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Que alguien se lo explique al presidente

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Foto: El País

OPINIÓN

Nadie gana o pierde una elección por tener la inflación que tenemos habitualmente, en torno a 8%. Sí se puede ganar o perder una elección en función de lo que ocurra con el salario real o el empleo.

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En su última reunión, del 15 de noviembre, el Comité de Política Monetaria del BCU resolvió subir medio punto porcentual la tasa de política monetaria (TPM), situándola en 11,25%. También confirmó que, en la próxima reunión, la última del año, reiterará la receta y dio a entender que esa sería la última movida de una larga serie, iniciada en agosto del año pasado cuando la TPM estaba en 4,50%.

La subida de la TPM suele asociarse con la intención de “enfriar” la economía, al generar incentivos para postergar consumos e inversiones. Sin embargo, si bien ese será el inoportuno efecto de esta seguidilla de subidas de la TPM, no es el propósito manifiesto del BCU, sino que éste es el de “anclar” las expectativas de los agentes económicos, que el Central percibe desancladas.

Se equivoca el BCU. Las expectativas no están desancladas. En todo caso su anclaje no coincide con el que el BCU pretende. Las expectativas de inflación en Uruguay están extraordinariamente ancladas en el eje del 8% anual desde hace añares. En los últimos 15 años a octubre, de las 180 observaciones de la inflación interanual, 103 se ubicaron en el rango de 8% más y menos 1%. Es decir, en casi seis de cada diez veces. Además, quedó más veces arriba del 9% (48 veces) que abajo del 7% (29 veces). Contundente.

Pueden ser varias las razones para que las cosas se den de ese modo. Pero por sobre todas, creo que está la falta de importancia que la sociedad le asigna a tener una inflación del orden de la que era considerada “normal” en el mundo pre guerra, a la que los países que estaban en esos niveles volverán tarde o temprano, mientras que nosotros seguiremos en nuestra bien llamada “zona de confort”.

Es más, creo que el verdadero límite de tolerancia de la sociedad en materia de inflación está en el 10%. Y nuestros gobernantes, fieles representantes de ella, al final del día muestran igual consideración sobre la inflación. Nadie gana o pierde una elección por tener la inflación que tenemos habitualmente, en torno al 8%. Sí se puede ganar o perder una elección en función de lo que ocurra con el salario real o con el empleo. Pero no por el hecho de que los precios crezcan al 3%, al 5% o al 9% anual.

Esa actitud puede estar apoyada en la indexación, que viene a ser una
suerte de “remedio” frente a la inflación, pues a más tardar en seis meses o un año se vuelve al salario de inicio, si bien se fue perdiendo valor real a lo largo del camino. Pero la indexación también es en sí misma una “enfermedad”, porque tiende a perpetuar la inercia inflacionaria y a hacer a la inflación rígida a la baja, siendo otra de las razones centrales de nuestro desempeño inflacionario.

¿Cuáles son hoy las metas y las expectativas de inflación? La meta del Gobierno para su año final, que era de 3,7%, ya fue subida hasta 5,8%. La meta del BCU está entre 3% y 6% o, como debería expresarse, en 4,5% más y menos 1,5%, y estima una inflación de 6,2% para dentro de 24 meses, que es el horizonte de la política monetaria. Mientras tanto, para el mismo plazo, las expectativas de los economistas consultados por el BCU apuntan a 7,0% y las de los empresarios consultados por el INE (que son quienes más aciertan) apuntan a 8,5%.

Para llevar adelante su política, además de la referida subida de la TPM, el BCU sube semanalmente las tasas de corte de las licitaciones de Letras de Regulación Monetaria (LRM), y lo hace de manera estrictamente paralela a la evolución de la TPM. Con ese comportamiento, el Central genera incentivos para pasarse de dólares a pesos por parte de los agentes económicos y algo de eso ha estado pasando en los últimos meses: entre mediados de mayo y mediados de noviembre, en seis meses, el stock de LRM subió 23%. Aunque en el BCU y afines se niegue el “carry trade”, parece que alguien está comprando LRM.

En el mismo lapso, nada curiosamente, el dólar se desplomó en Uruguay, a contramano de lo que sucedía en el mundo. Si se compara la evolución del dólar en nuestro país (-4%) versus la del promedio de una canasta de 12 monedas que excluye a Argentina (+5%), se comprueba una pérdida relativa de casi cuatro pesos en esos seis meses.

La restricción monetaria llegó al extremo entre los días finales de octubre y los primeros días de noviembre, cuando se dio una seguidilla inédita de 13 días hábiles consecutivos en los que el BCU debió inyectar liquidez.

En este contexto, en los primeros 10 meses del año, el tipo de cambio real (TCR) de Uruguay con fuera de la región cayó 18%. Un absurdo sin fundamento alguno en la realidad. Consistentemente con esa realidad, en su último informe de política monetaria, el BCU reconoció la existencia de una considerable brecha entre el TCR efectivo y el de los fundamentos, de entre 10% y 15%.
Esto ocurre al mismo tiempo que la Dirección de Estudios Económicos de la Cámara de Industrias, en un contundente informe técnico, dejó en evidencia las falencias del IEBU, el mal indicador de rentabilidad que suelen usar el BCU y afines para desestimar la relevancia de los indicadores de TCR.

Para terminar, debo confesar mi asombro por la falta de reacción en el Gobierno frente a la acumulación de los datos anteriores. Si alguien los considerara conjuntamente, no debería tardar en sugerir ajustes inmediatos a la política económica. Y debería explicarle al presidente que, de este modo, la economía se va a enfriar todavía más de lo que ya nos enfriará el mundo y que los precios relativos no se ajustarán como deben hacerlo ante un shock externo indudablemente negativo. Lo que no parece ser un buen escenario para la mitad final de su mandato.

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