La Universidad Católica del Uruguay (UCU) cumple 40 años de existencia. En este contexto, la universidad privada con mayor matrícula del país entregó este miércoles 27 de agosto, por primera vez, un título de Doctor Honoris Causa, que recibió el contador Enrique Iglesias. El evento contó la presencia del presidente Yamandú Orsi y sirvió de excusa para esta charla en el que el sacerdoteJulio Fernández Techera, su rector, habló sobre los desafíos que enfrenta la educación en tiempos de inteligencia artificial, de las diferencias entre la educación pública y la privada, y de su molestia por la decisión de la actual administración de derogar un decreto del gobierno de Luis Lacalle Pou que daba autorizaciones definitivas para las universidades privadas.
—¿Qué nivel universitario considera que tiene Uruguay hoy respecto a la región y otros países?
—Creo que la universidad en Uruguay se ha expandido, llega a muchos más sectores que antes y el nivel es bueno con respecto a la región. Estamos lejos de las grandes universidades, pero bueno, no tenemos volumen tampoco.
—Hubo un incremento de la matrícula de las universidades privadas en los últimos años. ¿Qué hay detrás de este dato?
—Hay un incremento, no todo el que debiera, de egreso de enseñanza media superior. Como país, por nuestro grado de desarrollo, tendríamos que estar cerca del 90%, y estamos a los 24 años con un cincuenta y tanto por ciento. Realmente estamos muy mal y es inadmisible que esto sea así en Uruguay. No obstante, se ha ido aumentando, y eso quiere decir que hay más gente que accede a la universidad. Al mismo tiempo, la oferta universitaria se ha expandido, hay muchas más carreras que antes.
—¿Los ingresos son de personas más adultas o de jóvenes que terminan educación secundaria?
—Claramente, hay un ingreso mayor de gente joven que está en edad universitaria, pero también se han expandido muchísimo los posgrados. Además, hay mucha gente que no pudo estudiar y se anota ahora. Y otros que hacen segundas carreras. También hay mucha gente que se jubila y se va a la universidad.
—En el ámbito público se ve en carreras como Humanidades, por ejemplo...
—Conozco gente que se jubila y se pone a estudiar Historia. Está el que quiere estudiar una carrera y el que quiere estudiar cosas. Ahora estamos largando la propuesta UCU Sénior, pensado para mayores de 60 años. No es una carrera en el sentido de evaluaciones, sino el estudio por el estudio mismo, en varias áreas. Creo que hay un mercado, y unas necesidades, que la universidad valora cada vez más.
—Se va aggiornando…
—Sí, la universidad no es para los 18 o 24 años, es para toda la vida. Todo este concepto de life long learning o aprender a lo largo de la vida nosotros lo tenemos cada vez más claro.
—¿Con qué nivel académico están llegando los nuevos alumnos?
Para los profesores de todas las épocas, los alumnos nunca llegan con el nivel que ellos creen que deberían tener. Nosotros tenemos que educar a la gente que viene, no a la que nosotros creemos que tiene que venir. Esto no significa bajar nivel, ni nada de eso. Nos hacemos cargo de cómo están y con esto trabajamos.
—¿Pero ha caído el nivel general de los estudiantes en los últimos años?
—Depende de las áreas. Uno puede decir que se encuentra con que leen menos, hay temas de comprensión lectora, de vocabulario que tienen más reducido, pero eso no quiere decir que no estén preparados para hacer la universidad. Además, los jóvenes son lo que los adultos hicimos. O sea, la responsabilidad es de los adultos, no de los jóvenes. También tienen otras competencias que no teníamos. A veces mitificamos nuestra formación. Son distintos, tienen un bombardeo que no teníamos, tenemos que adaptar nuestra enseñanza a esas realidades.
—¿Se tiene que trabajar en refuerzos académicos para llegar a cierto nivel al ingreso?
—Nosotros no lo hacemos como una nivelación. Sí ofrecemos son cursos en oratoria, en escritura. Trabajamos mucho de cómo exigimos para que el estudiante se adapte. Sirven, además, porque suman créditos.
—¿Hay una demanda cada vez mayor de cursos virtuales?
—Por opción de la universidad, excepto en el Campus Salto, hasta ahora todos nuestros cursos de Montevideo y de Punta del Este son presenciales. Porque la opción nuestra es que, sobre todo para los alumnos de 18 o 24 años, se trata de una etapa vital, social, donde tienen que encontrarse, no solo aprender una profesión, sino que tienen que vivirla.
—La formación presencial sigue siendo elemental…
—Totalmente, y sobre todo en algunas etapas. Pero también nos vamos abriendo. Por ejemplo, ahora estamos para aprobar el plan estratégico y ahí aparece cómo pensamos el programa "UCU más 25 años", para quienes no pueden venir cinco días a la semana. Estamos estudiándolo. Es un proyecto. Lo tenemos en Salto, pero aquí en Montevideo no lo hemos pensado.
—¿No se pierde formación académica?
—Para nada creemos eso, y hay experiencia internacional muy fuerte que lo respalda. El tema es pensar otras cosas para la persona que tiene familia, trabaja ocho horas diarias, y a lo mejor venir a la universidad todos los días es muy pesado. Pero la experiencia presencial tiene un valor muy alto para nosotros. El conocer a los profesores personalmente, que te conozcan, conocer a los compañeros, hacer comunidad, es muy importante, y cambia.
—¿Cree que el costo actual por ir a la universidad privada es acorde a la situación nacional?
—Bueno, vivimos de las cuotas, exclusivamente. Nada es por donaciones. Además, la universidad tiene un régimen de becas muy grande. Casi 25% de los estudiantes tiene algún tipo de beca, que van hasta el 100%. La UCU tiene una vocación de ser muy abierta, plural, sobre todo desde el punto de vista socioeconómico. Hoy la universidad tiene un 53% de los estudiantes que trabajan y un 41% que son primera generación universitaria. Eso muestra que esto no tiene ninguna vocación ni de nicho, ni de gueto, ni de ‘estamos para los que puedan’. Estamos siempre trabajando para que pueda acceder la mayor cantidad de gente posible. Y creo que las cuotas no son disparatadas, por algo este año entraron 1.900 estudiantes de grado más.
—¿Cuál es la matrícula actual de UCU?
—La universidad tiene una matrícula de unos 7.000 estudiantes, entre grado y posgrado, y registra más de 1.000 graduados por año. Aspiramos a crecer, por ejemplo, en investigación. En nuestro plan estratégico nuevo, queremos 30 investigadores más en los próximos cinco años. Y queremos definirnos como una research university o una universidad de investigación.
—¿Esto implicaría subir de nivel?
—Es sustantivo, porque no existen universidades sin enseñanza; pero universidades sin investigación, sí. Creemos que esto es fundamental para el servicio que queremos hacer al país.
—¿Los docentes están bien pagos, considerando el nivel que se exige?
—Pagamos todo lo que creemos que podemos pagar. Hacemos un esfuerzo porque sino no tenemos calidad.
—En la calidad educativa, ¿hay una distancia entre las privadas y la Udelar?
—No, en absoluto. En las privadas hay muy buena calidad en Uruguay. Eso se ve no solo por la empleabilidad, que es altísima, porque no tenemos problemas de estudiantes que nos vengan a decir 'tengo el título y no consigo trabajo'. Esto lo vemos también en la cantidad de graduados de privadas que se van a hacer doctorados de muchísimo prestigio a Europa y Estados Unidos.
—¿Cree que las privadas son superiores a la Udelar?
—Creo que hay un modelo muy distinto. Lo digo como graduado de la Udelar, que además soy ciudadano uruguayo, y voto en la universidad. En la Udelar es mucho más duro el camino, porque hay mucha más gente, está más masificado, etcétera.
—¿El camino del estudiante?
—Sí, pero creo también que los graduados de la Udelar son de muy buena calidad. Y lo digo con absoluta convicción: salen muy bien preparados. Lo que pasa que, en algún punto, es como una carrera de obstáculos.
—¿Qué carreras cree que se debe impulsar más desde las privadas?
—Soy historiador y es difícil encontrar una revolución tecnológica como la que estamos viviendo en los últimos tres años. Estamos metidos dentro y no sé si estamos dándonos cuenta qué es la inteligencia artificial al alcance de la mano. No hay ninguna área del conocimiento y de la acción que no esté afectada por la inteligencia artificial, y todavía recién estamos aprendiendo. No sabemos a dónde se va a llegar.
—¿Se hacen hoy más pruebas presenciales y controles más estrictos de las respuestas de los alumnos?
—Desde el primer momento dije que no nos obsesionemos con la inteligencia artificial y la evaluación, porque parecía que todo el tema es si copian o no los alumnos. La evaluación se tiene que adaptar a la realidad. Entonces, si vos pedías que te hagan ensayos y ahora te los hace la inteligencia artificial, bueno, no pidas ensayos.
—¿Le preocupa el desarrollo próximo de la IA en los cursos académicos terciarios?
—No me gusta la palabra 'preocupación'. Estoy muy alerta, porque todavía no tenemos idea de cuánto va a influir. Insisto, esto es una revolución en lo profesional. En estos tres años, el crecimiento que ha tenido la inteligencia artificial es impresionante.
—¿Esto pone en peligro el desarrollo académico terciario?
—Nos desafía fortísimamente. Porque muchas cosas de las que enseñamos ya no tiene sentido que las enseñemos porque no las van a necesitar. Después hay una cantidad de desafíos éticos. Me llegó el otro día una gráfica, de este año, que decía que el mayor uso de la IA es, por ejemplo, terapia y la búsqueda de propósito personal. Yo soy sacerdote, además, y esto tiene un desafío muy fuerte. Soy optimista, pero no soy ingenuo, y creo que aquí hay mucho para pensar y por eso hay que poner mucha cabeza. También cómo revisamos la formación de los niños y adolescentes con esta nueva realidad, ver qué competencias tenemos que desarrollar.
—¿Le sorprendió la decisión del gobierno de dar marcha con el decreto 316/024, de regulación de enseñanza terciaria, que implicaba las autorizaciones definitivas de estos centros?
—Sí, en el sentido de que no creo que sea el decreto perfecto, pero mi posición era de hacer uno mejor. Fue un error derogarlo para volver al de 2014, que es súper anticuado. Lo digo con mucho respeto, pero el ministro (José Carlos) Mahía decía ‘no venimos con ánimo refundacional’, pero al final, fue restauracionista, que es peor que refundacional. Defiendo la buena voluntad pero las cosas de gobierno después son lentísimas. 'A fin de año tendremos el nuevo decreto', se dijo. Ojalá, pero me permito dudar. El decreto del 2014 costó un año y medio hacerlo.
—¿Qué significa la caída de las autorizaciones definitivas?
—Un poco más de burocracia. Vamos a ser honestos, esto no es una autorización definitiva, es un título rimbombante y es una flexibilización burocrática. Esto nos simplificaba los trámites a nosotros y al MEC. Porque una de las cosas que está pasando es que los programas hay que cambiarlos permanentemente. Ahora hay que hacer todos los trámites, llamar a los evaluadores, que cuestan mucho dinero, y para el MEC es mucho trabajo. Es como si empezáramos una carrera de nuevo. La flexibilización implicaba que si se hacía una reforma, se informaba al MEC, pero no se tenía que hacer todo ese proceso.
—¿Era mejor la relación con el MEC durante el gobierno pasado?
—No, y lo digo honestamente, tenemos un excelente relacionamiento. Nos escuchan, nos atienden, nos vinculamos. También lo teníamos con el anterior gobierno.
—Este miércoles UCU entregó su primer título Doctor Honoris Causa al contador Enrique Iglesias. ¿Por qué se eligió a esta figura nacional?
—Hace 60 años el contador Iglesias ya era conocido en Uruguay, cuando dirigió el informe de la CIDE. Desde entonces, el papel del asturiano-uruguayo ha sido fundamental. Durante muchos años se dijo que no se iba a dar este reconocimiento hasta que no se tuvieran doctorados propios. UCU fue avanzando en ese sentido, y nos parecía que a los 40 años de existencia era un buen momento, y otorgárselo al contador Iglesias. Es un gran amigo de la casa y un hombre público que ha hecho un servicio enorme, no solo a Uruguay, sino a América Latina y a España.
—¿Cómo imagina el trabajo de las universidades en 40 años?
—Imposible. No sé cómo será la universidad dentro de 10 años. Tenemos que tener una enorme plasticidad para estar atentos de las carreras, aprendiendo mucho, con una dimensión ética. Hay una preocupación mía del servicio, que la universidad puede dar a la sociedad, que no sea para un grupito. El otro día un amigo me decía, ‘al final va a haber súper ricos y van a quedar no sé cuántos descartados’. Bueno, yo que soy más optimista digo: tenemos que trabajar para que no pase eso.