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El mundo económico en 2024: luces antes de sombras

“Es probable que 2024 traiga inicialmente cierto impulso para la región, pero también mayores riesgos, de cara a una segunda mitad de década muy compleja.

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Getty Images

Pocas palabras alcanzan para resumir el desempeño de la economía mundial en 2023: crecimiento moderado, desinflación, desincronización, volatilidades financieras, resiliencia a shocks y nuevo boom de productividad. Ni el mundo tuvo una recesión como algunos análisis contemplaban, ni la inflación siguió acelerándose. No hubo estanflación (estancamiento con inflación), salvo en países con mala gestión macro. Pero de todo eso, ¿cuál es la herencia para 2024? ¿Cómo viene el entorno global?

En términos de actividad, parece consolidarse el renovado escenario normal y mediocre, de crecimiento inferior al promedio histórico, liderado por China, Estados Unidos e India. La heterogeneidad regional sigue bien reflejada en la expansión económica estructuralmente anémica de Europa y Japón, agravada por los esfuerzos cíclicos para revertir la aceleración inflacionaria. En contraste, en ese frente, el sacrificio de actividad y empleo de Estados Unidos ha sido muy bajo, mientras que la estabilidad de precios de China le ha permitido reimpulsar políticas expansivas de demanda. En América Latina, también hubo heterogeneidad en actividad, pero con patrones comunes de desinflación y deterioro fiscal, salvo Argentina inmersa en su recurrente gran crisis.

Con todo, la herencia también incluye la resiliencia de la economía mundial a las mayores tasas de interés, la crisis de algunos bancos estadounidenses, los problemas inmobiliarios chinos, la prolongación de la guerra en Ucrania y el recrudecido conflicto en Medio Oriente. Mucho de eso se reflejó en la volatilidad global del dólar y las tasas largas de Estados Unidos, variables que —a pesar de todo— concluyen 2023 en niveles parecidos a los cierres de 2022. Los que terminan con fuertes alzas son los principales índices accionarios, sobre todo norteamericanos, impulsados por la desinflación, las consiguientes expectativas de bajas de tasas hacia el nuevo año y el boom de productividad asociado a la Inteligencia Artificial.

Claramente, ese desempeño bursátil y la inercia de las herencias anticipan perspectivas cautelosamente optimistas para 2024, al menos en el primer semestre, sobre todo en términos del contexto (menos desfavorable) para la región. Parece confirmarse “el respiro” de este bienio, antes de un posible “ahogo” de la economía mundial durante la segunda mitad de la década. Increíblemente el ciclo sigue pareciéndose mucho al observado hace un siglo, en el cruce de décadas entre los ’10 y los ’20.

Para la actividad se asume cierta desaceleración adicional de Estados Unidos, sin caer en recesión, en conjunto con la estabilización del crecimiento de China en torno a su potencial (5%) y la prolongación del dinamismo de India. Paralelamente, Japón y Europa mostrarían cierta recuperación, todo lo cual mantendría el crecimiento económico mundial en torno a 3%. Para nuestra región, esto no representa un gran impulso, ni tampoco un gran desimpulso. Es más bien neutro.

Pero dicho escenario, combinado con cierto debilitamiento del mercado laboral en Estados Unidos y algo más de desinflación, podría tener implicancias financieras favorables para los emergentes, sobre todo mientras no se internalicen (materialicen) riesgos asociados a un eventual segundo mandato de Donald Trump.

Primero se confirmaría el fin del ciclo de alzas de tasa de la Fed, con una pausa extendida, antes que pudieran materializarse algunas bajas, como sugieren las expectativas actuales y la propia Reserva Federal. La gran duda que quizás nos acompañe en 2024 es si el piso del relajamiento monetario será efectivamente 3,5% como reflejan hoy los precios de mercado. Justamente, la evolución de las expectativas electorales a lo largo del año marcará si dicho piso podría ser mayor en un escenario de retorno de Trump e impulso fiscal, o quizás menor si alternativamente se dan señales de cierto orden macro. Lo indudable es que, si gana, seguramente volverán sus cuestionamientos a la Fed y su presidente Jerome Powell en 2025.

También esto podría condicionar el comportamiento global del dólar. Cierta debilidad/estabilidad es esperable en el escenario de aterrizaje suave de la economía estadounidense, el consiguiente relajamiento monetario de la Reserva Federal y políticas de demanda más expansivas en China para reimpulsar la actividad.

Pero eso podría cambiar hacia mayor fortaleza de la divisa norteamericana en función de las posibilidades electorales de Trump, una mala sintonía fina de la Fed, los riesgos de que el aterrizaje se transforme en duro u otros eventos críticos fuera del radar. Por lo tanto, el respiro financiero asociado a cierta debilidad extendida del dólar quizás sea transitorio, así como también la estabilización y recuperación de algunos precios de commodities derivadas de eso, sobre todo sin una gran reactivación mundial.

En conclusión: es muy probable que 2024 traiga inicialmente, desde el entorno global, cierto impulso (menor desimpulso) para la región, pero también mayores riesgos (geopolíticos y otros), cuya eventual materialización reafirmaría la expectativa de una segunda mitad de la década muy compleja. Luces antes de sombras.

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