Víctimas invisibles del dolor

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Su primera batalla fue conseguir pensión para las víctimas.

Hace seis años, un día de enero, la vida de Graciela Barrera se derrumbó. Su hijo, Alejandro Novo, de 30 años, fue asesinado mientras repartía pollos en la zona de Las Acacias.

Padeció un dolor tan fuerte que aún hoy palpita. Sintió soledad, desprotección y burocracia, un combo que no la mató, sino que como dice el dicho, la fortaleció. Y da su testimonio a víctimas y victimarios.

Graciela es una de las fundadoras de la Asociación de familiares y víctimas de la delincuencia (Asfavide), la única organización que trabaja por las víctimas. Está dirigida por tres familias que tuvieron la desgracia de que alguno de sus miembros se encontrara con un gatillo fácil. Tienen unos pocos voluntarios y una magra colaboración estatal: el BPS les dio una casa en 2014 y el Ministerio del Interior financia los gastos del lugar. "Las víctimas siguen sin existir", dice Graciela con cierta resignación.

El rostro se le ilumina cuando habla de Asfavide. "Queremos demostrarle a la sociedad y al Estado que si se quiere ayudar al otro y si no hay burocracia, se puede", dice y cuenta que la gran aspiración de la asociación es transformarse en un centro de referencia y que en un futuro sea una red de alcance nacional. Cree, además, en que el vínculo entre la víctima y el victimario puede rehabilitar. Por eso, forma parte de la Comisión Honoraria del Patronato de Liberados y Encarcelados y va asiduamente a la cárcel de Punta de Rieles a charlar con los presos.

"Si explicándoles quién soy y buscando soluciones con ellos logro que alguien se rehabilite y no dañe una familia como dañaron la mía, misión cumplida", afirma.

Aún recuerda con una sonrisa su primera visita. "Fui a la barraca diez, donde están 30 días a prueba los reclusos que llegan por primera vez. Cuando entré había unas 40 personas en semicírculo. Me senté en el medio y le dije quién era y que estaba ahí para ayudarlos a entender que hay otros caminos, otros medios y que cuando salgan, si querían, podrían tener una vida diferente. Que mi hijo, en cambio, no tenía esa oportunidad".

Graciela sintió que su mensaje les llegó. "En un momento dado, uno de ellos, el que llevaba la voz cantante, me dijo ni mi mamá haría lo que usted está haciendo, la admiro mucho y se sacó el gorrito. Como en un efecto dominó, todos se lo sacaron. Ese fue el gesto con el que me transmitieron que habían entendido mi mensaje", cuenta emocionada.

Después de tanto ir, su paso por las calles de tierra de la cárcel de Punta de Rieles recibe gritos desde todas las barracas. "Señora, ¿cómo anda?", "Graciela, ¿cúando vuelve?". Todos la tratan de usted, la miran con respeto y la escuchan atentos.

En Asfavide no todos comparten su visión, por eso aclara que esa es su política, no la de la asociación. Y va más allá. "Yo creo que muchos de ellos son víctimas de una sociedad, de un entorno, de una familia. Yo me doy cuenta que muchos no tuvieron amor, que vivieron en una jungla, que pasaron por el INAU y no podés esperar otra cosa. Pero la mayoría se puede rehabilitar", afirma con la esperanza de una madre.

La mujer, que no tiene estudios pero sí la experiencia que le dio la vida, enumera con seguridad detalles claves que, a su entender, colaborarían en la rehabilitación de los presos.

"Tiene que haber un buen diagnóstico para que cada uno vaya al lugar que tiene que ir, se les tiene que enseñar hábitos, darles trabajo, actividades y, sobre todo, preparar la salida, sino perdimos", advierte.

Graciela de inmediato da un ejemplo de mediados de febrero. "Voy caminando para una barraca y un hombre que estaba mojando unos bloques me grita. Me acerco y me cuenta que a fines de febrero salía y me pregunta si no le podía conseguir un trabajo. Me dice que había aprendido a hacer bloques. Le dije que yo no tenía los medios para conseguirle un trabajo pero que fuera a alguna barraca. ¿Sabes que me dijo? Pah, pero, ¿me tomarán? Yo tengo miedo de salir y estar tres, cuatro, cinco días sin hacer nada y caer en lo mismo. Entonces, ya desde ese momento, tiene que haber una contención, un seguimiento".

Una luz.

Aunque tiene dos años y medio de vida —fue fundada en el año 2012—, Asfavide sigue siendo integrada por las mismas personas. Además de Graciela, está dirigida por María Luisa Martínez, madre de Maximiliano Rosenberg, que fue asesinado en La Unión mientras entregaba un pedido para la pizzería que trabajaba, y la familia de Gustavo Amaro, un taxista que fue baleado en una trifulca en el barrio Marconi.

Sin embargo, sí son cada vez más la víctimas de la delincuencia que llegan a la asociación o por el boca en boca o porque alguno de los integrantes se contacta para informarles de la institución y ponerse a las ordenes. Entienden que ese contacto es importante porque la mayoría de los uruguayos aún desconoce su existencia.

"Es como cuando una persona de clase media se queda sin trabajo, no sabe qué recursos comunitarios existen, quizás quien vive en la pobreza sabe a quién recurrir", explica María del Carmen Gómez, psicóloga voluntaria de la asociación.

En Asfavide lo primero que se ofrece es un abrazo, un mensaje de aliento y ayuda psicológica. "Le decimos que estamos para lo que necesite y que sabemos lo que están pasando porque lo vivimos. Que sepan que el dolor no se lo va a quitar nada ni nadie pero que tiene que aprender a convivir con él y que nosotros podemos ayudar", explica Graciela.

La mujer define a la asociación como una sala de emergencia: el objetivo principal es que las personas salgan de la urgencia, que se estabilicen y sigan su camino.

"A veces vienen algunas veces más pero no para trabajar. Es difícil eso. No te olvides que acá nosotros tratamos mucho dolor y a veces si a ti te pasa algo no tenés ganas de estar siempre reviviendo lo mismo, escuchando más dolor. Tenés que sobreponerte mucho para poder seguir. Esa es una de las cosas que más nos cuesta para lograr que otras familias participen. Sí hablamos por teléfono, seguimos en contacto, el vínculo no se rompe pero no participan activamente".

La asociación trabaja con familias de fallecidos por la delincuencia, con víctimas que sobrevivieron y hasta con personas que sufrieron algún hecho violento y padecen las consecuencias.

"Tenemos el caso de dos niños que coparon su casa y quedaron con pánico. No quieren dormir en su cuarto", relata la psicóloga y afirma que en Uruguay no hay ninguna institución que considere a las víctimas como población vulnerable. "Ellos y sus familias son los invisibles del dolor. Víctimas silenciosas", resumió.

La asociación se financia con ventas económicas, rifas, juntan botellas y tienen una cuenta en Abitab. "Hacemos todo lo que hacen quienes no tienen dinero", dice Graciela.

En algunos meses, además, recibirán una donación de una venta económica del Polo Industrial del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR) que los tiene como destinatario final de la recaudación.

La próxima batalla que dará la asociación será otra vez en el Parlamento: entienden que en el Código Penal no está bien delimitada la figura de la víctima y trabajarán para eso.

Asfavide y Graciela pelean también para que los crímenes no queden impunes. El de su hijo hace seis años que busca un culpable. "Yo todavía tengo fe de encontrarlo", dice.

Hay 111 familias que cobran la pensión.

La primera batalla que ganó Asfavide fue la ley que otorga desde 2012 una pensión a las víctimas.

Hoy hay 111 familias que perdieron a un integrante en una rapiña, copamiento o secuestro que la cobran. El Banco de Previsión Social tiene en total 326 solicitudes, 172 fueron denegadas y 43 están en trámite. "Hay muchas causas que no corren y deberían estar incluidas. Pero esto por lo menos es algo", afirma Graciela Barrera, que aún recuerda emocionada el día que se aprobó en el Parlamento. "En las barras ese día éramos cuatro, pero lo estábamos haciendo para todo un país porque, lamentablemente, nadie está libre".

"Un gracias enorme, siempre te recuerdo"

Ante la pregunta de qué necesita una persona cuando llega a la Asociación de familiares y víctimas de la delincuencia (Asfavide) nadie duda la respuesta: "contención", "un abrazo", dicen en coro. Graciela Barrera, una de las fundadoras y la presidenta, busca en un cajón y saca una hoja escrita en lapicera. Está firmada por una mujer que perdió a su esposo, lo mataron mientras trabajaba. Ella se quedó sola con dos hijos. "Te la voy a leer para que entiendas qué necesitan", dice Graciela con orgullo y arranca: "Solo quería hacerte llegar de alguna manera mis felicitaciones por todo lo que has logrado (...) Jamás olvidaré lo que hiciste por mí y mi familia. La vida me ha llevado por otros rumbos y así pude salir adelante (...) Nuestros hijos están mejorando muy lentamente, aunque el mayor es evidente que no puede con la situación. Lo llevo todos los jueves al psicólogo, eso no lo ha ayudado mucho porque peligra el año en el colegio, algo que jamás le había sucedido. Supongo que en algún momento le nacerá la fuerza, mientras tanto tiene toda la mía para sacarlo a flote. Mis suegros enderezan su vida como pueden. Lo que yo no puedo ni quiero es desear algo bueno para los asesinos. Lo único que deseo es que paguen con las peores de las cosas que le hicieron. Yo no puedo negar y no le deseo nada bueno a esos seres monstruosos. Perdón si estoy mal, pero el dolor es demasiado, demasiado.

Te admiro muchísimo, jamás olvidaré tus abrazos tan cálidos, con tanto amor. Un gracias enorme, siempre te recuerdo en mi corazón". Cuando termina de leer, Graciela tiene los ojos llenos de lagrimas, pero de inmediato habla del futuro.

Mientras Asfavide crece y "camina" hacia su objetivo de tener representación en todo el país, la llegada es a través de una línea 0800 por las que brindan asesoramiento. Además, reciben en su local en General Flores y Domingo Aramburu, y van casas de familias. Brindan también apoyo psicológico con técnicos voluntarios, enseñan trabajo en cuero todos los jueves, y dictan clases de yoga. A futuro proyectan brindar también asesoramiento legal. "Hay muchas cosas para las que la víctima lo necesita", explica Graciela. Tienen como objetivo, además, el trabajo con los jóvenes bajo la premisa de que no naturalicen la violencia. "Está tan naturalizado el tema de la violencia que hay cosas que ya las asumen como normal".

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