Los gatos de Marine Le Pen o por qué la extrema derecha ya no asusta

Marine Le Pen. Foto: EFE.

FRANCIA

El 50% de los franceses ya no la consideran un peligro.

Marine Le Pen todavía se emociona cuando evoca a Artémis. Fue la traumática muerte de este gato de bengala, devorado por un dóberman de su padre, Jean-Marie Le Pen, lo que impulsó en 2014 a la líder de extrema derecha francesa a abandonar de una vez la casa paterna y mudarse con sus gatos -tiene media docena- a su propia vivienda. En aquel entonces ya había tomado las riendas del Frente Nacional fundado por su padre y había comenzado el proceso de “desdiabolización” de su imagen y de su partido; un proceso que la ha llevado ahora más cerca que nunca de su sueño de instalarse (con gatos incluidos) en un Elíseo que en menos de dos semanas intentará conquistar por tercera vez.

Muchos analistas señalan una exitosa mezcla de pouvoir d’achat et pouvoir de chat. El juego de palabras hace referencia al poder adquisitivo (pouvoir d’achat) que se ha convertido en la preocupación principal de los franceses, y que Le Pen supo identificar muy pronto.

Y luego está el “poder de los gatos”, esa imagen que ha sabido transmitir, sobre todo en las redes sociales que maneja con bastante maestría, de una mujer simpática, cercana, terrenal y amante de los animales.

Su estrategia parece haber funcionado. Según una encuesta del instituto Ifop realizada justo antes de la primera vuelta del domingo, el 53% de los franceses la consideran “simpática”, frente al 47% de los que dicen lo mismo de su rival, el presidente Emmanuel Macron. El 60% la ve “cercana a las preocupaciones de los franceses” (35% para Macron) y el 57%, “apegada a los valores democráticos”. Un 47% (frente al 40% de Macron) la cree “capaz de unificar a los franceses”, otra obsesión de estos comicios tras un quinquenio plagado de protestas sociales (chalecos amarillos, antivacunas…).

Marine Le Pen (que en la propaganda electoral ha llegado a eliminar su apellido) emprendió su programa de “desdiabolización” nada más hacerse con el partido ultra en 2011. Implicó, entre otros, expulsar de sus filas a su padre en 2015, y rebautizar el partido como Reagrupamiento Nacional. El resultado ha sido una dulcificación de su imagen -gatos contra dóberman- que ya hace un año llevó al instituto de centroizquierda Fundación Jean-Jaurès a advertir la “posibilidad nada desdeñable” de que Le Pen hija pudiera convertirse en presidenta este 2022.

Y eso que entonces ni siquiera se había producido el efecto Zemmour, el polemista de ultraderecha que, aunque fuera de forma involuntaria, a suavizar la imagen de Le Pen.

Para el politólogo Jean-Yves Camus, también hay otros factores externos que han jugado a favor de Le Pen. Por un lado, los atentados yihadistas que han provocado un “endurecimiento” de parte de la opinión pública francesa respecto a cuestiones como la seguridad e identidad, pilares del discurso de Le Pen. A ello se une, indica, un proceso natural como es la muerte de antiguos altos cargos del FN. “La demografía ha trabajado a su favor y Le Pen ha logrado además integrar a jóvenes”, señala Camus. Una generación en torno a la treintena (su mayor nicho de votantes) que apenas eran unos niños cuando, hace ahora 20 años, el “diablo” Jean-Marie Le Pen logró clasificarse en la segunda vuelta, provocando un gran shock nacional y activando por primera vez el cordón sanitario que llevó a que fuera masivamente derrotado por Jacques Chirac.

“Es el primer partido político francés que creó una página web. Tiene cuentas de Twitter y Facebook y una comunicación digital profesional. Es un partido que atrae a los jóvenes”. Y a los amantes de los gatos. Y, ¿quién puede resistirse a un vídeo de gatitos?

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