BAJANTE HISTÓRICA DEL RÍO PARANÁ
“Estamos en el límite del límite”, dijo días atrás el presidente Jair Bolsonaro, al pedir a los consumidores “apagar alguna luz en casa”.
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La sequía que tiene a Brasil al borde del colapso energético se profundiza y acelera las medidas del gobierno, enfocado en evitar apagones apelando a fuentes de energía más caras financiadas con alzas en las tarifas de electricidad.
La peor sequía en 91 años bajó a niveles críticos las reservas de las centrales hidroeléctricas del centro-oeste y sur, origen del 70% de la energía hidráulica en el país, cuando la economía se recupera tras el desplome causado por la pandemia del COVID-19.
La crisis se hizo palpable para los consumidores en la factura de electricidad, que volvió a encarecerse el martes casi 7% para cubrir los costos de producción a partir de otras fuentes de energía alternativas más caras y la importación.
El ministro de Minas y Energía, Bento Albuquerque, pidió un “esfuerzo urgente” en el sector público y en el privado para atenuar el riesgo de falta de energía.
“Estamos en el límite del límite”, dijo días atrás el presidente Jair Bolsonaro, al pedir a los consumidores “apagar alguna luz en casa”.
El mandatario se topó con un enemigo inesperado producto de un clima cada vez más extremo, justo cuando intenta fortalecerse para buscar la reelección en 2022.
“El país está utilizando todas sus fuentes de producción para satisfacer la demanda y por ello los costos de generación aumentaron. Como se recuperan mediante tarifas, (los precios de la energía) aumentan en el corto plazo”, explica Luis Barroso, director presidente de PSR Consultoría.
El martes se agregaron tres plantas fotovoltaicas, una de biomasa y cuatro eólicas a la red de generación.
Nivalde de Castro, profesor del grupo de estudios Gesel del Instituto de Economía de la Universidad Federal de RÍo de Janeiro, detalla el problema de base: “Los embalses del centro-oeste y sudeste están en niveles de alrededor del 23%, uno de los más bajos que enfrentó el país”.
La situación de esos reservorios, sostén durante el periodo seco del invierno austral, empeoró más de lo esperado en agosto y seguirá deteriorándose en septiembre, estimó el Operador Nacional del Sistema Eléctrico (ONS).
“Si continúa lloviendo por debajo de la media histórica en los próximos meses, en octubre habrá un desequilibrio entre oferta y demanda en horarios ‘pico”, advierte de Castro.
Presión sobre precios.
Este pronóstico activó medidas oficiales: un programa de ahorro de electricidad de 10 a 20% en la administración pública federal hasta abril y planes de racionamiento voluntario con beneficios para empresas y hogares.
Según el ministro, un ahorro medio de 12% en hogares equivale al abastecimiento para 8,6 millones de domicilios.

En 2001 una situación similar forzó a la administración del presidente Fernando Henrique Cardoso a un racionamiento obligatorio. El gobierno de Bolsonaro lo descarta, pero corre contra el tiempo. “Es fundamental tener más resultados a corto plazo, porque cada día de retraso (en disponer ahorros de energía) disminuye su efecto para mitigar los riesgos de suministro”, señala Barroso.
La sequía le pone presión a la inflación: la subida de precios en julio, de 8,99%, fue la más pronunciada en 12 meses, impulsada por la electricidad y otros rubros como la gasolina y los alimentos.
“El peso de la energía en la inflación es relativamente alto, porque el costo está en la cadena productiva de todos los bienes y servicios, e impacta en los ingresos de las familias” y por ende en el crecimiento económico, indica de Castro.
La previsión indica que la crisis se prolongará hasta abril de 2022.
“No se puede recomponer el nivel de las represas con la media de lluvias verificada en los últimos años en el periodo húmedo”, afirma el experto del grupo de estudios Gesel. (Con información de AFP)
Bajante histórica en el Paraná
El río Paraná, décima cuenca del mundo, sufre su peor bajante en más de medio siglo y es un enigma si la causa obedece a un ciclo natural o al cambio climático.
Segundo en extensión detrás del Amazonas en América del Sur, el Paraná ha tocado mínimos que no tenía desde 1940.
Los expertos dudan si recobrará la exuberancia que lo convirtió en la principal vía de integración del Mercosur, aun cuando llegue la temporada de lluvias en diciembre.
En los últimos meses la bajante afectó la navegación mercante, la generación eléctrica, la pesca, la industria turística, la provisión de agua para consumo y riego, y modificó el relieve, el agua y el suelo de una forma que nadie aventura si será permanente.
El Paraná se vincula con las aguas subterráneas del Acuífero Guaraní, una de las mayores reservas de agua dulce del planeta.
“El Paraná es el humedal más extenso, más biodiverso y de mayor importancia socio-productiva de Argentina”, explica a la agencia AFP el geólogo Carlos Ramonell, catedrático de la Universidad Nacional del Litoral.
Aunque el brazo principal tiene caudal, en este momento en su red de cauces secundarios “sólo entre el 10 y 20% tienen agua, el resto está seco”, señala. “Se han mencionado como causas las represas brasileñas, la deforestación, el cambio climático, pero desde el punto de vista científico no estamos en condiciones de decirlo. Obviamente ha sido el déficit de lluvias, pero ¿provocado a partir de qué?”, cuestiona.

Los desastres climáticos se quintuplicaron en los últimos 50 años y causaron importantes daños, aunque la mejora en los sistemas de alerta permitió reducir el número de muertes.
La Organización Meteorológica Mundial (OMM) de la ONU estudió la frecuencia, mortalidad y las pérdidas económicas causadas por desastres vinculados a fenómenos meteorológicos extremos entre 1970 y 2019.
“El número de estos fenómenos extremos está aumentando. Debido al cambio climático serán más frecuentes y severos en muchas partes del mundo”, dijo ayer miércoles el secretario general de la OMM, Petteri Taalas, al presentarse un informe del organismo.
En total, se registraron más de 11.000 desastres atribuidos a esos fenómenos extremos en todo el mundo desde 1970. Se calcula que causaron más de dos millones de muertes y pérdidas materiales que superan los 3,64 billones de dólares.
El huracán Ida que golpeó Luisiana y Misisipi es un ejemplo claro. Según Taalas podría ser la catástrofe meteorológica más cara de la historia, superando al huracán Katrina en 2005, en Nueva Orleans, que costó 163.600 millones de dólares.
“La diferencia esta vez” fue la prevención, señaló Mami Mizutori, que dirige la Oficina de las Naciones Unidas para Reducción de Riesgo de Desastres (UNISDR), ya que, según balances provisionales, hubo menos de media docena de muertos.
Mizutori recordó que, tras el Katrina, Nueva Orleans invirtió 14.500 millones de dólares en dispositivos antinundaciones y diques.
Según la OMM, se podría decir que en promedio ha habido un desastre vinculado al clima cada día de los últimos 50 años, que ha provocado la muerte de 115 personas y pérdidas materiales de 202 millones de dólares por día.
La organización precisó que más del 91% de las muertes se produjo en países en vías de desarrollo.
Las sequías fueron responsables de las pérdidas humanas más graves durante ese período.