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Serán varios “días después”: contingencias y Megatendencias

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

No hay un solo “día después” en materia económica. Serán varios.

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Lo más complejo para todos los actores involucrados, desde consumidores, empresarios y autoridades, es que debemos tomar decisiones hoy sobre las contingencias en curso, pero también en función de las nuevas megatendencias globales.

Debemos abordar el corto plazo, sin desatender “el nuevo mundo”. Resolver lo urgente, sin descuidar lo estratégico e importante. Y todo ello en un marco de incertidumbre exacerbada.

Hay, en primer lugar, “un nuevo día después” para la economía mundial en general, y los países emergentes, en particular. Eso condicionará el desempeño de Uruguay, así como lo hizo después de otras crisis globales. Parece poco probable que se repitan condiciones externas en 2021-25 tan favorables como las observadas en 2003-07, pero podrían ser mejores a las de 2015-2019. Típicamente después de estas crisis, el mundo sale con un rebote rápido del crecimiento, tasas internacionales bajas por tiempo prolongado, dólar globalmente débil, recuperación de materias primas y retorno de los flujos de capitales hacia países emergentes. Hay que pasar lo peor, pero prepararse para algo mejor.

En segundo lugar, está “el día después” de la coyuntura económica local. ¿Cómo quedará Uruguay?

Indudablemente 2020 tendrá fuerte contracción del PIB y alza significativa del desempleo, pero menos dramático que en 2002, sobre todo por el carácter transitorio y los menores daños en el sistema financiero. El déficit fiscal podría superar el 10% del PIB, pero la deuda e inflación quedarían muy lejos de los máximos de aquella crisis. Con todo, las prioridades y políticas que se fijen en términos de mayor crecimiento potencial, responsabilidad fiscal, reforma estatal, capacidad competitiva, estabilidad financiera, adaptabilidad laboral, protección y focalización social, determinarán cuán virtuoso (o vicioso) será el nuevo ciclo que se abrirá. La legitimidad y el capital político que el Poder Ejecutivo ha ganado (hasta hoy) en el manejo de la crisis, podrían permitirle ser más jugado e innovador.

Y por último, podemos especular sobre “el día después” en términos de nuevas megatendencias globales que podrían emerger.

Habrá posiblemente otros empujes “proteccionistas”, sobre todo en el corto plazo y en los movimientos internacionales de personas, pero a la larga parece difícil revertir la megatendencia de la mayor globalización, especialmente por el rol catalizador de esta crisis sobre algunos procesos en marcha. Si la exportación de servicios ya era propicia con la Cuarta Revolución Industrial, más lo será con el impulso a la teleoperación, la telemedicina, la teleeducación…en fin, el teletrabajo en general.

Así, esta crisis estimula una mayor descentralización en la producción, un gran aumento en la productividad global y un uso más intenso e inversión en capital humano, en detrimento del capital físico, con inevitables consecuencias en sus rentas y en la distribución del ingreso.

No parece, tampoco, que la crisis vaya a cambiar mucho el mundo “bimotor” de las últimas décadas, con el liderazgo económico de China y Estados Unidos, y la pérdida de importancia relativa de los “viejos” motores de Europa y Japón. El gobierno chino no ha implementado grandes planes de estímulo aún, quizás a la espera por los efectos de segunda vuelta de la recesión mundial, o tal vez por “las mochilas” de deuda que cargó durante una década debido a los estímulos desplegados en la crisis global de 2008.

Ya sea que ahora China está concentrada en políticas de oferta o calibrando mejor el timing de las políticas de demanda, su rol de locomotora -aunque menor- no ha desaparecido y puede arrastrar a países como los nuestros.

En cuanto a Estados Unidos, por su capacidad y velocidad para ejecutar políticas macro, o por ser el epicentro de esta Cuarta Revolución Industrial, debería ser el otro motor de la reactivación. Con todo, el resultado de la elección presidencial de noviembre será decisiva para definir si tendrá un rol mundialmente cooperador y reglobalizador, así como una mejor relación con China.

En definitiva, para Uruguay puede representar a la larga una gran oportunidad. Habrá que atravesar el oscuro túnel de 2020, con sus secuelas hacia 2021, pero al final parece haber luces ligadas no sólo a una coyuntura mundial más favorable, sino con megatendencias globales positivas para una economía pequeña y alejada de los centros mundiales del alto poder adquisitivo.

Históricamente Uruguay no ha tenido escala interna para producir bienes y se apalancó en el mundo, primero en el siglo XIX y luego nuevamente desde los setenta, con el paréntesis de la fracasada estrategia de desarrollo hacia adentro y sustitución de importaciones. Hoy, gracias a la revolución tecnológica, el mundo también le da escala para exportar servicios distintos a los más tradicionales como el turismo.

Hay varias condiciones que se requieren para aprovechar esa nueva gran oportunidad, pero ninguna más importante que ampliar la cobertura y mejorar la calidad de la educación, adaptada a las nuevas megatendencias. En “los días después” no habrá quizás desafío más importante que ése. ¿Aprovecharemos esta vez la oportunidad?

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