El legado de Piñera: Democracia, acuerdos y ejecución

"Algunos opositores habían sugerido que su obra se reconocería más a la larga que a la corta. Su muerte, como casi siempre, acelera ese proceso."

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Sebastián Piñera
Sebastián Piñera.
Foto: AFP

Sebastián Piñera murió como vivió: tomando riesgos. Lo hizo como empresario, político, gobernante, e incluso practicando algunos de sus hobbies. Le sobraba inteligencia racional y capacidad de trabajo, que usaba para prepararse al máximo en todos los temas, profesionales o recreativos. Tenía la base de una gran formación como economista en la Pontificia Universidad Católica de Chile, su doctorado en Harvard y sus primeros años laborales como académico. Podría haber seguido exitosamente en eso o haberse concentrado en su actividad empresarial, pero al borde de sus 40 años decidió ingresar a la política y el servicio público, primero como senador durante 8 años y luego dos veces como presidente.

¿Qué deberíamos rescatar de todo eso? ¿Cuál es su legado?

Primero, sus firmes convicciones y acciones en pro de la democracia, como han destacado correligionarios y opositores durante los últimos días, sobre todo el presidente Gabriel Boric y los exmandatarios Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet.

Al respecto, dos ejemplos emblemáticos.

Por un lado, en el plebiscito de 1988, el cual planteaba prolongar la dictadura de Pinochet, Piñera fue contra la corriente en la derecha chilena, votando y promoviendo el “No”, que finalmente resultó ganador.

Por otro lado, en medio del mal llamado “estallido social” de octubre de 2019, con movimientos ciudadanos pacíficos, pero también muchos violentos y coordinados, Piñera optó en el peor momento de la crisis, la noche del 12 de noviembre, por desechar un nuevo “estado de excepción” y evitar el regreso de los militares a las calles. En contraste, pese a las presiones de sectores hastiados por el caos y la violencia, decidió convocar a un acuerdo político transversal por “la paz y una nueva Constitución”. Era una salida institucional al “octubrismo” y el triunfo nuevamente de la democracia. La alternativa, que alentaban radicales, desde la izquierda con la violencia y desde la derecha con represión, habría terminado muy mal.

Segundo, como ese episodio reflejó y también ahora se destacó transversalmente tras su muerte, Piñera solía mostrar gran predisposición a los acuerdos. A ese ejemplo de 2019 deben sumarse los aportes y los votos de su partido Renovación Nacional a la reforma tributaria del presidente Patricio Aylwin en 1992 y a otros proyectos de ley. Fue una oposición constructiva que también le generó mucho “fuego amigo”.

Por eso, el expresidente José Mujica, con quien tenía muy buena relación, dijo: “me siento cómodo conversando con él, por más que esté en la vereda de enfrente”. Y agregó: Piñera no está en “el 30% de derecha, derecha, derecha, que hay en Chile”.

Tercero, fue justamente esa mayor apertura hacia el centro político y social la que, tras 20 años de gobiernos de la Concertación, provocó la alternancia en el poder y lo llevó por primera vez a la presidencia en 2010.

Tuvo un primer mandato (2010-14) muy marcado por alto crecimiento económico, la reconstrucción posterremoto, el rescate a los mineros, la consolidación de muchas políticas sociales y el resurgimiento de las protestas estudiantiles. Fue un gobierno de continuidad y cambio, que no logró renovarse electoralmente por la falta de una candidatura tan popular como la de Bachelet.

Para su segundo mandato (2018-22) los desafíos de Piñera eran mayores por el adverso entorno externo, el mediocre crecimiento económico que Chile traía, la explicitación de graves problemas en ciertas políticas públicas y la llegada de un millón de inmigrantes en pocos años. Por si fuera poco, las expectativas ciudadanas eran altas y él las acrecentó. La consiguiente frustración fue alimentada por una oposición muy hostil e incluso destructiva, junto a torpes errores ministeriales, episodios que deterioraron las confianzas institucionales y falta de calidad y gestión política. Fue el manejo de la pandemia, claramente sobrerregulada para el estándar de “libertad responsable” impulsado por Uruguay, lo que devolvió a Piñera al ejercicio de su mayor ventaja comparativa: la acción y la ejecución. La gestión de las vacunas lo reflejó bien.

Fue quizás el reconocimiento de aquel “déficit político”, acaso la necesidad de sumarle “inteligencia emocional” a algunos de sus sectores políticos, que en el último tiempo se interesó por el liderazgo del presidente Luis Lacalle Pou y la forma en que diseñó y sostuvo su coalición de gobierno durante estos años. A eso me invitó a conversar el jueves de 18 de enero en sus oficinas de Santiago, justo antes de iniciar sus trágicas vacaciones. No parecía que estuviera pensando en ser nuevamente candidato, sino en contribuir a mejorar la calidad de la política chilena, sobre todo en sus sectores afines.

Le respondí lo que he escuchado del propio Lacalle Pou. Que una coalición así se forma en base al futuro (sueños y objetivos sobre los cuales puede haber acuerdo) y no al pasado (sobre lo cual siempre puede haber discrepancias). Que requiere la construcción de puentes políticos con el resto, y más importante, no esperar que los otros los caminen, sino ir hacia ellos. Y siempre mantenerse “firme con las ideas”, pero “suave con las personas”, con unidad en la diversidad.

No creo haberle dicho algo que no supiera. Sin embargo, la instancia fue quizás reveladora de su interés de aprender e informarse, de la conciencia sobre los déficits (políticos) de Chile y en cierto sentido del reconocimiento de errores propios. Sobre esto último, el propio presidente Boric admitió que “las querellas y recriminaciones fueron en ocasiones más allá de lo justo y razonable”, en una evidente y valiente autocrítica.

Antes, al terminar el segundo gobierno de Piñera, algunos columnistas políticamente opositores habían sugerido que su obra se reconocería más a la larga que a la corta. La muerte, como casi siempre, sobre todo cuando es trágica y prematura, acelera ese proceso.

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