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Pasta base, la droga que llegó con la crisis de 2002 y tiene a 9.000 adictos excluidos

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Incautación de pasta base. Foto: Archivo El País

CONSUMO

Los miles de adictos a esta droga que viven en Montevideo y sus alrededores consumen en promedio desde hace cinco años.

La pasta base mata. “En seis meses te pelás”, decían poco después de la crisis de 2002 cuando el residuo de la cocaína se adentró en Uruguay. Y puede que mate, pero no con la inmediatez que se creía en aquel entonces. Porque los 9.000 adictos a esta droga que viven en Montevideo y sus alrededores consumen en promedio desde hace cinco años.

Los zapatos colgados de un cable de la luz, un pibe revolviendo la basura en busca de vaya a saber qué o un titular que reza “lo apuñaló un adicto por un litro de leche” son los imágenes más visibles de un tipo de consumidor que no se ve.

Sucede que el adicto a la pasta base -o pastabasero como se le dice, a veces con un dejo de desprecio- no estudia, casi no trabaja en la formalidad, vive mayormente solo y ni siquiera recibe la asistencia económica del Estado. Está excluido.

La Junta Nacional de Drogas publicó esta semana “Personas, calle, consumos: dos estudios sobre uso de pasta base en Uruguay”.

Las investigaciones muestran que el consumo de esta droga “continúa estable”, pero que acrecienta la vulnerabilidad de los adictos. Tanto es así que, pese a haber dado inicio al consumo en promedio a los 22 años de edad, siete de cada diez no acreditó el ciclo básico liceal. La mitad vive en la calle o en un refugio. La mitad estuvo preso alguna vez. Y uno de cada diez tiene VIH, cuando en la población uruguaya la prevalencia es del 0,5%

Pero, por sobre todas las cosas, el consumidor de pasta base tiene cara de varón.

Varones que consumen pasta base.

“Cada uno acepta lo que va descubriendo de sí mismo en las miradas de los demás, se va formando en la convivencia, se confunde con el que suponen los otros y actúa de acuerdo con lo que se espera de ese supuesto inexistente”. Juan Carlos Onetti escribía esto en La vida breve y para los investigadores de la Junta Nacional de Drogas resume lo que estaría pasando con los varones que consumen pasta base.

Tras las más de 300 entrevistas y convivencia con los adictos, los investigadores llegaron a la hipótesis de que la mayoría de estos consumidores tenían la necesidad de demostrar que eran de “meterse de todo”, como si eso exaltara su masculinidad.

Hombre fumando pasta base. Foto: AFP
Hombre fumando pasta base. Foto: AFP

La mayoría de los consumidores de pasta base también consumen tabaco, alcohol, marihuana, cocaína y la mitad, psicofármacos. De hecho pareciera que existiera una trayectoria común: a los 14 años se experimenta con tabaco, a los 15 se debuta con el alcohol, a los 16 con el porro, a los 18 con la cocaína y a los 22 con la pasta.

A excepción de los psicofármacos (allí las mujeres son las consumidoras más frecuentes), en el resto de las drogas son más los hombres los que consumen. Pero en la pasta base esa relación está exagerada: de cada diez, nueve son hombres.

Sin embargo, el estudio de la Junta de Drogas evidencia que ellas son más “vulnerables” que ellos. ¿En qué se nota? La prevalencia de VIH es ligeramente más alta en las mujeres, 12,6%. En parte ocurre porque “la venta del cuerpo” es una de las maneras de conseguir dinero para comprar la droga. La cuarta parte de ellas tiene como principal fuente de ingreso “las relaciones sexuales a cambio de dinero”.

Casi la mitad de las mujeres “pastabaseras” tuvo síntomas de infecciones de transmisión sexual el último año. Pese a esa exposición, la mayoría dice haber recibido tratamiento.

En este sentido, la investigación tira por la borda un mito: ¿los adictos piden ayuda? La mitad demanda tratamiento. Y, de aquellos que no lo solicitaron, el 40% sintió en algún momento que necesitaba ser ayudado. El informe concluye: “Además de demandar tratamiento en mayor medida que las personas con uso problemático de otras drogas, los consumidores de pasta base lo hacen antes”.

Conseguir el dinero como sea: 30% por vía ilegal
En una casa que era vigilada incautaron varias dosis de estupefacientes. Foto: Unicom

El adicto a la pasta base padece el dilema del “huevo y la gallina”: rompe los vínculos sociales, deja de estudiar y se queda sin trabajo. Eso lo lleva a consumir más. Pero como consume, a la vez, le cuesta encontrar una estabilidad laboral que le permita obtener ingresos por una vía legítima, acceder a un tratamiento duradero (y caro) y reconstruir los vínculos.

Solo la cuarta parte tiene un contrato de trabajo formal. Los varones tienen como principal fuente de recursos las “changas” (33%) y las mujeres la prostitución (26%). Pese a que la mayoría acude a vías legítimas para obtener ingresos, el 30% admite haber robado o cometido una ilegalidad en busca de dinero. Lo que sí está extendido es hurgar la basura: el 70% lo ha hecho alguna vez, mayormente en busca de comida. Solo el 5,9% cuenta con ingresos por programas de atención social brindados por el Estado. Y apenas el 0,6% señaló que es su principal fuente de ingresos.

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