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170 privados de libertad estudian en la Udelar y otros 70 están interesados en iniciar una carrera en 2023

La gran mayoría de los reclusos estudia adentro de las cárceles, pero a unos pocos -actualmente 10- se les concede una salida transitoria para que puedan ir a la facultad y volver a la prisión.

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Cárcel de Punta de Rieles
Cárcel de Punta de Rieles.
Foto: Estefanía Leal

Cada vez hay más personas privadas de libertad que estudian en la Universidad de la República (Udelar), algunos como forma de invertir su tiempo detrás de las rejas, otros como vía de escape al encierro y hay quienes solamente buscan redimir su pena. Son 170 los reclusos que están haciendo una carrera universitaria y unos 70 están interesados en comenzar una en el primer semestre de este 2023.

Se les ofrecen todas las carreras, pero las más elegidas entre los privados de libertad son Ciencias Sociales -sobre todo trabajo social-, Ciencias Económicas, Derecho, Psicología, Enfermería y Arquitectura.

La gran mayoría de los reclusos estudia adentro de las cárceles, pero a unos pocos -actualmente 10- se les concede una salida transitoria para que puedan ir a la facultad y volver a la prisión.

La salida no se realiza con una guardia policial, dado que, por ley, se prohíbe que las personas armadas ingresen a centros educativos. Además, la Udelar busca evitar a toda costa los prejuicios a los estudiantes que están cumpliendo una condena.

En algunos casos los dejan salir con tutela, es decir que un familiar tiene que buscar al recluso por la unidad y volver a dejarlo a la salida del centro de estudios. Nunca sucedió que alguien se fugue durante una salida transitoria por estudio, pero sí ha pasado que algunos no respetan el horario de salida y entrada, o algunos llegan al otro día, y entonces se los sanciona y se les quita este beneficio.

Alicia Álvarez, directora del Programa de Respaldo al Aprendizaje, explica a El País que los métodos de estudio varían en cada carrera para el resto de los presos. En algunos casos los reclusos asisten a las clases que son virtuales y en otros se les asigna un tutor que va haciendo un seguimiento personalizado para orientarlos en cuándo dar los exámenes libres.

Por otro lado, desde el equipo central -liderado por Álvarez- coordinan las tutorías entre pares. Se trata de estudiantes, en algunos casos incluso exprivados de libertad, que se forman para ser tutores a partir de un curso y luego van a las cárceles a hacerle el acompañamiento académico a otros reclusos. No se trata de profesores, pero son estudiantes que dieron esa materia y pueden explicarles algunos conceptos o ayudarlos con técnicas de estudio para poder aprobarlas.

“Los tutores aportan con todo lo que tiene que ver con la vida universitaria, tener compañeros, estudiar en equipo, aprender a hacer resúmenes, saber inscribirse y poder conversar sobre los temas”, dice la docente.

Desde que inició el programa universitario para las personas privadas de libertad, tres personas se graduaron en las cárceles.

A su vez, los reclusos que estudian tienen el beneficio de la reducción de pena. Cada tres días de trabajo tienen un día menos en la cárcel, algo que se modificó luego de la LUC, antes eran dos días por uno en libertad. Para el Ministerio del Interior un día de estudio son seis horas de trabajo por parte del alumno, que se pueden computar en una sola jornada o en más.

Otra cosa que cambió es que quienes cometieron delitos graves, como violaciones, no tienen la posibilidad de reducir su pena.

El día en que Rodrigo Arim fue reelecto como rector de la Udelar, en octubre de 2022, varios votantes de los tres órdenes destacaron la importancia que le dio al programa destinado a las personas privadas de libertad.

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Hasta hace seis días Sebastián, de 34 años, estaba recluido en el módulo 11 de la Unidad N° 4 de Santiago Vázquez (ex Comcar ), que opera como zona de castigo ante delitos intracarcelarios y en donde los derechos de los privados de libertad se reducen al mínimo. Los policías encontraron cortes carcelarios en su celda y lo enviaron allí, pero esto tan solo significó una sanción más porque hace ya 11 años que está detrás de las rejas. La diferencia de Sebastián con respecto a la mayoría de los reclusos -según cuenta a El País desde el otro lado de la línea telefónica- es que él puede “cambiar el chip”. Pisó la cárcel siendo primario, un “pibe sano” a los ojos de los otros privados, pero luego aprendió todo los códigos internos. Pero así como es capaz de enfrentarse a un duelo a cuchillo, dice, de lunes a viernes se dedica a tener clases de microeconomía en la unidad. Hace tres años que hace la Facultad de Ciencias Económicas y, pese a que la pandemia enlenteció el proceso, está enfocado y decidido en obtener el título. Lo ve como “una herramienta para defenderse en la sociedad” cuando salga.

“Por lo menos una vez por día pienso en que me queda un poco menos para salir de acá”, dice, aunque deberá cumplir su pena hasta 2030. Una noche en 2011 robó un cuchillo de sierra tramontina de un restaurante para poder rapiñar a un hombre de 45 años. Lo apuñaló y lo mató. Así, lo condenaron por homicidio.

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