Balotaje en Bolivia: estabilización macroeconómica en la altura

El conjunto de desequilibrios macro es tan extenso que el ajuste se hace inexorable. De modo que Bolivia necesita encarar un plan de estabilización macroeconómico y con urgencia.

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Vista aérea de La Paz, tomada el 17 de octubre de 2025. Bolivia celebrará la segunda vuelta de las elecciones presidenciales el 19 de octubre de 2025.
Foto: AIZAR RALDES/AFP

Juan Manuel Patiño
Mañana, 19 de octubre, los bolivianos volverán a las urnas para elegir a su próximo presidente. Tras la primera vuelta, el senador Rodrigo Paz y el expresidente Jorge Quiroga quedaron como los contendientes que definirán el balotaje en las próximas horas.

La coyuntura es histórica. En lo político, se cierra un ciclo de 20 años de gobierno del MAS (Movimiento al Socialismo), iniciado con la llegada de Evo Morales al poder en 2005. Y el final de este ciclo político es inseparable del ocaso del “modelo económico” impulsado por la izquierda boliviana. Ese modelo, en su momento percibido como exitoso, se basaba en un principio rector: el Estado como motor del desarrollo, con un rol central en la gestión y explotación de los recursos estratégicos, en particular los hidrocarburos. Pero su protagonismo no se limitaba a la producción: también incluía una función redistributiva clave.

Este enfoque, lejos de ser una novedad, se inscribe en lo que Dornbusch y Edwards (1991) definieron como la “macroeconomía del populismo”, caracterizada por ciclos de expansión que buscan redistribuir ingresos y estimular el crecimiento sin atender restricciones fiscales o externas, y que, casi invariablemente, desembocan en crisis y duros ajustes.

¿Dónde está Bolivia hoy? Como gran parte de América Latina, vivió un período de fuerte crecimiento durante el auge de las materias primas, sustentado en vastos recursos naturales (gas, estaño, plata, zinc, oro y litio, con un 25% de las reservas mundiales). Sin embargo, tras el fin del superciclo, los precios cayeron y la falta de inversión privada redujo la producción. El ejemplo más claro es el gas: antes pilar de la economía y de las exportaciones, entró en declive hasta que en 2022 Bolivia se convirtió en importador neto de combustibles por primera vez en décadas. Sus reservas de gas natural cayeron de 8.95 TCF en 2019 a 4.48 TCF en 2023.

Con exportaciones menguantes, gasto público desbordado y un tipo de cambio fijo (Bs. 6.96 por dólar) artificialmente apreciado, Bolivia acumula severos desequilibrios externos: un déficit de cuenta corriente de 2.3% del PIB en 2025, junto con un déficit fiscal global que desde 2023 promedia un descomunal 10%-11% del PIB. La deuda bruta superará el 90% del PIB, en su mayoría contraída con el Banco Central. De esa cifra, solo un 26% es deuda externa en dólares. Pero considerando la sobrevaluación cambiaria (con un dólar paralelo cercano a Bs. 12) es probable que la deuda real supere holgadamente el 100% del PIB, una vez que el tipo de cambio finalmente se devalúe.

Las reservas internacionales se han reducido drásticamente, tras ser gastadas en defender la paridad cambiaria. En agosto sumaban USD 2.880 millones, pero apenas USD 170 millones correspondían a divisas líquidas; el resto era oro. Para ganar tiempo, el gobierno recurrió incluso a operaciones cuestionables, como ventas forward de oro por USD 1.000 millones, lo que no solo no resuelve el problema, sino que transfiere la carga al próximo gobierno.

Candidatos presidenciales Rodrigo Paz (izq.) y Jorge "Tuto" Quiroga.
Candidatos presidenciales Rodrigo Paz (izq.) y Jorge "Tuto" Quiroga.
Foto: AIZAR RALDES/AFP

En la calle, los efectos son palpables. La economía está prácticamente estancada (1% de crecimiento promedio proyectado para 2024-2025). La inflación, que fue de 2% en 2023, saltó al 10% en 2024 y este año podría cerrar en torno al 40%. Esto convive con mucha inflación reprimida en tarifas públicas y combustibles, fuertemente subsidiados.

En resumen, el conjunto de desequilibrios macro es tan extenso que el ajuste se hace inexorable. De modo que Bolivia necesita encarar un plan de estabilización macroeconómico y con urgencia.

En ese sentido, ambos candidatos presidenciales ya se reunieron en Washington con el FMI, lo que anticipa asistencia externa en el corto plazo. El desafío es enorme: hay que retroceder a mediados de los 80, cuando Bolivia enfrentó la hiperinflación, para encontrar un escenario tan grave. En ese entonces, el presidente Víctor Paz Estenssoro lanzó un exitoso plan de estabilización (Decreto Supremo 21060), que combinó ajuste fiscal, reforma tributaria, devaluación del tipo de cambio, liberalización de precios y tasas de interés, y apertura comercial y financiera.

Hoy, como en aquel año decisivo de 1985, el país necesita tomar decisiones difíciles. Ello exige tres condiciones: liderazgo político fuerte, consensos amplios para distribuir los costos del ajuste de forma equitativa y, sobre todo, capacidad técnica para diseñar y ejecutar una secuencia ordenada de medidas de política económica. El costo inicial será alto: no sería extraño una caída del PIB de 5% en 2026, con inflación aún cercana al 40%.

Vista aérea de camiones cisterna cerca de una refinería en Santa Cruz, Bolivia, el 15 de octubre de 2025.
Vista aérea de camiones cisterna cerca de una refinería en Santa Cruz, Bolivia, el 15 de octubre de 2025.
Foto. ERNESTO BENAVIDES/AFP

Imaginemos la secuencia. La prioridad es abatir el déficit fiscal, donde los subsidios a combustibles (4%-5% del PIB) tienen un peso central. Ello implica reducir drásticamente ese y otros gastos y eliminar el financiamiento monetario del banco central (hoy en torno al 80% del déficit). La consecuencia inmediata será una recesión, con aumento de precios. ¿Aumentar precios para bajar la inflación? Si, porque equilibrar las cuentas fiscales es vital para frenar la emisión monetaria en que última instancia es el origen de la inflación. Y ese reequilibrio precisa aligerar la pesada factura de subsidios que asfixia al estado boliviano. Por supuesto, aquí se de gran importancia el rol del FMI como prestamista, a los efectos de proveer el financiamiento necesario.

Y producto de la corrección fiscal y el menor nivel de activad, el sector externo tenderá a reequilibrarse, con una mayor reducción de las importaciones en comparación con la exportaciones, lo que permitirá recuperar el superávit de cuenta corriente. Para ello, también va a ser necesaria una devaluación que acerque el tipo de cambio oficial al paralelo, incentive las exportaciones, desincentive las importaciones y permita al Banco Central recomponer reservas. Una vez procesado el ajuste inicial, deberíamos observar una recuperación robusta en los años siguientes.

En conclusión, Bolivia enfrenta un futuro desafiante, pero si sus líderes actúan con valentía y su sociedad acepta el costo inicial, podrá volver a una senda de crecimiento sostenible y prosperidad. Si, en cambio, el miedo y la falta de decisión postergan las medidas, el ajuste lo impondrán, más temprano que tarde, el mercado o los organismos internacionales. La pregunta es si el país estará a la altura de este desafío. Esperemos que así sea.

*Juan Manuel Patiño es analista financiero y licenciado en Administración de Empresas.

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