Los riesgos que plantean los rugientes años veinte del siglo XXI

Foto: Getty Images

OPINIÓN

¿Cuánto agrega de riesgo sistémico a la economía mundial la chino-dependencia, creciente en lo comercial, que luego trasmuta en poder político?

Este artículo es exclusivo para suscriptores

Como si los cambios que aceleró la pandemia hubieran sido pocos, el despertar de la guerra en Europa delineará un futuro distinto al que imaginamos hasta hace poco. Se demolieron paradigmas de vieja data y otros de vida reciente. También se constataron nuevos riesgos que alumbrarán un nuevo ordenamiento internacional. Y se le agregó un halo de incertidumbre al devenir económico del mundo.

Lo primero es reconocer de una vez por todas que las Naciones Unidas, hija de otra realidad, reiteró su inoperancia para resolver conflictos como el actual. Ya lo había demostrado ante intervenciones flagrantes de las potencias occidentales en el Medio Oriente y el norte de África a lo largo del siglo. Ahora se trata de un conflicto en el corazón del continente europeo, de consecuencias aún insondables, donde el organismo es un espectador más, salvo sus condenas altisonantes pero inefectivas. Hoy, la búsqueda de soluciones se procesa fuera de su ámbito a través de la revitalización de la alianza atlántica entre Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN. En suma, la institucionalidad creada en 1945, y en particular su Consejo de Seguridad, confirmó su irrelevancia actual.

Como segundo hecho, figura la erosión de un ordenamiento mundial basado en una visión centrada en una globalización creciente integrada por países con regímenes cada vez más democráticos, abiertos tanto en lo político como en lo económico. La historia reciente muestra que ese proceso ha ido en reversa. En las últimas décadas, las autocracias como Rusia y el autoritarismo centralista del Partido Comunista de China, han ido ocupando espacios mayores en la arena internacional, ganando adeptos que admiran sus formas de gobierno donde la libertad individual se subyuga a lo colectivo, la libertad de prensa se la arrincona como una categoría relativa, la perpetuidad en el ejercicio del poder está validada y el nacionalismo puede usarse como una categoría necesaria para posicionarse mejor ante el resto del mundo.

La lectura equivocada de estos acontecimientos hizo que Estados Unidos se retrajera de su rol preponderante en la alianza atlántica, concentrándose en su agenda doméstica. Europa desconoce esta realidad, pensando que si agregaba a las ex repúblicas soviéticas al espacio de la Unión Europea y la OTAN, resolvía un relacionamiento siempre complejo entre Rusia y el viejo continente. Hasta que le llegó el turno a Ucrania.

A su vez, cometió el error de profundizar su dependencia energética con el país cuyo régimen denostaba sus valores, convirtiendo a Rusia en proveedor relevante de energía del continente, principalmente gas natural para Alemania e Italia. Por tanto, el conflicto mostró que el abastecimiento de energía es una palanca potente para generar disrupciones entre los beligerantes, pero también con el resto del mundo. La consecuencia para Europa será un cambio en su estrategia de provisión de energéticos, yendo hacia la compra de gas natural licuado como lo hace Japón que diversifica abastecedores, e incluso el regreso de la energía nuclear abandonada por Alemania después del episodio de Chernobyl.

En este contexto, la actitud prescindente de China en el conflicto la coloca, por decisión propia, en el mediador nato entre las partes en conflicto. Un mundo que se desordena es una oportunidad para intentar gobernar a su manera. Su interés no es la búsqueda de dominio territorial, sino posicionarse en un plano superior donde pueda mover los hilos de las cadenas de abastecimiento y del comercio.

Y es desde aquí que nace otra pregunta. Cuanto agrega de riesgo sistémico a la economía mundial la chino dependencia creciente en lo comercial que luego se transmuta en poder político. El conflicto debilita a Rusia, que necesitará de puntos de apoyo, siendo China su candidato obvio. Lo mismo ocurrirá con el continente europeo, donde también China será uno de sus puntos de apoyo. No debemos olvidar que Alemania es su principal cliente en bienes de capital, de consumo duradero e insumos industriales. Y en grados parecidos para el resto del continente.

Lo mismo es válido para la mayoría de los países de América Latina, dado que su devenir económico es cada vez más chino dependiente. El riesgo estriba en que su oferta exportable no tiene mercados alternativos que tengan la profundidad del mercado chino. Más aún, el aumento de los volúmenes exportables fue resultado del arrastre de su demanda de materias primas y alimentos que indujo cambios estructurales en su oferta exportadora, cuya reversión tendrá fuertes impactos negativos.

El conflicto actual muestra que las sanciones comerciales son una palanca válida para ejercer presión política. Es un hecho a tener en cuenta, cuando hay un comprador con poder monopsónico sobre la oferta exportable de un país pequeño.

Por último, los impactos globales de la suba del precio de la energía bajarán la intensidad de la reversión de la política monetaria expansiva recientemente anunciada por Estados Unidos. Por la sencilla razón de que, si ya es difícil calibrar en tiempos normales, más aún lo es en situaciones de incertidumbre extrema como las actuales. Por otro lado, habrá un apaciguamiento del ritmo de crecimiento en Europa que frena la puesta en marcha de políticas monetarias contractivas.

En este contexto, donde el largo plazo tiene la dimensión de pocas semanas, lo racional es comenzar a reflexionar sobre los riesgos potenciales de lo que se viene insinuando, como nueva realidad mundial.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

ChinaCarlos Steneripremium

Te puede interesar