Desde hace años, a la ciudad de Montevideo se la critica porque es sucia, por la basura que desborda contenedores por culpa propia de los montevideanos o por falta de quienes deben recogerla. También es criticada porque el alumbrado no existe en algunos lugares, no es suficiente en otros o inadecuado para cumplir ciertas funciones.
Se considera asimismo que el saneamiento no es bueno en muchos lugares porque, por las lluvias como por otros factores, ocurren inundaciones con efectos inconvenientes para la circulación y negativos para la propia habitabilidad de esos lugares.
Son crecientes además, las quejas que se escuchan por las dificultades en el tránsito ante la desbordante cantidad de vehículos que hay en las calles al no contar la ciudad con vías de comunicación rápidas ni renovaciones de ellas. Hace unos años comentaba ya esos problemas en una columna para Economía y Mercadoaunque no existía tanta preocupación como la actual, por lo que no hace un gobierno de la ciudad que recauda más, gasta más y tiene un déficit financiero creciente a un ritmo que es alto y se acelera.
Costo del tiempo
La evidencia ratifica lo que piensa gran parte de los montevideanos sobre su ciudad, pero tal vez lo que ocurre y es más indiscutible y común para todos ellos, es lo que cuesta en tiempo perdido, el desplazamiento sea en transporte colectivo o en auto, para llegar a los lugares a los que se debe concurrir por trabajo o por otros motivos.
En este caso los comentarios, que hasta hace pocos años aparecían como anécdotas en las conversaciones entre amigos, ahora son una crítica que se suma a las anteriores. Y es así pues, ahora, a la anécdota se la cuantifica en función del tiempo que se pierde en horas de retribución pecuniaria que no se percibe y en horas de ocio, descanso y esparcimiento que no se tienen, y a lo que se suma el eventual costo de las contingencias en el tránsito y otros costos por el estilo. Desplazarse por Montevideo resulta hoy, sumamente caro y peligroso.
El problema del excesivo costo del tiempo que insume el traslado de un lugar a otro se debe, entre otras cosas, a la poca infraestructura que facilite el tránsito. Cabe entonces la pregunta: por qué cuando se suman las pérdidas de tiempo para el ocio y para el negocio, un costo tan alto para la sociedad montevideana y de adyacencias, no se invierte en infraestructura que sería ahorradora de tiempo y del valor que hoy se pierde? Los ingresos de la intendencia montevideana para mejorar la infraestructura crecen, pues se incorporan al parque automotor y a la circulación la gran mayoría de los 68 mil vehículos entre autos, camiones y ómnibus que se empadronan por año.
La infraestructura física para el tránsito de vehículos es significativamente mala pues hay poca obra nueva y es poco el mantenimiento de la existente. El pasado reciente muestra que las numerosas pero poco importantes obras que se desarrollan —con una lentitud que asombra— en todo lapso previo a cada elección departamental, no se sostiene o intensifica luego de la instancia electoral.
Escribí hace unos años sobre Gary Becker, profesor del Departamento de Economía de la Universidad de Chicago que obtuvo, en 1992, el premio Nobel entre otros motivos, por la incorporación sistemática del costo explícito e implícito del tiempo en el análisis microeconómico, una forma muy poderosa para analizar al mundo real. Ejemplos sobre el valor del tiempo en el análisis microeconómico son infinitos y conocidos, como el comercio digital que sustituye la presencia del cliente en las tiendas, o por qué apelar a los “deliveries” y no concurrir a comprar al producto deseado en el sitio de su venta. Pero son muchas las instancias que ajustan la demanda y el precio de algo, de un bien o de un servicio, agregando el costo tiempo en su consecución. Y también las que resultan en la oferta de servicios complementarios debido a la incidencia temporal para la compra de ellos.
Consecuencias
Las consecuencias de la mala infraestructura vial combinada con el aumento del parque automotor son evidentes. Se evita el desplazamiento hacia lugares de trabajo y comerciales tradicionales, como el Centro y la Ciudad Vieja, para no tener el costo del tiempo empleado para llegar a ellos; para evitar gastos de movilización en ascenso —operativos como en combustibles y de otra naturaleza, más estructural—, y para no tener gastos por contingencias tales como accidentes y sanciones vehiculares. En suma, se puede afirmar que la “demanda por viajes a esos lugares” se restringe ante el costo temporal señalado.
Pero hay otras consecuencias de la disminución de esa demanda por viajes cuando es alta la incidencia del tiempo, pues se buscan alternativas sustitutivas que afectan a barrios a los que se acude con menor desplazamiento.
La decadencia de las zonas que se evitan se refleja en el mal cuidado de sus inmuebles en sus precios que declinan y en el aumento de negocios callejeros que nada aportan en tributos municipales. Pero también existen consecuencias sobre las nuevas zonas que, para fijar los nuevos lugares de trabajo y los comercios, implican menores costos para llegar a ellos. La evidencia muestra que se trata de zonas residenciales, que se ocupan desconociendo reglamentaciones municipales prohibitivas de localización de oficinas y comercios. Las ordenanzas son salteadas con significativos perjuicios pecuniarios, de movilidad y de otra índole, para los residentes de esas zonas.
Es indiscutible que Montevideo necesita —además de ser más limpio, con más alumbrado y saneamiento— obras de infraestructura que ahorren tiempo en la movilidad para moderar paulatinamente el alto costo social que se manifiesta hoy para la gente que la habita.