Historias mínimas de un revuelto domingo electoral

Banderas sin dueño, un hombre adulto que nunca votó y un recorrido por los circuitos más curiosos.

Parque Capurro: después de votar, cientos de montevideanos disfrutaron del sol.
Parque Capurro: después de votar, cientos de montevideanos disfrutaron del sol.
Foto: Estefanía Leal

Armar el puesto, colocar cada bandera, copar la esquina de 18 de Julio y Fernández Crespo esperando que este domingo electoral sea un buen día de ganancias, es un acto de fe, dice Ramón Ramos.

Ya pasa del mediodía, y nada. Ni una venta. “Ni las chiquitas para los autos me compraron”. Y eso que la mañana suele ser la franja en la que más votantes se mueven.

-Esto es un desastre. No hay movimiento. No hay calor. No hay nada.

Ramos es una de esas personas que viven del comercio de ocasión; “soy lo que se dice un busca”, suelta. Y en esa búsqueda por la venta rápida las banderas político partidarias han sido una zafra fija desde hace más de cuarenta años. Pero el negocio se le arruinó por la culpa de China.

Antes los partidos políticos le compraban a los vendedores como él. “Venía un dirigente y te decía, “¿cuánto me hacés por tantas banderas?”. Antes los votantes también les compraban a los puestos de la calle, como el suyo. Hasta que los partidos empezaron a estamparlas en China, y a regalárselas a sus simpatizantes.

-Fue nuestro fin. Mirá, hará 10 años que no vendemos.

Johanna Rodríguez era alumna del liceo n°72 del Cerro, esta vez volvió como una facilitadora
Johanna Rodríguez era alumna del liceo n°72 del Cerro, esta vez volvió como una facilitadora.
Foto: Estefanía Leal

El pico de ventas lo tuvo cuando Tabaré Vázquez ganó la intendencia de Montevideo en 1990, y después cuando ganó por primera vez las elecciones nacionales, en 2005. “Vendimos cuatro mil, cinco mil banderas”, recuerda Ramos. “Y después con José Mujica (en 2010). En esa época vendíamos tanto, que teníamos tres o cuatro puestos”.

Por 18 de Julio la circulación del tránsito es como la de un día de semana, pero los comercios están cerrados. Hasta la Iglesia del Cordón le pasó la llave al portón de entrada. Las veredas van cargadas, aunque con el aire suficiente para que los niños que acompañan a sus padres a votar se diviertan jugando carreras: gana el primero que llegue a la esquina.

Algunos que aprovecharon la salida a votar para disfrutar del clima primaveral se desvían por Tristán Narvaja, la arteria principal de la feria más popular de los domingos.

El comentario que se repite de un puesto a otro es que “no vino nadie”. Que “esto está vacío”. Están todos votando, se lamentan. Pero no es tan así.

En un puesto de verduras, ocurre una pintoresca conversación.

Dice una señora mayor:

-Y quién ganará hoy, ¿no? ¡Qué gane el mejor! O sea, ¡el mío!

Le responde un puestero:

-Va a ganar el que más ponga.

La voz del hombre es un imán, aguardentosa, imposible de ignorar. “Las elecciones no le importan a nadie porque hay que ver para creer, y lo que vemos es la nada”, dispara, “te lo digo yo que vivo en un refugio”.

Tiene 42 años, doce antecedentes.

-Pasé casi toda mi vida preso, estuve en varias cárceles, tomado por el alcohol, las drogas, las mujeres.

-¿Cuándo saliste?

-Hace seis meses. Y paré con todo. Ya no daba para más. Porque yo a la escuela nunca fui, ¿verdad?

Por la vida que tuvo, y el descreimiento que le generan los políticos -todos los políticos-, nunca votó.

-¿Y por qué no votaste?

-Porque no me importa.

Detiene la charla para atender a un cliente, “al trabajo lo quiero cuidar”.

-¿Me decís tu nombre?

Intendencia: Unas 3.500 personas votaron en los 10 circuitos ubicados en el atrio de la intendencia.
Intendencia: Unas 3.500 personas votaron en los 10 circuitos ubicados en el atrio de la intendencia.
Foto: Estefanía Leal

-No. Pero te digo mi apodo, poné que soy “El Ratita”.

Gustavo es venezolano, pasa los 50 años y esta tarde de elecciones la pasa vendiendo bijouterie en el Centro de Montevideo. Llegó hace cinco meses y se radicó en la Ciudad Vieja. No vota, pero igual buscó las propuestas de cada uno de los candidatos.

-Leí porque quería informarme.

-¿Y qué le pareció?

-Tengo mi favorito, ¿se lo digo?

Los hermanos Feijó son delegados de mesa en el liceo Juan XXIII, en representación del candidato del Partido Nacional. Tienen 28 y 30 años, pero empezaron a militar cuando eran niños de 9 y 11, por eso cargan con muchas más elecciones arriba que las que corresponden a su edad.

-Lo más divertido cuando éramos chicos era ir a lo plenarios -dice Jésica, la menor.

Lo de ser niños con tareas en la política les costó caro en su barrio, Punta de Rieles.

-Te miraban raro -dice Nelson-, pero esto es lo que siempre nos gustó hacer, es como estar en familia.

Esta campaña fue desabrida, opinan. “Vemos que la gente está cansada, son muchas campañas seguidas”.

En el Centro, hay dos puntos neurálgicos para la militancia. Gazebos, stands y repartidores de listas se agolpan en la puerta del Ministerio de Desarrollo Social, donde hay varios circuitos, y en la IMM.

Ahí estamos.

El primer acto que vemos es alentador: un militante colorado, otro comunista y otro blanco ayudan a una militante frenteamplista a mover un gazebo para que la cubra del sol. La armonía reina.

-Nos ayudamos porque todos sabemos que este es un punto clave, porque acá adentro vota mucha gente -dice Laura, la que pidió ayuda.

En el atrio de la IMM hay 10 circuitos por los que pasarán 3.500 personas. Hasta acá viene un perfil que se repite: señoras mayores, coquetas, maquilladas, perfumadas, peinadas.

Las reciben las facilitadoras. Un rol que surgió para organizar las votaciones con los cuidados de la pandemia y se conservó en los circuitos populosos, en los que votan mayoritariamente personas mayores, o en los que podrían darse confusiones al recorrerlos.

A Daniela es la primera vez que le asignan esta función.

-La gente se pone a conversar. Sobre todo las personas mayores, te cuentan cómo se prepararon para venir a votar. Una señora de 92 años me decía que para ella es un día de fiesta.

Esta jornada será anecdótica para Daniela, una empleada pública que no suele tratar con público y cuando lo hace es en un contexto poco agradable: inspectora de la DGI.

En el Cerro, la calle Grecia muere en el agua. Vecinos que ya votaron pasan la tarde pescando en su angosto muelle. Jóvenes juega fútbol 5 en una cancha con vista al mar. El ambiente tiene la calma imperturbable de los balnearios fuera de temporada.

A unos metros de allí, está el liceo n° 72, al que Johana Rodríguez llegó hoy como “facilitadora”, pero del que solía ser alumna. Hacía una década que no volvía. Cuando entró, se dio de bruces con una foto de sus compañeros de clase celebrando el egreso.

La muestra con orgullo.

-Me trajo muchos recuerdos. Verlos así me da ánimos para retomar los estudios -dice esta joven, que trabaja en la seguridad de la Facultad de Ciencias Sociales.

Algunos de los votantes llegan sin credencial, sin cédula, sin ningún dato de nada. Incluso están los que llegan equivocados. Para auxiliarlos, además de Johana está la señora Dellys, que votó en el liceo n°11, del otro lado de la manzana, y se reencontró con antiguos vecinos que ya no viven en el barrio.

-Vino un muchacho que hacía 20 años no volvía por acá -cuenta.

La iglesia mormona Jesucristo de los Santos de los Últimos Días puso folletos para los votantes
La iglesia mormona Jesucristo de los Santos de los Últimos Días puso folletos para los votantes
Foto: Estefanía Leal

Un caso parecido al de Oscar, que vino a votar al liceo de su juventud acompañado por su esposa, su cuñada, una sobrina y su hija menor.

-Las elecciones vienen muy aburridas pero por lo menos vuelvo, visito a la familia y recorro el barrio.

Cae la tarde sobre el parisino Parque Capurro. Hay niños que patinan, que andan en skate. Otros juegan al fútbol. Hay grupos en el pasto haciendo un picnic, otros que leen. En unas mesas con bancos de hormigón hay familias y amigos, y allí están, devorando un platazo de papas fritas, Miguel, Leonardo, Micaela y Romina. Se ven muy jóvenes, pero Romina es la menor. Cumplió 18 hace un mes.

-¿Qué te pareció votar?

Se encoge de hombros.

-¿No estabas emocionada?

-Para nada.

-¿Y cómo decidiste el voto?

-Ni idea.

-¿Lo conversaste con tus amigos?

-Ni ahí.

Del grupo, Miguel dirá que charló sobre los candidatos con sus padres. Micaela votó por disciplina partidaria y Leonardo según “lo que vio por televisión”.

-No leo diarios, hace un millón de años que no toco un diario -dispara.

De Capurro al Prado la circulación es lentísima. El volumen de autos, los bocinazos, la trancadera es peor que la de un viernes en hora pico. Son los que votan a último momento. Y son, también, los que siguen paseando. El Botánico, los alrededores de la Rural, el Rosedal, todo verde está atiborrado.

El mismo revuelo se vive en la intercepción de la calle Dalmiro Costa y Caldas, llegando a Malvín, en la puerta de la iglesia mormona Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Acá llegan casi exclusivamente personas mayores, muchas de ellas con problemas de movilidad. Suben las escaleras apoyándose en un bastón, o del brazo de un pariente. Otros usan la rampa. En el hall, los dueños de casa prepararon una mesa con particulares regalos para los votantes: ejemplares de El libro del mormón, folletos con inscripciones como: “¿Qué sucede después de la muerte?”.

Pasando la capilla, en un salón que es a la vez sala de eventos y cancha de basquetbol, están los circuitos.

Norma sale del brazo de su nieta. Camina con dificultad, fastidiada por el trajín. Hace un único comentario:

-Escribí esto: es la última vez que vengo a votar, ¡qué vuelvan a unificar las dos fechas, por favor!

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