¿Son las monedas digitales el futuro del dinero?

Los Bancos centrales del mundo exploran su propia moneda digital (CBDC): ventajas, riesgos y dilemas.

Monedas digitales

Es una realidad que, en un mundo cada vez más globalizado y digital, el uso de dinero en efectivo ha quedado relegado. El desarrollo acelerado de tecnologías financieras y la expansión de medios de pago descentralizados, como las criptomonedas, han transformado profundamente la forma en que las personas usan el dinero. Frente a estas nuevas formas de dinero digital, los bancos centralesven debilitada su capacidad para manejar la oferta monetaria con herramientas tradicionales. En respuesta, surgieron las monedas digitales de bancos centrales (CBDC, por su sigla en inglés), con la promesa de modernizar el dinero oficial. La idea de un peso, euro o dólar digital entusiasma a muchas autoridades monetarias… aunque también genera escepticismo.

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Una CBDC es la versión digital del dinero fiduciario, emitida y respaldada por el banco central. Para entender su naturaleza, conviene recordar qué es el dinero: debe ser medio de pago, unidad de cuenta y reserva de valor. Hoy existen distintas formas de dinero digital que cumplen parcialmente con estas funciones: las criptomonedas como Bitcoin (descentralizadas y sin respaldo estatal); las stablecoins, que buscan estabilidad atadas a monedas fiduciarias pero son privadas; y los puntos de fidelidad o tarjetas prepagas, cada vez más utilizadas en circuitos cerrados.

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Las CBDC aspiran a combinar la funcionalidad digital con el respaldo estatal, buscando ser dinero de curso legal, accesible para todos y con paridad uno a uno con la moneda nacional. Surgen por la necesidad de preservar la estabilidad monetaria frente a la competencia de monedas digitales privadas y asegurar que el dinero público siga cumpliendo su rol en la era digital.

En este contexto, los bancos centrales comenzaron a evaluar su propia versión digital del dinero. Según el Banco de Pagos Internacionales, más del 90% de los bancos centrales del mundo están explorando el tema. En 2020, eran apenas 74 países; en 2025, ya sumaban 137. El fenómeno es global, aunque las motivaciones en esta búsqueda varían: algunos quieren modernizar pagos, otros fomentar la inclusión financiera, y varios buscan no quedar rezagados frente a innovaciones privadas que podrían socavar su soberanía monetaria.

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Existen dos tipos de CBDC: las mayoristas (para operaciones interbancarias) y las minoristas (dirigidas al público general). Estas últimas generan mayor debate, ya que permitirían a cualquier persona tener una cuenta o billetera digital vinculada directamente al banco central, sin intermediarios.

Los beneficios potenciales son variados. Una CBDC podría: hacer los pagos electrónicos más rápidos, baratos y seguros, facilitar la inclusión financiera, especialmente en zonas con baja bancarización, reducir el uso de efectivo, con ganancias en formalización y seguridad, mejorar la transmisión de la política monetaria y reforzar la soberanía monetaria frente al avance de stablecoins extranjeras.

Pero también hay riesgos que no deben subestimarse. El primero es la privacidad: a diferencia del efectivo, el dinero digital podría ser trazable por el Estado, generando temores de vigilancia masiva. El segundo, la seguridad cibernética: una CBDC sería blanco atractivo para ataques informáticos. En tercer lugar, los efectos sobre el sistema financiero: si el público retira depósitos de los bancos para pasarse al banco central, podría afectarse el crédito y la estabilidad del sistema. Por último, la adopción no está garantizada. En Nigeria, por ejemplo, más del 98% de las billeteras de su CBDC están inactivas.

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A nivel de experiencias, son muy pocos los países que han avanzado plenamente en este sentido. Uruguay fue uno de los pioneros a nivel global al lanzar en 2017 un piloto de moneda digital de banco central, el e-Peso. El proyecto fue desarrollado por el Banco Central del Uruguay (BCU) con tecnología local, sin usar blockchain ni DLT, sino un sistema basado en redes móviles convencionales. Durante el piloto, que alcanzó a 10.000 usuarios y 20 emisores seleccionados, se probó exitosamente el uso del e-Peso para transacciones cotidianas de bajo monto. El sistema demostró ser seguro: no se registraron duplicaciones de tokens ni fallas técnicas relevantes. Cada unidad del e-Peso era trazable por el BCU, lo que aportaba transparencia sin comprometer la operativa. Aunque el piloto fue exitoso desde el punto de vista técnico, no se avanzó hacia su implementación general. El propio BCU lo consideró una experiencia de aprendizaje para explorar el potencial y los desafíos de una CBDC en el contexto uruguayo. Si bien el proyecto no se retomó, en la hoja de ruta para el sistema de pagos 2023–2025 el Banco Central incluyó como línea de trabajo “elaborar un marco conceptual y propuesta de hoja de ruta para la emisión de una moneda electrónica”, lo que deja la puerta abierta a futuros desarrollos.

Bahamas fue el primero en lanzar su Sand Dollar en 2020, pensado para mejorar la resiliencia de pagos en islas remotas. Nigeria siguió en 2021 con la eNaira, y Jamaica lanzó el JAM-DEX en 2022. Pero la adopción ha sido baja en todos los casos. Por otro lado, China avanza de forma sostenida con su e-CNY, en piloto avanzado en varias ciudades. Busca consolidar su sistema de pagos y, a largo plazo, posicionar el yuan digital como alternativa internacional. En Europa, el BCE avanza con cautela hacia un euro digital, actualmente en pruebas. En EE.UU., en cambio, la historia es distinta: la emisión de una CBDC minorista fue frenada por orden de Trump en enero de este año. El gobierno optó por otra estrategia: fomentar el desarrollo de stablecoins privadas reguladas, denominadas en dólares, para mantener el dominio global de su moneda sin recurrir a una versión digital estatal. Así, se perfilan dos modelos opuestos: mientras China impulsa una moneda digital pública, centralizada y estatal, EE. U. apuesta por una estrategia descentralizada basada en la innovación del sector privado. Un enfoque busca reducir la dependencia del dólar, el otro, consolidarla.

En América Latina, Brasil también desarrolla su real digital (DREX), con foco en tokenización de activos y eficiencia. Otros países, como México y Perú, estudian el tema como parte de sus agendas de modernización.

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La pregunta no es solo si el dinero será digital —eso ya está pasando—, sino quién lo emitirá y bajo qué condiciones. Las CBDC se presentan como una herramienta poderosa: pueden modernizar los sistemas de pago, aumentar la inclusión financiera y preservar la soberanía monetaria frente a la expansión de monedas privadas. Pero al mismo tiempo, plantean dilemas complejos sobre la privacidad individual, el rol de los bancos comerciales y los límites del poder estatal en la vida económica de los ciudadanos.

- Sofía Harguindeguy y Juan Carlos Oehler. Consultoría Económica de Grant Thornton Uruguay y Paragua

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