La guerra en Ucrania como catalizador de un mundo con los riesgos de los años´70

Foto: Getty Images

OPINIÓN

Uruguay debe evitar confundirse cuáles son los hechos dependientes de sus políticas, de aquellos que son de índole externa e inexorables.

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Cada semana que pasa confirma que la invasión a Ucrania nos retrotrae a un escenario similar al de la década de 1970, donde convivieron un conflicto bélico, un shock energético y alta inflación internacional. Con la diferencia que esos impactos hoy ocurren simultáneamente, luego de otro de índole sanitario de carácter global todavía en fase incierta de recuperación.

Sin ninguna duda, entramos en una fase nueva de la historia donde los desplazamientos de población serán un fenómeno recurrente, la dimensión de la seguridad como una necesidad que incidirá en los fiscos, la articulación del mundo en bloques con límites aún no definidos y la búsqueda de la independencia energética y alimentaria como forma de atemperar shocks como los actuales. La OECD hizo ya un adelanto preliminar de lo que se viene, señalando que el PIB mundial caerá en promedio 1% en el mundo industrializado, con mayor impacto en Europa (1.4%). La inflación aumentará 2.5% a nivel mundial, 4.5% para la Eurozona y 1.4% para Estados Unidos.

En dicha escala, los precios de la energía y los alimentos crecieron mucho más, lo cual penaliza el ingreso real de los consumidores respecto a la caída del producto bruto. Estos indicadores son optimistas si el conflicto se extiende. Y mucho más optimistas si se los expone a la luz de las economías en desarrollo cuyas sociedades tienen una canasta más intensiva en el consumo de alimentos y energía. Hecho exacerbado en los países que son importadores netos de esos productos.

Aunque el conflicto finalice pronto sus consecuencias se dilataron en el tiempo. El episodio despertó desequilibrios macroeconómicos latentes o en vías de resolución. Otros forzados por las circunstancias como la dependencia energética autoinfligida de Europa con Rusia. Finalmente reapareció el carácter estratégico del abastecimiento alimentario que sigue determinado por la geografía de los recursos naturales agropecuarios, donde áreas importantes se ubican en la zona del conflicto.

Con ello apareció un shock de oferta doble que promueve una inflación de costos en momentos donde el mundo ya mostraba presiones inflacionarias originadas por la expansión monetaria extraordinaria instrumentada para combatir la crisis del 2008-9 y luego mantenida para neutralizar los efectos de la pandemia del covid-19. Hoy está presente el dilema de si empezar una necesaria contracción monetaria drástica para abatir la inflación heredada exacerbada por los hechos bélicos con el riesgo de profundizar la recesión anunciada, o esperar.

Todo esto, con el hecho negativo que otra postergación erosiona la credibilidad tanto de la Fed como del Banco Central Europeo como guardianes de la inflación, pues vinieron sin pausa acomodando sus políticas a favor de la incentivación del ciclo económico.

Para el mercado de capitales las noticias tampoco son buenas. Rusia y Ucrania tendrán dificultades para servir sus bonos soberanos, los créditos con la banca internacional y sus proveedores. Serán momentos de estrés con la probabilidad creciente de reestructuraciones generalizadas en otros países altamente endeudados y más perjudicados por el shock negativo doble por el aumento del precio de la energía y los alimentos. Los inversionistas aumentan su aversión al riesgo que se resume en una eventual reversión del financiamiento o aumento de su costo.

Con este panorama, se puede afirmar que entramos en un escenario donde conviven alta inflación y estancamiento (stagflation) Sin duda Rusia seguirá en depresión prolongada, independiente del resultado bélico, por la permanencia y profundización de las sanciones económicas. Europa en recesión en su búsqueda de caminos alternativos para su emergencia energética y alimentaria y Estados Unidos con la convivencia de alta inflación y crecimiento por debajo de su potencial. China es la gran incógnita, aunque es difícil imaginar que pueda desacoplarse totalmente de esta fase contractiva del ciclo económico mundial.

Para las economías emergentes, el peor escenario sería la reversión repentina en los flujos de capital inducida por el contagio financiero. Ya hubo episodios similares en el último medio siglo, que hicieron estragos. El último comenzó justamente en Rusia en 1998 y una de sus derivaciones fue nuestra crisis regional de principios de este siglo.

Lo anterior nos obliga a un comentario final. Argentina ya venía complicada por cuestiones propias, donde la fragmentación política y las visiones encontradas de cómo resolver sus problemas eran y son parte de su compleja realidad. Ahora se suma esto, que tira por tierra las proyecciones del programa acordado con el FMI y dilata su salida. A su favor opera el auge del precio de los alimentos que no compensa el shock energético. Brasil con una transición política que aumenta la incertidumbre sobre su devenir económico, aunque el shock de oferta, salvo en el tema de la inflación doméstica, lo favorece.

Uruguay transita una situación más despejada, que todavía le permite distraerse en una agenda totalmente doméstica centrada en hechos políticos menores, ajenos a lo que viene ocurriendo en el resto del mundo. Es difícil anticipar el resultado neto de los impactos que recibe y seguirá recibiendo. Una dislocación temporal en los mercados financieros internacionales no lo afecta mayormente.

Tiene los recursos y la credibilidad necesaria para sortearlos con éxito. Lo que sí debe evitar es confundir cuáles son los hechos dependientes de sus decisiones de política de aquellos que son de índole externa y por tanto inexorables Un shock de precios externo repentino en la energía y los alimentos no pueden catalogarse como errores de gestión ni incumplimiento de promesas electorales. Hacerlo es infantilismo u oportunismo político nocivo. Lo que corresponde hacer es pensar con cabeza fría y pragmatismo como atemperar las consecuencias negativas de alza de precios puntuales, que no son inflación, fundamentalmente sobre los sectores más vulnerables. Y aprovechar la bonanza que se descarga sobre el sector agropecuario potenciando su gestión, para crecer más, recaudar más y transferir con bases genuinas.

Entramos en una zona compleja que para surcar sin contratiempos requiere destreza en la conducción económica, que descontamos, y grandeza del sector político dejando las chicanas de lado.

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