El flamante Hyundai Ioniq, un vehículo eléctrico de 225 caballos de fuerza, estaba terminando de recorrer el camino externo del Palacio Legislativo para ya embarcarse en la Avenida Libertador, cuando la vicepresidenta Carolina Cosse se dio vuelta para mirar la histórica sede legislativa con una sonrisa plácida que no se quitaría en todo el recorrido, y extendió entonces el primer saludo desde el auto, luego de avisar a Yamandú Orsi: había visto que Camilo Cejas, estratega político del MPP, estaba en uno de los balcones del edificio agitándoles el brazo.
En ese momento, a las 15.54 de este sábado, luego de un discurso de 23 minutos en que el presidente propuso a la Asamblea General una concepción de libertad distinta a la de Luis Lacalle Pou -y en el que, al mismo tiempo, envió señales de diálogo a todos los partidos políticos comenzó el lento e histórico traslado que se hace de manera ininterrumpida desde 1985 en cada asunción presidencial.
El recorrido es de unos pocos kilómetros -termina en la Plaza Independencia, luego de recorrer Libertador y el último tramo de 18 de Julio- pero la infinidad de escenas, saludos, reclamos, cánticos, euforia y abrazos a la distancia, hacen de este trayectoria una experiencia densa para el mandatario y la vicepresidenta.

Y lo fue especialmente para Orsi y Cosse, que buscaron, muchas veces, el contacto visual con la gente. Y hasta se detuvieron a poco de comenzar, cuando las banderas frenteamplistas dieron paso a las pancartas de Madres y Familiares de Detenidos y Desaparecidos.
Distorsionando el cordón humano de militantes frenteamplistas -todos vestidos con camisetas blancas o grises con una inscripción que celebraba los 40 años de democracia- que intentaba poner a raya y lejos del vehículo a los periodistas, Orsi y Cosse se acercaron hasta la baranda, escucharon el cántico de la organización -“Dónde están / dónde están”-, y retornaron al auto.

Entre la gente, agolpada por Libertador primero y luego por la principal avenida de Montevideo, había niños que gritaban desaforados; veteranos que vociferaban variadas consignas de la izquierda al borde del llanto; perros pequeños, alzados por sus dueños, aturdidos por el estruendo; docentes del Instituto de Profesores de Artigas sosteniendo un cartel en el que se leía: “Orgullo, mi presidente es docente”; militantes que gritaban por Uruguay, Peñarol, Nacional y el Frente Amplio; que saludaban desde los balcones, hacia donde Cosse miró varias veces con los brazos bien abiertos y enviando besos; o que los recibían con un parlante conectado en la calle, con cumbia a todo volumen. Hubo un grupo de argentinos peronistas que, con un bombo, cantaban que “la derecha no vuelve más”.

El tramo más ruidoso, donde el griterío se hizo más intenso, fue el del final, en las últimas cuatro cuadras de 18 de Julio y, especialmente, al entrar a contramano por la circunvalación de Plaza Independencia, cuando el sol había vuelto a salir por entre las nubes.
Llegaron a las 16.52 y, poco antes de frenar, Orsi señaló hacia donde habían montado una pequeña tarima que desbordaba de militantes, en la entrada del Palacio Salvo. “Mirá eso”, le dijo, asombrado, a Cosse.

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