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Julio Bocca: “Desde que asumí en el Sodre hasta ahora, Uruguay no mejoró”

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"He viajado mucho por trabajo, y además hay que pagar las cuentas mensuales, que no son baratas en Uruguay (risas)", dijo. Foto: Leonardo Mainé.

ENTREVISTA

“Poner límites no significa volver a los tiempos de dictadura”, dijo.

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Afuera llueve, pero a Julio Bocca no le importa. El legendario bailarín habla y muestra la serenidad no exenta de carácter que le es inherente, como si fuera un jesuita sui géneris. Por eso es que conversar con él resulta tan agradable. Mucho más ahora, cuando parece liberado de toda carga de corrección política, respetuoso como siempre, aunque sin la obligación de representar a todos como cuando era director artístico del Ballet Nacional del Sodre (BNS) y, por tanto, imprimía su estilo sin abominar del decoro que para él debe tener un funcionario público. Los políticos, dirá más tarde en esta misma charla en su apartamento de Punta Carretas, “se olvidan de que son empleados de la gente”.

Ya con la doble ciudadanía que este año le permitirá votar tanto en Argentina como en Uruguay -“va a estar difícil el asunto”, dice riendo y agarrándose la cabeza-, Bocca está preparado para seguir viajando por el mundo, después de haber participado de la gala del G20 que se realizó en el Teatro Colón en noviembre de 2018.

Así como a fines de ese año engalanó como maestro invitado la Houston Ballet Academy y el San Francisco Ballet School, en 2019 el artista ya hizo lo propio en Finlandia y seguirá en Zúrich, en Berlín, en Corea, en Australia, en el Orlando Ballet School y, como si fuera poco, en el Bolshoi.

Ganador de algunos de los premios más importantes de la historia, Bocca es una rara avis en Argentina, donde también ha obtenido distinciones como el Premio Konex de Platino y se ha convertido en una figura adorada por su pueblo, una trayectoria que fue coronada con su retiro en un show gratuito con el Obelisco como escenografía, frente a decenas de miles de personas y con invitados especiales como Eleonora Cassano, Mercedes Sosa y Maximiliano Guerra.

“En realidad, cuando critico a Uruguay es con buena onda, porque lo amo y porque quiero que tengamos un país mucho mejor”, explica en diálogo con El País. Es que varias cosas preocupan a Julio Adrián Lojo Bocca (Munro, provincia de Buenos Aires, 1967). El destino de la Escuela Nacional de Danza, que comenzó con promesas presuntamente inalterables pero hoy no tiene ni edificio propio ni horarios fijos, es una de ellas, y él asemeja esa carencia a la que la selección uruguaya de fútbol tendría si sus divisiones inferiores se formaran en condiciones deficientes.

La inseguridad ciudadana, la desidia de la clase política, la polémica por un curioso fallo judicial, el éxito propio, el resentimiento ajeno y la ineficiencia pública son otros asuntos que preocupan al argentino, quien también lamenta que no exista una especie de equivalencia cultural a la Cámara de Comercio para que los principales actores del universo de las artes se relacionen con los candidatos a la presidencia, a fin de acordar políticas culturales modernas y superadoras. A continuación, un resumen de la entrevista que El País mantuvo con este ciudadano de dos orillas.

-Usted asumió la dirección del BNS en el año 2010. Poco después amagó con renunciar si un paro volvía a afectar el normal funcionamiento de la obra que estaba comandando. ¿En qué cambió como persona y en qué se modificó el Uruguay, que a esta altura es también su país?

-Como persona evolucioné muchísimo: puedo separar mejor las cosas y aprendí a escuchar y a conectarme con la gente de otra manera. Y Uruguay, lamentablemente, no ha mejorado. La inseguridad en un país tan chico es fácilmente mejorable, más con la tecnología que existe. Después hay cosas estúpidas, pero necesarias, de las que estamos cada vez más lejos: el simple hecho de tener la calle arreglada y limpia y de que todo funcione en tiempo y forma. Los impuestos que pagamos como ciudadanos no se reflejan en los servicios que nos prestan. Por ejemplo, en Las Cumbres, en Maldonado, hace dos años que pido ya no que arreglen la calle, sino que marquen la línea de subida amarilla para que la gente no corra peligro de noche: el alumbrado y las cámaras los pago privadamente. Eso no funciona y en el exterior sí, por más crisis que tengan. Otro ejemplo: la Rambla, que es un lugar maravilloso, ¿tiene que estar como está? Uruguay, ¿tiene que ser tan caro? Hoy un chofer venezolano me decía que no tenía posibilidad de ahorro. Claro, viene de un país que está viviendo una tragedia espantosa, pero no sé: quizá haya explicaciones para todo esto.

-¿Es un problema de la clase política o también de la sociedad? ¿Y qué otras cosas le preocupan de la idiosincrasia oriental?

-Hay un equilibrio: no es culpa del político que un vecino tire un papel en la calle. Y yo soy argentino y ahora también soy uruguayo, con lo cual me pregunto cómo puede ser que la basura se acumule así. Llega el invierno y hay paro del gas, a fin de año hay paro de los embotelladores de bebidas, la construcción para seguido y Adeom también. ¿No se solucionan los problemas?

"No quiero que me recuerden a mí, sino lo que hice por el ballet", señaló. Foto: Leonardo Mainé.
"No quiero que me recuerden a mí, sino lo que hice por el ballet", señaló. Foto: Leonardo Mainé.

-¿Hay un enamoramiento del conflicto?

-Creo que la sociedad dejó de poner límites, lo cual no significa volver a la dictadura, como cree mucha gente, porque yo también la sufrí. Es: “Ok, tu límite va hasta acá, no pases”. Uruguay es un país democrático y súper avanzado en temas como el aborto, la marihuana, el voto femenino pionero y el matrimonio igualitario, y de golpe tenés pequeñeces, como que un grupo de vecinos festejan el aniversario de un pozo. ¿No hay funcionarios para que lo tapen? Cuando yo era director del Ballet Nacional me debía a todos y de alguna manera representaba a quienes no estaban de acuerdo conmigo, ¿no? Bueno, los políticos deberían sentirse más empleados que jefes.

-Usted recién mencionaba la inseguridad, un problema grave que lo ha tocado personalmente, ¿verdad?

-Sí. Cuando vivíamos en Punta Gorda nos robaron tres veces. Está bien: no estábamos adentro de la casa, pero no nos salvó ni la cercanía de la Rambla ni de la Embajada del Líbano. La segunda vez hice venir a expertos tipo CSI, ¿viste? (risas). ¿Te pensás que alguna vez me llamaron para decirme si habían encontrado algo?

-¿Ni a Julio Bocca le dan bola?

-Ni a mí, ¿viste? ¡Está bueno, porque quiere decir que son democráticos! (risas).

-¿Su nueva dinámica ha hecho que usted fuera menos adicto al trabajo?

-¡Al contrario! He viajado mucho por trabajo, y además hay que pagar las cuentas mensuales, que no son baratas en Uruguay (risas). Pero estoy disfrutando otras cosas, y eso me da un balance porque trabajo en escuelas, donde hay mucha hambre, y en compañías, donde la actitud es más de “veamos qué hace”. También yo me meto en cada una… No es fácil el Bolshoi, pero quiero hacerlo: para mí significa un desafío. Es un aprendizaje ver cómo enseñan en la Ópera de París o la disciplina que tienen en el Houston Ballet, donde la compañía termina la clase y pasa, integrante por integrante, a saludar al maestro. Hay cosas que perdimos

-¿Podría ser más concreto?

-El respeto. Vos sos el maestro, yo soy el alumno, te tengo que respetar. Y si yo como maestro te digo “por favor, no”, lo tenés que obedecer. Es otro trato, y está feo.

-Pero usted cambió no solo la calidad y la asistencia de los espectáculos, sino la cultura de trabajo.

-Sí. En la compañía uno va probando, pero llega un momento en que decís “el celular acá no” o “si te quedás, te callás”.

-Hablando de límites, ¿su experiencia con las drogas duras fue efímera?

-Sí, ¡pero hace tanto tiempo! La primera vez que probé marihuana tenía 15 o 16 años, y la primera vez que probé cocaína tenía 20. Después, a los 28 consumí ácido, porque me gusta tener mi propia opinión y vivir mi experiencia. Lo bueno es que fue probar y gracias, a pesar de que en el mundo donde me movía estaba todo muy a mano. Lo que realmente me gusta es el alcohol. Pero ojo: también es una droga, no hay que tomarlo a la ligera.

-¿Sigue pensando que no existe Dios?

-Sí, pero mirá: cuando vuelo siempre agradezco y les pido fuerzas a mi abuelo, a mi abuela, a mi mamá, a mi hermano y a mi padrastro, que ya no están.

-¿Qué importancia tuvieron ellos afectivamente en el hecho de que usted pudiera hacer las cosas a su manera?

-Mi familia fue clave y me permitió tener una libertad enorme para desenvolverme. Ya a mi madre le dieron la posibilidad de enseñar lo que le gustaba en un estudio detrás de casa. Y de ahí viene ese sentido de yo también poder hacer lo que siempre me gustó, de estudiar danza, de viajar solo y de irme a Venezuela a los 14 años aunque no tuviéramos demasiada plata. Pero con apoyo y con contención. Y a mi manera.

-Su madre fue vital, ¿no?

-La familia entera. Con nuestras peleas, nuestras distintas opiniones y con las historias que cada familia tiene. Mi madre abortó dos veces y el tercero fui yo, porque mi abuelo dijo: “Vos este lo tenés, y no me importa lo que diga el barrio por ser una madre soltera”. Y en aquella época no era fácil. ¿Tenía que ser o no tenía que ser? No sé. Pero mi familia fue muy sensible y muy decisiva: tenía su propia opinión respecto a cómo vivir. Por ejemplo, fue muy fuerte que mi abuela me dijera: “¿Vos me ves con tubos? Si me debo ir, me voy, ya está”. Por suerte, no sufrió.

-Impresionante. ¿Quién es Julio Bocca hoy?

-Una persona que está segura de sí misma, que sigue aprendiendo y cambiando, pero que al mismo tiempo acepta las cosas que hizo. Y sí: las hice yo, las quise hacer y las hice bien tanto como bailarín, cuando intenté que el ballet fuera popular, como en mi rol de director, desde el cual formé una compañía con la que logramos cosas increíbles. Aparte, quiero que otros tengan posibilidades de estudiar lo que les gusta -para eso está mi fundación-, y no tengo ningún inconveniente en decir lo que pienso. Pero no quiero problemas ni joder a nadie, sino seguir viviendo a mi manera una vida que, por suerte, puedo compartir.

-¿Y cómo le gustaría que lo recordaran?

-No quiero que me recuerden a mí, sino lo que hice por el ballet. Y que mantengan viva esa pasión por la excelencia y por la calidad. Querer que la danza siga estando así por siempre es una lucha constante.

"Creo que la sociedad dejó de poner límites, lo cual no significa volver a la dictadura, como cree mucha gente, porque yo también la sufrí", recalcó. Foto: Leonardo Mainé.
"La sociedad dejó de poner límites, lo cual no significa volver a la dictadura, como cree mucha gente, porque yo también la sufrí", recalcó. Foto: Leonardo Mainé.

"Nunca tuve la posibilidad de hablar ante el juez"

-¿Se sintió muy mal cuando la Justicia dio la razón a las denunciantes de la sastrería del Sodre que lo acusaron de acoso laboral?

-Lo que pasa es que es un tema que ahora está en todos lados, y yo nunca tuve la posibilidad de hablar ante el juez. Lo hizo el Sodre, porque fue el denunciado. Pero es increíble que personas que tienen un sueldo ganen más dinero por no haber hecho nada. ¿Sabés lo que es irte de gira y que se olviden del vestuario o que esté la ropa sucia?

-Un dictador…

-Claro, por pedir eso. O por preguntar: “¿Por qué te olvidaste de esto?”. Y encima tienen la razón ellos. Es difícil que la Justicia se ponga en contra de funcionarios estables de un organismo como el Sodre.

-¿El problema es cuando el acoso de cualquier naturaleza -que es o una falta moral o un delito- se frivoliza con acusaciones falsas o con denuncias cuyo único fin es el protagonismo del denunciado o el dinero del denunciante?

-Sí. Y acá jugó un papel la prensa, que puso mi nombre en todos lados cuando la denuncia no fue contra Julio Bocca personalmente. Ahora buscás mi nombre y sale eso, con lo cual me dejan marcado, ignorando la realidad, con algo que ni siquiera fue específicamente en mi contra. ¿Por qué?

-¿Es un asunto de fondo, más allá del tratamiento que le haya dado la prensa a su caso?

-Sí, todo se desdibujó muchísimo, y pasamos de no decir nada a decir todo exageradamente, incluso lo que no es cierto. En Estados Unidos ya está en juego cómo miras al alumno, con lo cual cada vez que voy a dar clase no toco absolutamente a nadie, porque no sabés cómo va a reaccionar. Y nuestra carrera es muy sensible, porque de alguna manera estamos desnudos, y porque nuestro trabajo involucra el contacto físico. Por ejemplo, depende de las levantadas dónde va la mano. Entonces, se pierden la espontaneidad y la confianza y, en vez de dejarte llevar, te predisponés a la posibilidad de que haya conflictos. Ahora, si te pasó algo en serio, hay que ir a fondo. Pero si se me fue la mano en una levantada, ¿te pensás que lo hice a propósito? Los límites tienen que aclararse, respetarse y controlarse.

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