En la columna previa especulé sobre las eventuales perspectivas económicas que acompañarán en los próximos años la ejecución del nuevo Presupuesto fiscal de Uruguay. Pero, además del escenario base, también importan las principales amenazas asociadas a las incertidumbres globales y locales. ¿Cuáles son los potenciales riesgos? ¿Qué escenarios adversos podrían materializarse?
1. El principal riesgo está relacionado con el crecimiento económico. Hay al menos tres grandes razones que podrían llevar a un desempeño peor al previsto para el quinquenio por el Ministerio de Economía (2,4% promedio anual) y el Comité de Expertos (2,2%).
1.1 En primer lugar, es posible que el crecimiento económico potencial esté sobreestimado. Durante la última década, la expansión del PIB promedió 1,2% y mis cálculos lo ubican en torno a 1,6% para los próximos años. No hay razones para ser menos pesimistas. Así lo justifican las recientes malas expectativas sobre la inversión y la demografía, junto con el pobre desempeño de la productividad.
1.2 En segundo lugar, está el riesgo de un mayor deterioro del entorno extrarregional. Por el lado de la actividad global, el balance de riesgos está sesgado a la baja. Los impactos negativos de políticas proteccionistas y antiglobalización suelen ser dinámicos y no necesariamente materializarse en el corto plazo. En este plano, el balance de riesgos está inclinado a la baja en términos de menor expansión del comercio global, peores precios de commodities y desaceleración de los volúmenes exportados.
Para peor, las reacciones con políticas expansivas de demanda en materia fiscal y monetaria para compensar malas políticas de oferta (anticrecimiento) podrían volver más restrictivas las condiciones financieras. Así ya lo insinúan los altos niveles de las tasas de interés de largo plazo, pese a que la Reserva Federal y otros bancos centrales están en “modo relajo”.
A su vez, sigue habiendo en Estados Unidos y parte del mundo señales de “ciclo maduro” y eso históricamente ha precedido a una crisis económica global.
1.3 Por último, está la amenaza de pérdida de impulso desde la región.
En Argentina terminó la (tradicional) etapa fácil del plan de estabilización y el riesgo de decepción de la actividad se ha venido consumando. El único viento a favor que Uruguay estaba recibiendo podría volverse en contra. El impulso de 2024 asociado al encarecimiento en dólares de Argentina se redujo durante los últimos meses y crece el riesgo de un renovado abaratamiento más estructural si no aumenta el crecimiento potencial, sobre todo en un contexto extrarregional adverso.
Desde Brasil, aunque previsible, también se está concretando el escenario de menor crecimiento, pero con riesgos agravados por los enfrentamientos diplomáticos y comerciales con Estados Unidos. Esto parece ir para largo y ser más intenso de lo originalmente previsto. Trump gobernará hasta 2029 y es muy probable que Lula sea reelegido en 2026.
2. Internamente, el principal riesgo es político, vinculado a las presiones corporativistas sobre la política fiscal. Ya traté el tema en un par de columnas anteriores. Desde los partidos políticos que integran el Frente Amplio, el PIT-CNT y los movimientos sociales, el gobierno del presidente Orsi parece llamado a adoptar medidas redistributivas desde la política fiscal, con riesgo de comprometer el mediocre crecimiento potencial por los riesgos de largo plazo para las finanzas públicas y el tipo de ajustes tributarios en consideración. Además, las señales de estos primeros seis meses de gestión no fueron muy auspiciosas. Varias presiones corporativistas terminaron siendo arbitradas con mayores gastos, subsidios estatales o renuncias impositivas.
3. Otro riesgo interno refiere a que los ajustes tributarios anunciados no recauden lo previsto. Se trata de un hecho observado con mayor frecuencia en América Latina durante la última década, con los ejemplos emblemáticos de Chile y Colombia. En parte, esto estaría relacionado con la subestimación de los efectos negativos de los ajustes tributarios sobre el crecimiento económico, sobre todo cuando se concentran en gravámenes a los factores productivos.
4. Finalmente, también a nivel interno, está el riesgo de un deterioro adicional de las finanzas públicas, en parte como consecuencia de todo lo anterior, pero también como resultado de los cambios en los pilares de la regla fiscal. Ya no habrá meta de expansión del gasto fiscal acotada al crecimiento del PIB potencial, ni se enfatizará tanto el techo de endeudamiento anual (flujo). Ahora se incorpora el concepto de nivel prudente de deuda neta (stock) en 65% del PIB y se mantiene el pilar basado en metas para el déficit estructural.
En fin, también puede haber sorpresas positivas. Algunas, que ya he mencionado en columnas previas, podrían ser un “riesgo país” aún más bajo por mejoras adicionales en la calidad de “la política”, el impacto positivo en crecimiento de la Cuarta Revolución Industrial, mayor debilidad global del dólar, mejoras estructurales de Argentina u otras. Pero, a juzgar por los antecedentes actuales, el balance general de riesgos parece inclinado hacia escenarios más pesimistas. En ese contexto, la prescripción obvia es “prudencia”. Lo es para el gobierno. Pero también lo es para el sector privado por las consecuencias de la eventual materialización de dichos riesgos.