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Atentado en Rusia que causó al menos 133 muertes: ¿por qué el Estado Islámico atacó en Moscú?

La masacre en una sala de conciertos tuvo lugar después de años de amenazas jihadistas; Estados Unidos había advertido sobre un posible ataque de la filial del grupo en Afganistán.

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Imagen difundida por el Estado Islámico sobre los presuntos atacantes en Moscú.
Imagen difundida por el Estado Islámico sobre los presuntos atacantes en Moscú.
Foto: La Nación/GDA

Julieta Nassau/La Nación/GDA
“La Embajada está monitoreando informes de que extremistas tienen planes inminentes de atacar grandes concentraciones en Moscú, incluidos conciertos, (...) durante las próximas 48 horas”, decía una advertencia de la embajada estadounidense en Moscú del 7 de marzo.

Estados Unidos ponía en el foco de sus sospechas sobre el Estado Islámico, conocido como EI-K o ISIS-K por sus siglas en inglés, la filial del grupo en Afganistán que también tiene presencia en Pakistán e Irán, y la rama con mayor capacidad para cometer atentados fuera de su zona de operaciones, según demostró en los últimos meses, elevando la alerta mundial.

Finalmente no pasaron 48 horas sino dos semanas. Este viernes, el Estado Islámico dio un golpe de efecto en la capital rusa y reapareció en el escenario internacional con un atentado espectacular de esos que lo llevaron a sembrar miedo en todo el mundo durante su pico de actividades cuando establecieron un califato en Siria e Irak a partir de 2014. Varios atacantes que respondían a ISIS irrumpieron en una sala de conciertos de Moscú, abrieron fuego, mataron a al menos 133 personas y luego prendieron fuego el lugar.

Esta semana, después de su esperado triunfo en unas elecciones sin oposición, el presidente Vladimir Putin había desestimado las alertas que llegaban desde Estados Unidos y las consideró un “chantaje” que buscaba “intimidar o desestabilizar” a la sociedad rusa. Sin embargo, ISIS-K ya estaba bajo el radar del Servicio Federal de Seguridad de Rusia (FSB). El mismo 7 de marzo, el FSB anunció que había frustrado un atentado contra una sinagoga de Moscú, y que había matado a los terroristas de una célula del Estado Islámico basada en Kaluga, en el centro del país, vinculada a la filial afgana del Estado Islámico.

Hombres armados moviéndose hacia las puertas del Ayuntamiento de Crocus en Krasnogorsk, en las afueras de Moscú, a última hora del 22 de marzo de 2024.
Hombres armados moviéndose hacia las puertas del Ayuntamiento de Crocus en Krasnogorsk, en las afueras de Moscú, a última hora del 22 de marzo de 2024.
Foto: AFP

Este sábado, ISIS dijo a través de su agencia de noticias Al-Amaq que había atacado una gran concentración de “cristianos” en Krasnogorsk, y compartió imágenes de los terroristas. “El ataque fue conducido por cuatro combatientes de ISIS, armados de ametralladoras, una pistola, cuchillos y bombas incendiarias”, afirmó la organización en una de sus cuentas de Telegram, y añadió que el ataque se inscribe en el contexto de “la guerra” con “los países que combaten al islam”.

Oficiales estadounidenses afirman que la filial afgana del Estado Islámico estuvo detrás del ataque. Sin embargo, Rusia todavía no se hizo eco de estas versiones e insiste con una conexión con Ucrania.

“ISIS-K ha estado obsesionado con Rusia durante los últimos dos años”, dijo a The New York Times Colin Clarke, analista del Soufan Group. “ISIS-K acusa al Kremlin de tener sangre musulmana en sus manos, en referencia a las intervenciones de Moscú en Afganistán, Chechenia y Siria”, explicó.

En un mapeo de la actividad global del Estado Islámico, el analista Aaron Zelin registró ocho ataques en Rusia entre agosto de 2016 y abril de 2019, sin contar aquellos en las repúblicas caucásicas de mayoría musulmana de Chechenia, Ingushetia y Daguestán, principal escenario de los atentados en los últimos años. A estos se suma el ataque de ISIS-K contra la embajada rusa en Kabul en septiembre de 2022, que dejó ocho muertos.

En septiembre pasado, Zelin señalaba en un artículo que mientras el grupo se debilitaba en Afganistán bajo el régimen talibán, “paradójicamente, ha ampliado su capacidad de operaciones externas”. En ese sentido, “al pasar de un enfoque local/regional a una postura más global, ISIS-K ha seguido una estrategia doble”: por un lado, lanzó una campaña de propaganda en varios idiomas, a través de su centro de medios Al-Azaim, y, por el otro, busca “planificar y llevar a cabo ataques en el extranjero, ya sean dirigidos, guiados o inspirados”.

Rescatistas trabajando dentro del Ayuntamiento de Crocus, un día después de un ataque con armas de fuego en Krasnogorsk, en las afueras de Moscú.
Rescatistas trabajando dentro del Ayuntamiento de Crocus, un día después de un ataque con armas de fuego en Krasnogorsk, en las afueras de Moscú.
Foto: AFP.

Son varios los factores detrás de la histórica narrativa del Estado Islámico contra Rusia. En su primer discurso tras establecer el califato en 2014, Abu Bakr Al-Baghdadi dijo que el mundo estaba dividido en dos: por un lado, los musulmanes, y por el otro, los judíos, los cruzados y sus aliados. Este último grupo, afirmaba, estaba “dirigido por Estados Unidos y Rusia, y movilizado por los judíos”. Entre los acontecimientos históricos que explican esta enemistad se destacan la invasión soviética de Afganistán (germen de Al-Qaeda) y las guerras en Chechenia, vistas como una prueba de una cruzada rusa contra los musulmanes.

El encono se profundizó a partir de 2015, cuando Rusia apoyó a su aliado en Siria, Bashar al-Assad, en la campaña para combatir al Estado Islámico en ese país. Ese mismo año, la filial egipcia del Estado Islámico, Wilayat Sina, se adjudicó el atentado que derribó un avión ruso en la provincia del Sinaí con 224 personas a bordo.

En los últimos años, el mensaje contra Rusia surgía principalmente desde ISIS-K. “Estado Islámico tiene un nuevo objetivo: Rusia”, era el título de un artículo de la revista Foreign Policy de mayo pasado, que exponía que desde que Estados Unidos dejó Afganistán, el grupo terrorista se enfocó en Moscú, sobre todo tras la invasión a Ucrania.

Sala de conciertos Crocus City Hall, escenario del ataque con armas de fuego en las afueras de Moscú, el 23 de marzo de 2024.
Sala de conciertos Crocus City Hall, escenario del ataque con armas de fuego en las afueras de Moscú, el 23 de marzo de 2024.
Foto: AFP

“Esta sangrienta guerra que está teniendo lugar hoy entre los cruzados ortodoxos [Rusia y Ucrania] es un ejemplo del castigo que se desató sobre ellos y que estará pegado a ellos para siempre”, decía un artículo publicado en el semanario del Estado Islámico, Al-Naba, en febrero de 2022. En agosto de ese año, en la revista de ISIS-K en inglés Voice of Khurasan, un artículo celebraba la guerra como “una gran noticia para los musulmanes de todo el mundo” y mencionaba que, de las dos potencias, “Estados Unidos ha sido un enemigo furioso del Islam durante el último siglo, y Rusia no ha demostrado ser diferente”.

La situación se complicó más con la guerra en Gaza, de la que ISIS ha intentado sacar provecho para inspirar atentados, especialmente entre los países con vínculos con Israel, como Rusia. El grupo central del Estado Islámico lanzó una campaña en diciembre para “matar a los judíos dondequiera que se encuentren”, algo que también podía incluir a los rusos, vinculados a la comunidad judía según la propaganda jihadista.

La narrativa jihadista por el conflicto en Medio Oriente también llevó a las agencias de inteligencia europeas y estadounidenses a elevar su nivel de alerta por un posible rebrote de la actividad jihadista en Occidente.

Zelin registró que un arresto esta semana vinculado a ISIS-K en Alemania era el 21° ataque o intento de atentado fuera de su territorio en el último año.

“Mientras los principales afiliados de ISIS en África participan principalmente en conflictos locales, el Estado Islámico todavía intenta lanzar ataques en el extranjero, particularmente a través de su sucursal en Afganistán”, distingue en diálogo con La Nación Jerome Drevon, de Crisis Group.

Un auto de policía pasa por la sala de conciertos Crocus City Hall, escenario del ataque con armas de fuego en las afueras de Moscú, el 23 de marzo de 2024.
Un auto de policía pasa por la sala de conciertos Crocus City Hall, escenario del ataque con armas de fuego en las afueras de Moscú, el 23 de marzo de 2024.
Foto: AFP.

Según el índice de terrorismo global 2024 del Instituto para la Economía y la Paz, el Estado Islámico –considerando todas sus filiales- fue el grupo terrorista más mortífero por noveno año consecutivo en 2023, es decir, está al tope de la lista desde 2015, el año de su máxima expansión en territorio y combatientes. Sin embargo, su capacidad de daño seguía en un claro descenso, después de ser derrotado en su territorio y tras su constante pérdida de líderes, de militantes y de financiamiento. En agosto del año pasado, el grupo designó como “califa” a Abu Hafs al-Hashimi al-Qurashi, a quien no se le conoce el rostro.

Un informe del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de enero pasado concluía que la amenaza del grupo sigue siendo “elevada” dado que “conservan su capacidad para llevar a cabo ataques terroristas y proyectar una amenaza más allá de sus zonas de operaciones”, mientras que sigue habiendo un riesgo de resurgimiento en Irak y Siria.

Esta expansión quedó en claro en los últimos meses. Después de que comenzó la guerra en Gaza, el grupo reivindicó sus primeros atentados en Europa desde 2020, dos en Francia y uno en Bélgica. Y en enero de este año se adjudicó un doble atentado suicida que mató a 84 personas en Irán.

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Agentes llevan el cuerpo de una víctima del ataque con armas de fuego en Moscú, el 23 de marzo de 2024.
Foto: AFP

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