todo con un Leopoldo López, que en 2014 -acusado por el régimen de “instigación pública” y “asociación para delinquir”, entre otros cargos- poco podía hacer tras las rejas.
Una de las apariciones públicas más fuertes de María Corina -todavía hoy recordada- fue cuando en 2012, en plena Asamblea Nacional, se plantó de pie y le dijo en la cara al entonces presidente de la República, Hugo Chávez: “Expropiar es robar”. En esa época, arreciaban las expropiaciones y cierre de empresas en el país, por un régimen que emprendía una lucha desigual contra el sector privado y se hizo de muchas empresas para sí; muchas de ellas quebradas a la fecha.
Cabe señalar que, en medio de ese atropello, el régimen también compró El Mundo Economía y Negocios, perteneciente a la Cadena Capriles, en 2013, y la nueva directiva del diario instaba a los periodistas a “cuidar” lo que publicábamos.
Por lo pronto, aquel día en que María Corina se enfrentó a Chávez, se catapultó como figura relevante ante la opinión pública. Chávez trató de no darle importancia al “incidente” y la subestimó al decir: “Águila no caza mosca”. En el diario, llegamos a publicar una nota titulada “No caza mosca, pero sí molesta”.
Ciertamente, el chavismo comenzó a mostrarse cada vez más incómodo con la presencia de María Corina, quien establecía relaciones cercanas con Estados Unidos y buscaba apoyos de otros gobiernos democráticos de la región, entre ellos, con el del entonces presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, quien no escatimó en expresarle su admiración en diversas oportunidades.
En las últimas dos décadas, la situación venezolana se hizo insostenible para la población, con Nicolás Maduro al frente de un régimen más intolerante ante quienes expresaban ideas contrarias al “pensamiento único”, ya sea políticos, periodistas, escritores, funcionarios públicos (desmantelaron los organismos para colocar solo a sus afines), o ciudadanos comunes.
María Corina, acusada de “conspiración”, entre otros graves cargos, y perseguida por la dictadura, igual se mantuvo viviendo en Venezuela, luchando por la libertad y dándole ánimo a la gente, consciente de los riesgos a los que estaba expuesta.
Fue en 2023, cuando volví a encontrarme con María Corina en una de mis visitas a Caracas, esta vez para entrevistarla para El País. Bien sabía ella que yo, uruguaya, había trabajado como periodista en Venezuela durante 20 años y decidido volver a mi país por la inseguridad y las amenazas constantes a la prensa por parte del chavismo. Por eso, y sobre todo por el apoyo que sentía desde Uruguay, aceptó la entrevista y le dedicó casi una hora.
Se mostró cálida en el trato -algo que la caracteriza-, firme en sus ideas, emocionada cuando hablaba de sus hijos lejos y de su padre en ese momento recientemente fallecido, siempre reafirmando su esperanza por un cambio político en Venezuela.
“Yo derrotaré a Maduro”, afirmó varias veces en la entrevista a El País, a pesar de estar inhabilitada para las elecciones primarias de la plataforma opositora. Lanzó duras acusaciones al tildar al régimen chavista como la “dictadura más corrupta en la historia de Venezuela”, “saquearon al país”, “desaparecieron US$ 23.000 millones”, dijo. Habló del hambre, de los presos políticos, de la muerte de los venezolanos. También comentó lo sola que se sintió cuando políticos de su partido le dieron la espalda en tiempos especialmente difíciles, y cómo Uruguay “es un país con una institucionalidad democrática admirada”, esas fueron sus palabras.
Ya en ese entonces -y aún antes-, María Corina sabía en fuero interno que, al estar bajo amenaza y no querer irse de Venezuela, tendría que continuar su lucha desde la clandestinidad. Y así fue.
Hoy en día, el Premio Nobel de la Paz 2025 que le fue otorgado a esta líder de oposición es resultado de su entrega en la lucha por la libertad y la democracia, y de una población que resiste y ansía un cambio que no parece llegar, ni siquiera estar cerca, a pesar de la presión internacional.