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Estado de situación (II)

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La seguridad social cada vez pesa más en las finanzas del Estado. Foto: Fernando Ponzetto

ANÁLISIS

Pensar en subir la edad mínima de retiro, los años de trabajo requeridos y sistemas de jubilación parciales ya no son ideas descabelladas.

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En mi anterior columna repasé algunas cifras de la economía, aún resta por hacerlo con otra importante cantidad de ellas, pero eso lo dejaré para una próxima entrega. En esta abordaré algunos de los problemas más urgentes que se deberán encaminar, por fuera de la imperiosa reducción del déficit fiscal que, como se sabe, es la primera tarea de corto plazo si se quiere tener estabilidad y predecibilidad económica.

Las finanzas públicas constituyen siempre la piedra central sostén de todo país, la historia es elocuente y reiterativa al respecto, finanzas maltrechas, inestabilidad segura. Así cayeron los imperios, así caen los gobiernos democráticos y hasta los más feroces totalitarismos.

En algunos de los tópicos que reseñaré nada se ha avanzado, lo que de por sí implica retroceder, en otros sí hubo avances y, en otros, lisa y llanamente se retrocedió.

Previsión social.

Nuestro sistema de previsión social precisa ajustes, todo el sistema, no solamente el que administra el BPS. Actuarialmente los fondos están quebrados o en camino a ello y la deuda implícita es muy grande. Pocas semanas atrás se divulgó un estudio que da cuenta que la expectativa de vida, dado que la persona llega con vida a los 60 años, aumentó 5 años en los últimos 30. Es algo que todos sabemos, la prolongación de la vida, pero desconocíamos su quantum.

La revolución científica y tecnológica en la medicina está haciendo su trabajo. El aumento de la esperanza de vida, afortunadamente, es enorme y bienvenido. Lo que no tenemos derecho es en convertir esta maravilla es una desgracia. Se vive más y eso solo es posible si a determinada edad la persona “llega mejor”. Los cambios no terminan allí, la natalidad está en baja y personas que antes se consideraban “de edad”, hoy están en plenitud de rendimiento y productividad. Por tanto, pensar en subir la edad mínima de retiro, los años de trabajo requeridos y sistemas de jubilación parciales ya no son ideas descabelladas.

El déficit del BPS y los impuestos que se afectan al mismo, los déficits de los fondos de retiro policial y militar, así como los impuestos y recursos públicos que también se afectan a los otros fondos (Bancario, Profesional y Notarial) dan cuenta de la magnitud del problema. En el caso particular del BPS, la transferencia total de caja desde el Gobierno Central (que incluye los impuestos afectados) está en niveles récord e insostenibles.

El retroceso sufrido en esta área requiere acciones decididas, de nada sirve llorar sobre la leche derramada de las contrarreformas y lo no hecho, pese a que muchas principales figuras de gobierno indicaban e indican la imperiosa necesidad de tomar medidas.

Infraestructura.

Las carencias en este aspecto se concentran en vías de transporte y puertos, en especial el de Montevideo que precisa, entre otras cosas, aumentar la profundidad de su canal de acceso. La buena infraestructura vial reduce los costos de transporte y con ello mejora la competitividad. Nuestro principal puerto fue la razón de ser del país y sigue siendo una parte fundamental. Reducir los costos del mismo van en el mismo sentido. Cualquiera que conozca el costo mínimo de un despacho sabe bien el impacto (porcentual) que este tiene en los costos, encareciendo los insumos y materiales utilizados domésticamente o reduciendo el precio final percibido por el exportador.

Solo quienes utilizan la infraestructura, y sufren las carencias, conocen y hasta suelen subestimar, el peso en los costos que éstas acarrean. Lo anterior se traduce en menor empleo y salarios. El bienestar de un país se construye con el trabajo eficiente de sus habitantes.

El desafío es mejorar sustancialmente la eficiencia en los recursos que se aplican, porque la restricción fiscal y el nivel de deuda impiden una masiva aplicación de dinero en algo tan necesario.

Integración al mundo

Los costos que el país está pagando por no integrar realmente su economía al mundo son altos. Nada ha pasado en 15 años sólo un hecho del natural devenir de los mercados que ocurrió con la irrupción de China como potencia global. Su estructura de demanda externa, cambió nuestra la estructura de comercio en cuanto a países de origen y destino de los bienes comercializados con el exterior, pero al mismo tiempo, primarizó nuestras exportaciones. Pensar que desde el estado se pueden armar “cadenas productivas” es una aspiración de megalómanos o personas que se ven más inteligentes y preparadas que el resto. Su fracaso está asegurado en la casi totalidad de los casos.

Este deber requiere de preparación y audacia, no precisa dinero.

Mercado laboral.

Reconocer el nuevo mundo es la tarea y eso requiere que las normas se adapten a la realidad. Hoy tenemos un mercado rígido y con desconfianza de quienes contratan en el sentido que sienten que, en ocasiones, no tienen la facultad de tomar las decisiones necesarias para preservar la unidad productiva. Ello conlleva al peor de los mundos, la desaparición de aquella y, con ello, de todos los puestos de trabajo. No es cuestión de pensar en ampliaciones de la carga horaria semanal, ni no pago de horas extras o condiciones laborales no acordes, sino en régimen de horarios flexibles, adecuados regímenes de licencias y evitar las rígidas categorizaciones y “el muro” de “esta tarea no está en mi categoría”, que hace que actividades que se realizaban aquí se trasladen a otros países, no porque el salario individual en sí sea más elevado, sino porque la rigidez obliga utilizar más personal que el necesario. Flexibilidad no quiere decir precarización como se suele querer asimilar, sino adaptabilidad.

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